María en el Nuevo Testamento

 

San Juan

 

Padre Antonio Rivero L.C

 

 

Caná

También nosotros hemos sido invitados a Caná. Ahora es el evangelista Juan quien nos da otros rasgos de María. No olvidemos que Juan es el evangelista teólogo, nos hace ver con mirada de águila el significado que la fe descubre en la historia. Por eso, sus narraciones encierran un profundo sentido teológico.

Juan narra dos escenas, donde María es protagonista junto a su Hijo: En las bodas de Caná ( cap, 2, 1-11) y junto a la Cruz en el Gólgota (cap. 19, 25-27).

Tomemos también asiento en esa boda en la que fue invitada María, y con ella, Cristo y los apóstoles.

María está presente en Caná de Galilea como Madre de Jesús, y de modo significativo contribuye – dice el Papa en la encíclica “La Madre del Redentor” n. 21- a aquel comienzo de las señales que revelan el poder mesiánico de su Hijo.

¿Qué pasó en la boda? En un momento de la misma se acaba el vino. María, con delicado sentido femenino, percibe la situación de aflicción e interviene. Nuevamente -como en la visitación- muestra su vocación de servicio, es solidaria con sus semejantes comprometiéndose con sus necesidades concretas. Su amor es activo y efectivo.

Se dirige entonces a Jesús, haciendo notar la carencia y pidiéndole una solución.

A los ojos de un simple lector, la respuesta de Jesús a su Madre parece dura: “Mujer, ¿qué tengo yo contigo?”. Pero el desarrollo posterior de la escena prueba la ausencia de rechazo, reproche, o ruptura de Jesús con su madre.

María ordena a los sirvientes: “Haced lo que Él os diga”. María cree en el poder de su Hijo y confía en ser atendida.

Aquí vemos dos rasgos más de María: María, la Virgen confiada y la Virgen intercesora y mediadora.

María no hace el milagro, pero lo provoca, con su influencia moral y con su intercesión.

“Haced lo que El os diga” son las últimas palabras de María conservadas en el Evangelio. Más que a los sirvientes de la boda, son palabras dirigidas a los hombres de todos los tiempos. Contienen todo el anhelo, la vivencia y la misión de María: conducirnos a la identificación con Cristo. Estas palabras de María concuerdan con la voz del Padre en el Tabor: “Este es mi Hijo... escuchadle” (Mt. 17,5).

Jesús atiende efectivamente el pedido de María y transforma el agua en vino abundante y bueno. Con ello se supera la situación de apuro y se asegura de alegría de la fiesta.

Pero el suceso de Caná posee un significado más profundo y trascendente.

Primero: La nueva dimensión de la maternidad de María: ya no sólo será la Madre de Cristo, sino nuestra madre, y será en Caná donde manifiesta la solicitud por los hombres, ese ir a nuestro encuentro en toda la gama de nuestras necesidades. En Caná -dirá el Papa- se muestra sólo un aspecto concreto de la indigencia humana, aparentemente pequeño y de poca importancia (“No tienen vino”). Pero esto tiene un valor simbólico. El ir al encuentro de las necesidades del hombre significa, al mismo tiempo, que con María se da una Mediación: María se pone entre su Hijo y los hombres ante sus privaciones, indigencias y sufrimientos. “Se pone en medio, o sea hace de mediadora no como una persona extraña, sino en su papel de madre, consiente de que como tal puede –más bien “tiene el derecho de” –hacer presente al Hijo las necesidades de los hombres.

Su mediación, por lo tanto, tiene un carácter de intercesión: María “intercede” por los hombres.

Segundo: sobre todo, María desea también que se manifieste el poder mesiánico del Hijo, es decir, su poder salvífico encaminado a socorrer la desventura humana, a liberar al hombre del mal que bajo diversas formas y medidas pesa sobre su vida.

Por tanto, María estimula a los hombres a creer en la misión divina de su Hijo. No sólo quiere provocar la admiración, sino comprender y aceptar a su Hijo como el Mesías, el Hijo de Dios.

