En la casa de Nazaret, la vida oración en familia

Padre  Felipe Santos Campaña


Cada sábado José y Jesús, revestidos con sus mantos de oración, el tallit, iban a la sinagoga, mientras que María preparaba la mesa de fiesta.

Efectivamente, la mujer tenía el privilegio al principio de la liturgia del sábado, el viernes por la tarde, de encender la lamparilla dela fiesta recitando una bendición:

“ Bendito seas, Señor, que nos has pedido encender la luz”.

Este gesto simbólico decía mucho acerca de la vocación de la mujer que debe encender la luz, transmitir la vida, la esperanza y la alegría.

Las discusiones alrededor de la mesa no trataban sobre escenas de violencia que acompañaban la ocupación romana: Jesús llevaba la conversación sobre la memoria de Israel: más allá de lo cotidiano existe la elección, las promesas, la alianza, el don de la tierra, la ley.

Lo cotidiano no puede hacer olvidar lo esencial ni el sentido de la vida. Incluso el trabajo diario recibía a la luz de la elección una nobleza muy particular.

Cuando José y Jesús recitaban cada mañana en casa el Shema Israel y la oración del Shemone Esre (o la oración judía de las 18 bendiciones), María escuchaba en silencio. Sentía placer en unirse a su oración y memorizarla. Bastaba que ella dijera Amén al final de la oración para que esta oración se considerase como suya.

Jesús que había aprendido de memoria el Qaddish, la oración que se declamaba en los funerales de un miembro del pueblo, debía repetir esta oración ante María, como recitaba sus lecciones antes de salir para la escuela de Séforis.

Jesús llevaba los tephilim (tiras que los judíos llevaban para la oración) y no se cortaba los cabellos de sus sienes, como lo exige la Biblia. María conocía el significado de estos mandamientos. Su sensibilidad y su inteligencia se abrieron el hogar de Nazaret a la visión del mundo, mirando siempre la venida del Reino de Dios. Incluso si los romanos no entendían los usos y costumbres de los judíos y no se ahorraban de ironizar sus costumbres que les parecían extraña y fuera de moda.

La venida del Reino invisible y espiritual significaba para Israel la santificación del Nombre de Dios. Ahora bien, ¿qué representa esta santificación sino la aceptación del yugo del Reino y la separación de las costumbres paganas?

Ser santo, ¿no es estar separado? ¿Cómo he sido elegida para ser la esclava del Rey si no manifiesto en mi vida el amor del Nombre único?

El Reino de Dios, esta proximidad de Dios con el hombre, ¿no significa el conocimiento de los caminos del Señor para actuar con rectitud y justicia?

Fuente: El universo de la Sagrada Familia