María, Sierva de la Palabra y Estrella de la Evangelización

Congregación para el Clero. Santa Sede Vaticano

 

María no es un mito, sino una mujer real, con una historia personal, aunque si del Nuevo testamento podemos recoger sólo algunos aspectos de su personalidad y no propiamente una biografía.

Vive en Nazaret, una ciudad de la Galilea sin ninguna importancia. Pertenece a un ambiente popular; esposa a José el carpintero, entrando en un clan de ascendencia daví dica. Participa activamente en los hechos de la vida: va a visitar a una pariente anciana, hace la peregrinación a Jerusalén, interviene en una fiesta de bodas. Sabe escuchar y reflexionar; pero también hablar y tomar decisiones valientes. Contempla, llena de estupor, las maravillas de Dios y espera de El la justicia para los oprimidos, según la espiritualidad de los pobres de JHWH.

Procura comprender sus proyectos, dispuesta a ponerse a su disposición como humilde "sierva del Señor" (Lc 1,38): es este el único titulo que se atribuye. Tiene dificultad para comprender a su hijo Jesús; lo sigue con materna premura y con fe heró ica; condivide con El la pobreza de Belén, el exilio en Egipto, la quietud escondida de Nazaret, el fracaso del Calvario. En fin, en Jerusalén, está presente en el núcleo inicial de la comunidad cristiana en oración para invocar la venida del Espíritu de Pentecostés: "Eran asiduos y concordes en la oración, junto a algunas mujeres y a María, la madre de Jesús y con los hermanos de El" (At 1,14).

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Con esta información, terminan las noticias que tenemos de ella. Todo ello, aparentemente, no es mucho. Observemos, sin embargo, que María 

está presente en los momentos decisivos: Nacimiento, Pascua y Pentecostés. Son los momentos que señalan, respectivamente, el inicio, el cumplimiento y la comunicación de la salvación. Mientras su Hijo es imagen personal de Dios salvador, ella es el modelo de la humanidad salvada: una de nosotros, pero redimida y asociada a El de un modo del todo singular. En ella, la Iglesia encuentra su primera y más perfecta realización en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo. No por nada el Evangelio de Lucas la presenta como la nueva Jerusalén; el Evangelio de Juan la indica como la mujer símbolo de Israel. El Apocalí psis la incluye, junto al pueblo de Dios, en la figura de la mujer vestida de sol que da luz al Mesías y es atacada por el dragón en el desierto.

María está al centro de la Iglesia como en una perenne Pentecostés: "No se puede hablar de la Iglesia si no está presente María, la Madre del Señor, con los hermanos de El" (S. Cromacio de Aquileia, Discursos, 30,1). En ella se concentran los dones de Dios: la presencia del Espíritu, la belleza interior de la santidad, la fe virginal, la alianza esponsal, la gloria celestial, la cooperación a la misión salvífica de Cristo. En Ella el misterio de la Iglesia resplandece con una luz purísima. María personifica la Iglesia: no es un mito, es, por el contrario, un modelo concreto.

María está dentro de la Iglesia, pero incomparablemente más cerca de Cristo que los demás creyentes. Recorriendo el camino de su existencia, a la luz de esta posición característica, se comprenden mejor sus singulares prerrogativas, que, en definitiva, se fundan en el misterio de su divina maternidad.

Cristo es el único maestro y el único redentor; de El recibimos la gracia de ser discípulos y cooperadores, partícipes de su vida y de su misión, santos y santificadores.

María es la más perfecta discípula de Cristo y la primera colaboradora en la obra de la salvación. Su personal camino de fe, como ponen de relieve 

los relatos evangélicos, es también el dilatarse de su caridad hacia todos los hombres, con una inserción cada vez más consciente en el misterio de la redención.

En la anunciación, María escucha con fe la palabra de Dios y se empeña como dócil instrumento en sus manos; acoge al Mesías y se pone a disposición de su misión. Su consentimiento abre al Señor la vía para su venida personal en el mundo e inaugura la plenitud de los tiempos.

Después de este evento decisivo, María no se repliega en sí misma, sino que va a visitar a Isabel, su pariente. La primera evangelizada se convierte en la primera evangelizadora: proclama las maravillas del Señor, con su presencia gozosa y santificante, con el canto de alabanza y el servicio.

Jesús nace en Belén en condiciones de indigencia y de marginación y María lo presenta a los pastores como Mesías de los pobres, pobre él mismo. Después de cuarenta días lo ofrece a Dios en el Templo y, con El, ofrece la propia obediencia, mientras la voz de Simeón le indica que su maternidad será oscura y dolorosa. Vienen los Magos, primicia de los pueblos paganos, para adorar el Mesías; pero Herodes desencadena la primera persecución y se hace necesario huir a Egipto.

