Desde una mirada superficial que no capta el misterio... 

Arzobispado de Huancayo, Perú 

María fue una Mujer humilde y sin ninguna característica extraordinaria. Nada sabemos de su aspecto físico, pero puede ayudamos el saber que fue una aldeana de Nazareth, pequeño poblado de la montaña en Galilea, al norte de Israel.

Nazareth era un lugar perdido a los ojos del mundo. Sin brillo, sin riquezas, sin mayor cultura ... No se destacaba por nada, sino por ser lugar de revoltosos. Por eso, la pregunta que San Juan consigna en su Evangelio: "De Nazareth, ¿Puede salir algo bueno?" (Jn. 1,46) es un sentir generalizado de la época.

La vida de María, desde pequeña, transcurre tranquila e ignorada en el seno de una familia nazarena humilde y respetuosa de la ley. Pertenecía, se cree, al grupo de los Anawim o "pobres del Señor" porque tenía puesta todas sus esperanzas en Dios. Crece, por tanto, en un ambiente muy religioso, de oración y de disponibilidad a la voluntad de Dios.

Es una Mujer hogareña que hace una intensa vida de familia, pero que también es segura de sí e independiente del qué dirán. Justo antes de su matrimonio da muestras de gran valor: se va a Judá, a unos 120 kilómetros hacia el sur, a visitar y ayudar a un pariente. Desde niña se nutre de las Escrituras: su canto, el Magníficat, es una alabanza a Dios entretejida por citas bíblicas. En este canto San Lucas nos muestra cómo María interpreta su vida desde la Biblia a la que conoce profundamente. No se trata de una aldeana sin carácter, sino que, ya desde muy joven, sabe qué quiere y lo hace. Y lo que quiere y hace no es producto de un capricho pasajero, sino que ella lo ve como su vocación y misión y lo fundamenta bíblicamente en el Magníficat, con sencillez y gran seguridad. Es toda una Mujer israelita cuyo criterio para juzgar el mundo es la Alianza con Dios.

Se casa con el carpintero del pueblo y tienen un hijo único, lo que posiblemente la dejaba en inferioridad de condiciones ante las demás mujeres, que median sus bondades por la cantidad de hijos que daban a sus maridos.

Después de su matrimonio, y de ser recibida por la familia de José (porque se vivía en clanes familiares), se dedica enteramente a las labores domésticas y al cuidado de su familia: (marido, hijo, parientes). Da gran importancia a la formación bíblica de su hijo, en la que el niño destaca ya a los 12 años, según nos narra el episodio del Templo (Lucas 2,41 -50). Ya viuda, cuando su hijo sale a predicar (cosa insólita, porque no pertenecían a una familia de expertos en la ley), ella lo acompaña en sus desplazamientos por el país.

Es una gran admiradora de su hijo e invita a la gente, como en Caná, a hacer todo lo que Él dice. Sufre al presenciar cómo la gente que lo siguió, poco a poco, comienza a abandonarlo; cómo lo acusan de diversos delitos, lo traicionan y lo niegan. Lo ve morir la más vergonzosa de las muertes de la época: la del malhechor expulsado de su raza, la del abandonado por el Dios en quien ella le enseñó a creer, confiar y amar... Mirada desde fuera, la vida de María, como la de su Hijo, es un total fracaso.