María en las Bodas de Caná

Thalia Ehrlich Garduño

En el pasaje de las bodas de Caná, Juan presenta la primera participación en la vida pública de Jesús y pone en relieve su cooperación en la Misión de su Hijo.

Desde el inicio del pasaje, Juan narra que “estaba ahí la Madre de Jesús” (Jn.2, 1) y, sugiere que en esa presencia estaba el origen de la invitación que hicieron a Jesús y a sus Discípulos (Redemptoris Mater, 21), y añade: “fue invitado Jesús con sus Discípulos” (Jn. 2,2).

Con esto, Juan quiere señalar que en Caná como en la Anunciación, la Bella María es quien presenta al Salvador.

El significado y el rol que asume la presencia de la Madre de Dios se manifiesta en el momento que llega a faltar el vino. Ella, como experta ama de casa, se da cuenta de inmediato e interviene para que no decaiga la alegría de todos y, para ayudar a los esposos en esa dificultad.
Se dirigió a su Hijo Jesús con estas palabras: “No tienen vino (Jn.2, 3). La Bella María le hace notar su preocupación por esta situación y espera la intervención de Jesús para que la resuelva.
Algunos exegetas piensan que la Doncella de Nazaret esperaba un signo extraordinario, ya que Jesús no disponía de vino.

La opción de la Hermosa María, que habría podido conseguir en otra parte el vino que necesitaba, revela la valentía de su Fe porque, hasta ese momento, su Hijo Jesús no había hecho ningún prodigio, ni en Nazaret ni en ningún momento de su vida pública.
En Caná, la Bella María muestra una vez más su total disponibilidad a Dios. Ella que, en la Anunciación creyó en Jesús antes de verlo, había contribuido al Milagro de la Concepción Virginal, aquí confía en el poder de Jesús aún no revelado, entonces provoca el primer Milagro de su Hijo, la transformación del agua en vino.

De esta manera, la Doncella de Nazaret precede en la Fe de los Apóstoles que, como nos narra Juan, creerán después del Milagro; Jesús “manifestó su Gloria y creyeron en Él sus Discípulos” (Jn. 2,11).
Más aún, al obtener el signo prodigioso, la Hermosa María brinda un apoyo a su Fe.

La contestación de Jesús a su Madre: “Mujer, ¿Qué nos va ti y a mí? Todavía no a llegado mi hora” (Jn.2, 4), expresa un rechazo aparente, como para probar la Fe de la Bella Doncella de Nazaret.

Esto no elimina el respeto y cariño entre Ellos; el término Mujer, con el que Jesús le habla a su Madre, tiene un significado que dirá en sus diálogos con la Cananea (Mt. 15, 24-28), la Samaritana (Jn. 4,21), la Adúltera (Jn. 8,10) y María Magdalena (Jn. 20,13), en contextos que revelan una relación positiva con las mujeres con quien habla
Con la expresión “Mujer, ¿Qué nos va a ti y a mí?” Jesús quiere poner la cooperación de la Hermosa María en Plan de Salvación que, comprometiendo su Fe y Esperanza exige la superación natural de Madre.

Más fuerte es la motivación hecha por Jesús: “Todavía no ha llegado mi hora” (Jn.2, 4).
 Algunos estudiosos del texto sagrado, que siguen la interpretación de san Agustín identifican esa hora con el hecho de la Pasión.
 Para otros, en cambio, sugiere el primer Signo en que se manifestaría el Poder Mesiánico del Hijo de la Bella María.
 Por último, otros consideran que la frase es una pregunta y prolonga la anterior: “¿Qué nos va a ti y a mí? ¿no ha llegado ya mi hora?” (Jn.2, 4). 

Jesús da a entender a su Madre María que Él ya no depende de Ella, sino que debe tomar la iniciativa para llevar a cabo la Misión que el Padre le encomendó. La Bella María ya no le insiste y, en cambio, habla a los sirvientes para pedirles que cumplan sus órdenes. 
La confianza de la Doncella de Nazaret es premiada. Jesús, al que Ella ha dejado plenamente la iniciativa, hace el Milagro reconociendo la valentía y la docilidad de su Madre: Jesús se dirigió a ellos diciéndoles: “llenen las tinajas de agua.” Y las llenaron hasta el borde (Jn. 2,7). También la obediencia de los sirvientes contribuye para que haya vino en abundancia.
La exhortación de la Virgen de Nazaret: “Hagan lo que Él les diga” sigue conservando en la actualidad un gran valor para los cristianos de esta época y de toda época y esta destinada a renovar su efecto maravilloso en la vida de cada persona.

Invita a una confianza sin vacilar, sobre todo cuando no se entienden el sentido y la utilidad de lo que Cristo pide.

Del mismo modo que en el pasaje de la Cananea (Mt. 15,24-28) el rechazo aparente de Jesús resalta la Fe de la mujer, también las palabras del Hijo de la Hermosa Virgen: “todavía no ha llegado mi hora”, junto a la realización de su primer Milagro, manifiestan la grandeza de la Fe de su Madre y la fuerza que tiene la oración.