Por eso, María les dice: “Haced lo que Él os diga”. Miren a Cristo, vayan a Cristo, oigan a Cristo, hagan lo que les dice Cristo.

María se presenta ante los hombres como “portavoz de la voluntad del Hijo” – dice el Papa, indicando aquellas exigencias que deben cumplirse para que pueda manifestarse el poder salvífico del Mesías.

En Caná, merced a la intercesión de María y a la obediencia de los criados, Jesús da comienzo a su “Hora”.

En Caná María aparece como la que cree en Jesús; su fe provoca la primera “Señal” de su Hijo, el primer milagro. Y al mismo tiempo contribuye a suscitar la fe de los discípulos. Dirá el Concilio Vaticano II: “Esta misión maternal de María hacia los hombres de ninguna manera oscurece ni disminuye esta única mediación a Cristo, sino más bien muestra su eficacia... Esta función maternal brota, según el beneplácito de Dios “de la superabundancia de los méritos de Cristo...”(60).

Por tanto, la mediación de María está orientada plenamente hacia Cristo y encaminada a la redención de su poder salvífico. Es una mediación maternal; la de Cristo es la única mediación salvífica.

¡Qué hermoso experimentar en nuestra vida la continua mediación materna de María, pues ella nos lleva al único mediador que nos salva: Cristo!

Segundo, al pie de la cruz...

“Junto a la Cruz de Jesús estaba su Madre”. 

Vamos también nosotros al Calvario a acompañar a María en la agonía y muerte de Jesús, su Hijo y nuestro hermano mayor. Esta escena es la culminación de la de Caná.

La “Hora” fijada por el Padre llega a su momento clave. En el Calvario se realiza y se despliega todo el sentido de la venida de Jesús al mundo. Allí se consuma la nueva y definitiva Alianza. Es la “Hora” de la máxima revelación del amor del Padre a los hombres, la expresión culminante del amor de Cristo a los suyos, la plena entrega de amor de Jesús al Padre y el momento de la derrota del poder de Satanás.

En este momento cumbre está María. Su presencia no es casual, ni solamente un testimonio de su sentimiento maternal, sino que posee una profunda significación teológica.

Está allí como la mujer, aquella de cuyo linaje saldría el vencedor del demonio. Por eso Jesús agonizante la llama con ese nombre “Mujer”. Está acompañando a su Hijo en la redención del mundo.

¿Qué rasgos añade san Juan sobre María?

Por una parte reafirma el rasgo que ya san Lucas nos comentó en el momento de la presentación del Niño en el templo: Virgen oferente. María en la cruz sigue siendo esa “Virgen oferente”, la que se había entregado por entero en el momento gozoso de la Anunciación y en la presentación en el templo, también ahora, en momentos dolorosos vuelve a testimoniar su amor entregándose a sí misma. La espada que le atraviesa el corazón no es resistida. Entrega lo más querido: su propio Hijo, y con Él se inmola Ella como víctima de amor. Ella misma ofrece al Padre el sacrificio de Jesús. Es la hora de la autenticidad del amor.


La expresión “Stabat” (estaba en pie) denota vigorosamente la actitud de María en un estar en pie, sin claudicación ni desmayo. María está junto a la cruz, herida profundamente en su corazón de madre, pero erguida y fuerte en su entrega. Es la primera y más perfecta seguidora del Señor porque, con mayor intensidad que nadie, toma sobre sí la carga de la cruz y la lleva con amor íntegro; ella con su propio dolor completa lo que falta a la pasión de Cristo (cf. Col. 1, 24).

Es la hora de la fidelidad, de la ratificación solemne de su primer “Sí”. Por eso María en la cruz es también además de la Virgen oferente, la Virgen fiel, pues la fidelidad se demuestra y se acrisola en los momentos de prueba y de dolor. La Virgen fiel a su “Sí”. Decir “Sí” en los momentos de gozo y exaltación es fácil. Pero seguir diciendo “Sí” en momentos de dolor es señal de fidelidad.