A los doce años, Jesús participa en la peregrinación a Jerusalén para la fiesta de la Pascua y cumple un misterioso gesto profético. Al momento de volver, sin que ninguno de los suyos se dé cuenta, permanece en el templo. Lo encuentran después de tres día de angustiosa búsqueda. María le recuerda, de modo discreto, el derecho de los padres: "Hijo, porqué nos ha hecho esto?. Tu padre y yo, angustiados, te buscábamos" (Lc 2,48). La respuesta es enigmática: Jesús pertenece a otro Padre y debe vivir con él. Sin embargo vuelve a Nazaret, obediente y sumiso. Al cumplirse de sus días aquí en la tierra, otra Pascua revelará el sentido de este habitar con el Padre. María y José, por el momento, no comprenden, pero meditan en silencio. Entre tanto transcurren los largos años de vida escondida: trabajo diario, íntimo contacto con el Misterio, la fatiga del creer.

Inicia la vida publica de Jesús.

En Caná de Galilea, María presenta al Hijo la indigencia humana: "No tienen vino"; después invita a los siervos a cumplir su voluntad: "Haced lo que os dirá" (Gv 2,3.5). De este modo, María coopera en el inicio de los signos y contribuye a suscitar la fe de los primeros seguidores "Jesús manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él" (Gv 2,11). Viene designada como "la mujer", figura del pueblo de Dios en la hora en la cual se celebra la nueva alianza nupcial con el Señor, que recibirá el sello definitivo en la Pascua de muerte y resurrección.

Jesús procede en su misterio y revela gradualmente las exigencias del reino de Dios. María es llamada a superar su humanísima solicitud materna por el Hijo. Cuando se acerca a El, junto con sus parientes, que quieren moderar el celo e invitarlo a una mayor precaución, debe escuchar la respuesta decidida: "el que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mc 3,35). Fiel discípula, comprende siempre mejor qué significa ser la sierva del Señor siguiendo al Mesias-Siervo, encaminándose hacia la cruz.

Sobre el Calvario, María está junto a la cruz. El Hijo viene condenado y escarnecido, flagelado y quebrantado como un verme, abandonado de sus discípulos. En cierto sentido, aparece abandonado incluso del Padre. Las grandes promesas parecen desmentidas: dónde está el trono de David?. Dónde el reino que no tendrá fin?. Para María es una prueba terrible más dura que la de Abrahan en el sacrificio de Isaac, pero permanece en pie. Su fe es inquebrantable, sin reservas. No ve una salida; para sabe que a Dios todo es posible y que sus caminos son inaccesibles. Ahora el "si" de la anunciación llega a ser consentimiento explícito al sacrificio del Hijo y participación de su amor redentor por todos los hombres.

Jesús crucificado ve en María la "mujer", figura de la Iglesia, nueva Jerusalén y nueva Eva; la constituye madre espiritual de todos los hombres, particularmente de los creyentes, personificados por el discípulo amado: "Viendo la madre y a su lado el discípulo que El amaba, dijo a la madre: "Mujer, he ahí a tu hijo!". Después dijo al discípulo: "He ahí a tu madre!" (Gv 19,26-27).

La maternidad divina de Cristo se dilata en la maternidad universal. En virtud del Espíritu Santo, María se convierte para nosotros en madre en el orden de la gracia, para cooperar a la regeneración y a la formación de los hijos de Dios".

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En la mañana de Pentecostés ella ha presidido con su oración el inicio de la evangelización bajo la acción del Espíritu Santo: sea ella la Estrella de la evangelización, siempre renovada, que la Iglesia, dócil al mandato de su Señor, debe promover y cumplir, sobre todo en estos tiempos difíciles pero llenos de esperanza!

Evangelli Nuntiandi

Que la Virgen de Pentecostés nos obtenga todo esto con su intercesión!. Por una vocación singular, Ella vió a su Hijo Jesús "crecer en sabiduría, edad y gracia". En su regazo y después escuchándola, durante su vida escondida de Nazaret, este Hijo, que era el Unigénito del Padre lleno de gracia y de verdad, fué formado por ella en el conocimiento humano de las Escrituras y de la historia del plan de Dios sobre su pueblo, en la adoración del Padre. Ella ha sido, por otra parte, la primera de sus discípulos: la primera en el tiempo, porque, encontrándolo en el templo, ella recibe del Hijo adolescente enseñanzas, que conservará en su corazón; la primera, sobre todo, porque ninguno fue nunca "enseñado de Dios" en una grado igual de profundidad. Madre y discípula al mismo tiempo, de ella decía san Agustín audazmente que ser discípula fué para Ella más importante que ser madre. No sin motivo fué dicho de María que es "un catecismo viviente"!.

Catechesi Tradendae 


Fuente: clerus.org