Privilegios de María

 

“Inmaculada Concepción”

 

Padre Antonio Rivero L.C

 

 

Penetrando en el significado y grandeza de la vocación de María surge espontáneamente la pregunta: ¿cómo pudo aceptar y mantenerse en esa misión? ¿Cómo es posible que la maternidad divina sea vivida con libertad, espontaneidad, fortaleza?

María debió estar llena de una maravillosa plenitud de vida. Debió ser notablemente rica en capacidad de amor, de entrega, de equilibrio personal.

La vocación recibida exigía una personalidad acorde a sus exigencias personales. Cuando Dios otorga una vocación, concede también todos los dones necesarios para realizarla.

¿Cómo la preparó Dios para esta vocación? ¿Con qué dones la capacitó? Aquí se inserta el dogma que hoy veremos: La inmaculada Concepción. Es decir, María fue preservada inmune del pecado original, desde su concepción.

(1) Un poco de historia del dogma

Esta verdad de fe, proclamada por Pío IX, en 1854, tiene una larga historia. 

Primero, veamos los fundamentos bíblicos de este dogma. Dos textos son fundamentales:

Uno es el pasaje del Génesis 3,15, donde se afirma la enemistad perpetua entre la serpiente y la mujer, y los descendientes de ambos.

El segundo texto, es cuando el ángel saludando a María con la expresión “Llena de gracias”. Esta plenitud de gracias corresponde a su vocación de madre de Dios.

Ninguno de estos textos, es verdad, afirma explícitamente que María fue concebida sin pecado original. Sólo con el transcurso de los siglos se clarifica esta verdad. Es un proceso donde el sentido creyente del pueblo cristiano juega un rol preponderante.

¿Qué testimonio tenemos antiguos y patrísticos?

Ya en el siglo II existen afirmaciones de que María está asociada íntimamente a Cristo en la lucha contra el demonio. Por lo mismo, ella no tiene parte en el pecado. Es la nueva Eva, la vencedora.

En el siglo IV aparece con mayor fuerza la santidad y pureza de María.

Los siglos XII al XIV son siglos de profundas controversias. Grandes teólogos y santos niegan la Inmaculada Concepción, por ejemplo Santo Tomás, san Anselmo, san Bernardo, san Alberto Magno, y lo hacen por una profunda razón: Cristo ha venido a salvarnos del pecado. Si María no cometió pecado. Entonces María no fue redimida. ¡Vaya dilema! Decir que María no fue redimida es excluirla de la salvación. ¡No puede ser! María debió ser la primera redimida. Pero para esto debía haber pecado. Así era la reflexión de estos teólogos.

Quien influyó para esta definición fue el argumento de Duns Scoto (1308) al decir que María fue preservada del pecado en atención a los méritos de Cristo. Fue una gracia especial “Convenía que Dios hiciera la excepción: podía hacerla, por tanto, la hizo” (Potuit, decuit, ergo fecit).

Por tanto, María es la mujer pre-redimida. En ningún momento de su existencia es propiedad del demonio. Está rodeada del amor fiel de Dios desde el comienzo de su vida.

A esto la teología ha llamado la redención preventiva. La nuestra se llama redención restaurativa o liberativa.

Todo hombre nace en estado de pecado. Esta ausencia de vida divina no se debe a una culpa cometida por cada uno, sino a la vinculación solidaria con el género humano. Es un pecado heredado de Adán y Eva, cabeza de la humanidad.

La vida del hombre comienza, por tanto, con la marca del pecado. Con el Bautismo somos liberados, de esta marca y restaurados.

Con María no podía ser así. Ella iba a ser la Madre de Dios, por tanto, Dios se preparó a su Madre, para que no tuviera ni un pecado, ni siquiera el original.

Fue una redención preventiva. Dios la libró del pecado antes de nacer y durante su vida.

María permaneció libre de todo pecado personal, e incluso de la misma inclinación al pecado. ¡Privilegio de Dios!

En María brilla toda la plenitud y la fuerza, el orden y la armonía de la “nueva criatura” hecha conforme a la gracia y al beneplácito devino.

Es la recuperación, a un nivel superior, de la primera creación.

María es, por excelencia, la mujer nueva según el corazón de Dios. Dios hizo que María realizara el ideal y el sueño que Dios había pensado para todo hombre, antes de que este hombre pecara en el paraíso... y después, con los demás pecados personales. 

Ante este dogma, algunos creen que no tiene chiste la vida de María, pues como no tuvo ni pecado original, ni inclinaciones malas... ¿qué méritos hizo en su vida? Nosotros tenemos que luchar mucho contra estas malas inclinaciones. Parecería que nosotros tenemos más méritos que María. 

Pero no es así el planteamiento. María tuvo que crecer en la fe, en el amor, en las virtudes, que es el segundo paso de la lucha contra el mal. Y aquí tuvo María que esforzarse, hacer méritos para hacer rendir los talentos de gracia que Dios le dio.

Sabemos por el Evangelio que María tuvo que sufrir lo indecible, que no todo lo entendía, que tenía que ejercitar más y más su fe y esperanza y amor. Tuvo cruz y dolor, entrega y sacrificio. Experimentó el exilio y la violencia de los hombres. Vivió el conflicto familiar porque sus parientes no comprendían la personalidad y misión de Jesús. Sufre por la dureza de corazón de los dirigentes de su pueblo, por las maledicencias, abandonos, egoísmos, traiciones que jalonan la vida del Salvador. Experimentó el poder del pecado en la muerte de su esposo José y en la de su propio Hijo.

Conoció la dignidad, la belleza y la nobleza de las criaturas, pero también la bajeza, la mentira y el odio que desde la caída original deforman lo humano.

El don de la Inmaculada justamente debió concederle una mayor capacidad de vivencia y corrupción de la condición humana. Porque el pecado confunde, quita claridad, disminuye las capacidades, obstaculiza la comunicación espontánea con Dios, los hombres y las cosas. 

(2) ¿Por qué quiso Dios que fuera Inmaculada María?

Porque sería la Madre y compañera de su Hijo Jesús, el Cordero sin mancha, igual a nosotros en todo, menos en el pecado. 

Por esto, Dios la quiso Inmaculada. Debía ser enteramente Santa e inmaculada, porque sería la Madre de Dios, Tres veces Santo. 

Dios quiso alentar nuestra esperanza y señalarnos el camino, porque en una criatura redimida la gracia ya conquistó una victoria completa. Así como la gracia ya triunfó en María, también triunfará en nosotros. María, Madre Inmaculada, ruega por nosotros.

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