Hay más profundidad teológica en este texto de San Juan.

La maternidad universal de María comenzada en Caná, ahora ya Jesús la consagra con sus palabras: “Mujer, ahí tienes a tu Hijo”. María en la Cruz viene convertida en Madre de la humanidad, Madre de la Iglesia, simbolizada y representada por Juan.

Del costado abierto de Cristo está naciendo la Iglesia y necesita una Madre. ¿Quién mejor que María?

Si María es la madre de Jesús, cabeza de la Iglesia... ¿cómo va a quedar sin madre el cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia? 

María madre de Cristo Cabeza y de la Iglesia, cuerpo de Cristo.

¿Quedaría sin aliento, sin alimento, sin consuelo el Cuerpo místico de Cristo?

Es en la Cruz donde María queda convertida en madre de la humanidad, madre de la Iglesia. El amor crucificado de María se vuelve amor fecundo la semilla debe morir para producir fruto abundante. Jesús no se ofrece por sí mismo, sino por nosotros. María no sufre por sí misma, lo hace por nosotros. No se repliega sobre su dolor, lo abre a sus hermanos, representados en ese momentos por el discípulo Juan.

“Mujer, ahí tienes a tu Hijo”. Detrás de ese hijo estábamos todos los redimidos... la nueva vida que nacía en el Calvario necesitaba del cuidado y del cariño de una madre. Y esa madre es María.

Jesús como que ensanchó el regazo de María para que pudiera abrazar y acoger a todos los hombres. Y desde ese día María nos ha cuidado, y no quiere perder a ninguno de los hijos que Jesús le confió. 

Pero también es deber nuestro atender a esta Madre María, llevarla a nuestra casa, es decir, dejarnos amar por ella, contemplarla e imitarla.

María en la cruz es la Virgen oferente y al mismo tiempo la Madre Universal de los redimidos, es la madre de la incipiente Iglesia, fundada por Cristo.

¿Se podría decir que María en la Cruz es corredentora? Este es un hermoso título que la tradición ha ido dando a María, no sin tropiezos... Ahora se está considerando la oportunidad de declararlo dogma. Ciertamente su cooperación a la redención es indirecta y mediata, porque puso toda su vida voluntariamente al servicio del Redentor, primero con su “fiat” en el momento de la Eucaristía, y luego padeciendo e inmolándose con Él al pie de la cruz.

Quedémonos en silencio en el Calvario, agradeciendo a Jesús este regalo de su Madre... y a María, agradeciéndole su cariño.

María en Pentecostés

La obra y la acción de María no acaba en el Calvario. ¿Qué les parece si entramos también nosotros al Cenáculo, donde están reunidos los apóstoles con María en espera del E.S.? Los apóstoles formaban la primera Iglesia. Y María era la madre de esa Iglesia . ¿Cómo no iba a estar María ahí? 

Para esto nos servirá el texto de los Hechos 1, 12-14; 2,1: “Todos perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María la madre de Jesús”.

Ciertamente María no pertenece al grupo de los Apóstoles, pues no ocupa un lugar jerárquico, pero es presencia activa y animadora primera de la oración y la esperanza de la comunidad. 

¿Qué notas, qué rasgos podemos descubrir en este texto de los hechos de los apóstoles?

María Madre, alma y aliento de la Iglesia naciente

La presencia de María en el Cenáculo es solidaridad activa con la comunidad de su Hijo. Ella es la que no mayor anhelo y fuerza implora la venida del Espíritu.

María era una mujer del espíritu. Su vida está jalonada de intervenciones del E.S. El E.S. fue quien la cubrió con su sombra y obró en ella la Eucaristía del Hijo de Dios. El E.S. santificó a Juan Bautista en el seno de su madre Isabel, y maría e Isabel se llenaron de gozo en el Espíritu. El espíritu revelo al anciano Simeón la misión de su Hijo Jesús y profetizo a María la espada de dolor.

