El Rosario

 


Juan Antonio Reig Pla, Obispo

Diocesis Segorbe-Castellón, España

 

 

 

En mi viaje a Roma del mes de agosto tuve ocasión de saludar a Juan Pablo II y, como es frecuente en él, me regaló un rosario. No se trata de nada valioso materialmente: es un rosario sencillo; su valor es sentimental, por provenir del Papa, y sobre todo simbólico. Con él, el Pontífice ponía en mis manos -así lo entiendo yo- un arma extraordinaria para el desarrollo de la diócesis y para el crecimiento de las tareas pastorales.

El mes de octubre, que acabamos de comenzar, se dedica tradicionalmente a la devoción del Rosario. Según se mire, resulta una oración extraordinariamente sencilla o extraordinariamente valiosa. Como en tantas cuestiones humanas, hay que huir de las simplificaciones. Algunos pueden considerar el Rosario como un acto de piedad rutinario y sin trascendencia; y puede serlo realmente en algún caso. En otros, en cambio, será fructífero y valioso; dependerá de quien lo rece y de cómo lo haga.

Como ya os decía no hace muchos meses, los actos de la virtud de la Religión tienen el valor de la fe, esperanza y caridad que cada uno ponga al ejercitarlos. La misma Eucaristía, cuyo valor objetivo es infinito, a algunos aprovechará mucho y a otros muy poco. Si aprendemos y enseñamos a rezar bien el Rosario, tendremos un gran instrumento evangelizador y un fácil camino hacia la piedad cristocéntrica.

Para ello, cada uno buscará los modos más adecuados de conseguirlo. Pienso que meditar brevemente los misterioso o hacer una corta reflexión antes de comenzar su rezo, puede ser de gran utilidad. También serviría una catequesis al inicio del Rosario, que fuese desgranando, en días sucesivos, el contenido de los Misterios. Por supuesto, rezarlo con pausa y claridad es condición para su aprovechamiento, como ocurre con cualquier oración vocal.

Al igual que en cualquier empresa, las buenas soluciones cuestan esfuerzo y trabajo. La solución cómoda de prescindir del Rosario, no arreglaría nada y llevaría a perder el hilo de religiosidad de mucha gente: que se trata de reforzar, no de romper.

El Rosario bien rezado centra la atención de la persona en Jesucristo. Mueve el corazón a imitar ese Modelo que es, para todos, Verdad y Camino. Ayuda a confiar más plenamente en Dios, a través de Nuestra Madre Santa María. Sirve de desahogo a las inquietudes y angustias interiores, que se van calmando con el rezo pausado y el abandono en manos de la Virgen. Lleva a la mente a la contemplación de los misterios de nuestra redención. Y sobre todo, ejercita el alma en los numerosos actos de amor y de fe que, con esperanza, se encierran en el Padrenuestro, las Avemarías y el Gloria Patri.

Las innumerables bendiciones y recomendaciones de todos los Pontífices de este siglo -por no referirme a otros-, aseguran el valor grande del Rosario; refrendado por la práctica multisecular y las revelaciones particulares que, a ese respecto, se encierran en las modernas apariciones marianas.

Con mi bendición y afecto.