Mujer del Tercer Día 

Mater Unitatis

 

Aunque el Evangelio habla de que Jesús se le apareció a muchas personas, como a María Magdalena, a las otras mujeres devotas y a sus discípulos, no habla nada acerca de alguna aparición del Hijo resucitado a su Madre. Quiero pensar que Jesús no necesitó aparecerse a María, porque ella misma estuvo presente en el momento de la resurrección.

Los teólogos nos dicen que la resurrección fue un hecho oculto a los ojos de todos; se llevó a cabo en las profundidades insondables del misterio y, como hecho histórico, no hubo testigos. Sin embargo, yo creo que María fue laia excepción; ella debió de haber estado en este punto crucial de la historia de la humanidad. 

Sólo ella estuvo presente en la Encarnación del Verbo. Al nacer Jesús de su seno virginal, ella se convirtió en la primera mujer en contemplar al Dios hecho hombre. Así que pienso que sólo ella debió de haber estado presente en el instante de su salida del seno virginal de piedra, del sepulcro en el que nadie había sido enterrado (Jn. 19, 41). De esta forma, ella se convirtió en la primera mujer en contemplar a su Hijo glorificado. 

Los otros fueron testigos de la parición del Resucitado; María testimonió la resurrección. Es más, el lazo entre Jesús y María era tan estrecho, que compartieron toda experiencia de redención; esto me lleva a pensar que la resurrección, ese momento culmen de redención, la habría encontrado unida a su Hijo. Si ella no hubiera estado ahí, habría sido una ausencia extrañamente injustificada. 

No obstante, para confirmarnos la profunda conexión de maría con la Pascua de su Hijo, el Evangelio utiliza en dos ocasiones la frase “al tercer día” en relación con María. Esta frase puede tomarse como una referencia a la resurrección. San Lucas la utiliza cuando narra la desaparición en el templo de su Hijo, Jesús, a la edad de doce años y su hallazgo al “tercer día”. Algunos estudiosos interpretan este episodio como una profecía velada de lo que sucedería muchos años después durante una Pascua en Jerusalén, cuando Jesús completó su paso de este mundo al Padre. La pérdida del niño Jesús aparece como una parábola que alude a la desaparición del Jesús adulto, tras la piedra del sepulcro, y su gloriosa desaparición tres días después. 

San Juan se refiere al “tercer día” en el pasaje de las bodas de Caná. La intervención de María, que se anticipa a la “hora” de Jesús, introduce al banquete humano el vino de la nueva alianza pascual, y hace que la “gloria” de su resurrección estalle antes de tiempo. Juan introduce este episodio con la frase deliberada: “el tercer día”. María, entonces, está tan implicada en el “tercer día”, que ella no sólo es la primera hija de la Pascua, sino que en cierto sentido es también su madre. 

Santa María, mujer del tercer día, despiértanos del sueño de la roca. Ven a traernos la noticia de que la Pascua ha amanecido para nosotros en el corazón de la noche también. No esperes por los primeros rayos del sol. No esperas a que las mujeres lleguen con sus ungüentos. Ven tú primero; mientras tus ojos reflejan al resucitado, oigamos tu testimonio directo. 

Cuando las otras mujeres lleguen al huerto –con sus pies empapados de rocío- que nos encuentren ya despiertos, sabiendo que tú llegaste a nosotros primero, la única testigo del duelo entre la Vida y la Muerte. Aunque confiamos en las palabras de ellas, sentimos tan cerca los tentáculos de la muerte, que necesitamos algo más que su testimonio. Es verdad que han visto el triunfo del Victorioso, paro no vieron la derrota del adversario. Sólo tú puedes asegurarnos que la muerte ha sido en realidad aniquilada, porque tú la viste yacer sin vida en el suelo. 

Santa María, danos la certeza de que, a pesar de todo, la muerte ya no puede atraparnos. Ayúdanos a creer que la injusticia será derrotada, que el fuego de la guerra se extinguirá, que los sufrimientos de los pobres terminarán. Ayúdanos a erradicar el hambre, el racismo y el abuso de las drogas, de manera que las lágrimas de todas las víctimas de la violencia y el dolor se sequen como el rocío bajo el sol de primavera. 

Santa María, quita de nuestro rostro la venda mortuoria de la desesperanza, y dobla el sudario de nuestros pecados. A pesar de la falta de trabajo, casa y pan, consuélanos con el nuevo vino del gozo y con el pan ácimo de la solidaridad. 

Danos paz y aléjanos del egoísmo. Concédenos la esperanza de que, cuando nos llegue el momento del desafío final, tú serás el árbitro que, al tercer día, confirmará por fin nuestra victoria. 

Fuente: materunitatis.org