Por tanto, toda la vida de María se desarrolla en la fuerza del espíritu.

Al recibir una vez más María al E.S en Pentecostés, recibe la fuerza para cumplir la misión que de ahora en adelante tiene en la historia de la salvación: María Madre de la Iglesia. Todo su amor y todos sus desvelos son ahora para los apóstoles y discípulos de su Hijo, para su Iglesia que es la continuación de la obra de Jesús.

Ella acompaña la difusión de la Palabra, goza con los avances del Reino, sigue sufriendo con los dolores de la persecución y las dificultades apostólicas.

María en el Cenáculo es la Reina de los apóstoles y los protegía; el Trono de Sabiduría que les enseñaba a orar y a implorar la venida del Espíritu, era la Causa de la alegría y el Consuelo de los afligidos, y por eso les animaba.

Pentecostés con la venida del E.S. sobre aquella comunidad cristiana congregada en el Cenáculo marca el comienzo de los hechos de los Apóstoles, el comienzo de la evangelización, de la difusión y propagación de la Iglesia.

Este crecimiento y expansión eran debidos a la fuerza del Espíritu, que habían recibido los apóstoles, pero María estaba allí presente con su oración y fe. Y lo mismo que participó en la formación de Cristo en Nazareth, participa ahora con su presencia orante en el nacimiento y expansión de la Iglesia y en su misión evangelizadora. 
Por eso, podemos sacar un segundo rasgo de María, aquí en Pentecostés: María mujer evangelizadora desde el primer momento de la Iglesia.

Es una constante de la historia de la Iglesia María ha estado presente en la evangelización de todos los pueblos en los diversos continentes, como lo muestran las historias de las misiones.

Por ejemplo en África y en América.

Los misioneros portugueses, con la fe en Cristo, llevaron a los pueblos de África una tierna devoción a la Virgen María y sembraron las tierras evangelizadoras de nombres de Santa María. El mismo San Francisco Javier, que manejaba en barcos portugueses a lo largo de la costa de África, decía: “He constatado que en vano se predicaba el nombre de Jesús antes de haberles mostrado la imagen de su madre”

En el campo, el P. Benaventura de Alessamo, superior de los capuchinos que evangelizó en el siglo XVII, solía convocar a los fieles una o dos veces al día en la Iglesia o junto a un árbol. Allí cantaban las letanías y rezaban el rosario, al mismo tiempo que les hablaban de la devoción de la virgen y de su poderosa intercesión ante Dios a favor de los hombres.

Mucho más fue el influjo de María en la evangelización de América. Los misioneros llevaban siempre consigo una imagen de María. También los soldados solían llevar imágenes o estampas de María que les habían regalado sus madres, hijas o esposas, para que fueran su salvaguardia en los múltiples peligros que les aguardaban.

Es un hecho comprobable que en todas partes surgieron santuarios célebres de la Virgen, que pronto se convirtieron en lugares de peregrinación y centros de evangelización, de piedad e identidad cristiana. “La América no ha llegado a Jesús sino en brazos de María”. El caso más espectacular ha sido el de México. Después de las apariciones de la Virgen de Guadalupe al indio San Juan Diego, las conversiones se multiplicaron con tanta rapidez que se tenían hasta 15000 bautizos al día. Fray Toribio de Benavente narra en su crónica que a los misioneros se les caían los brazos de cansancio de tanto bautizar.

Con toda razón, los obispos de Latinoamérica, reunidos en Puebla en 1979, reconocían que la devoción y culto a María pertenece a la identidad propia de estos pueblos, señalando además el influjo que María ha tenido en su evangelización.

“Ella cuida de que el Evangelio nos penetre, conforme nuestra vida diaria y produzca frutos de santidad. Ella tiene que ser cada vez más la pedagoga del Evangelio en América Latina”

Lo mismo podemos decir de los grandes santuarios marianos que hoy día se han convertido en los centros más significativos de irradiación de vida cristiana. Fátima y Lourdes, son lugares de encontró con Dios, de conversiones, de catequesis y de evangelización.

Y todo esto comenzó en Pentecostés. 

Oh, María Estrella de la Evangelización ruega por nosotros evangelizadores del Tercer Milenio. Y acompáñanos en nuestro peregrinar por estos mundos de Dios para llevar el mensaje de tu Hijo por todas partes. Amén. 

Apocalipsis 12, 1 ss 

“Una gran señal apareció en el cielo: una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza, y estaba en cinta y gritaba en su angustia y dolores de parto”. 

¿Cuál es el contexto?

Sabemos que el Apocalipsis no en un libro fácil de leer. Recordemos que se escribió alrededor del año 95, cuando la Iglesia afrontaba una dura situación. La sangrienta persecución romana pone a prueba su fe y su entrega.

San Juan se dirige a la comunidad cristiana para esclarecerle el sentido de los sucesos y animarla en la tribulación. En la persecución está obrando el poder del demonio, quien odia a Cristo y a los cristianos, aquellos que perseveran hasta el final participarán en el triunfo de Cristo. Tal es el mensaje primero e inmediato del libro del Apocalipsis. Pero los acontecimientos de su tiempo sirven a san Juan para ampliar la interpretación de la historia universal: el acontecer de todos los tiempos es una lucha permanente entre el poder de Dios y las fuerzas demoníacas. Esta lucha se resuelve con la victoria incuestionable de Dios, en virtud de la muerte de Cristo.

Hagamos ahora el análisis de este capítulo 12 del Apocalipsis. 

Esta visión puede dividirse en tres partes.

• La presentación de los personajes simbólicos: la mujer y la serpiente (1-4)
• La persecución del dragón al Hijo varón de esa mujer, y la victoria de éste (4-12)
• La persecución contra la mujer y el resto de sus hijos (v. 13-17)

¿Quién esa mujer vestida de sol con la luna bajo sus pies?

La mujer está vestida de luz, símbolo de benevolencia de Dios y de la participación en su vida. Sobre su cabeza tiene “una corona de doce estrellas”, imagen igualmente luminosa como las anteriores que simbolizan a las doce tribus de Israel.

Aparece una segunda señal, el otro personaje: “Una gran serpiente roja, con siete cabezas y diez cuernos”.

¿Quién es está serpiente?

Se trata de la serpiente antigua, clara alusión a la imagen del demonio en el paraíso. Se le llama Diablo y Satanás, el seductor del mundo eterno.

Las siete cabezas evocan a Roma, ciudad de las siete colonias. Los diez cuernos y las siete diademas son el poder real del imperio.

Esta señal expresa que el demonio utiliza el poder del imperio Romano en su intento de aniquilar al Hijo de la mujer y a sus seguidores, los cristianos.

La cola que arrastra la tercera parte de las estrellas alude a la caída de los ángeles malos, arrastrados por Satanás.

¿Quién es esta mujer?

La mujer es susceptible de varias significaciones simultáneas, autorizadas por el pensar simbólico y representativo propio de San Juan.

• En una primera significación, es el Pueblo de Dios. Simboliza a Israel, pueblo escogido del cual proviene el Mesías - y al nuevo Pueblo - la Iglesia -, sometida a la persecución y a las insidias del demonio. 
• En una segunda significación, es María Santísima. Ambas significaciones - eclesial y mariana - se complementan y enriquecen mutuamente, porque Juan contempla a la Iglesia con los rasgos de María, y a María insertada en el misterio de la Iglesia. 
• Esa mujer dio a luz, ¿a quién? A un Hijo Varón, Cristo, que ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro (v.5).
• Pero también se puede interpretar ese Hijo como a los cristianos: dio a luz a los cristianos, pues la profunda unidad entre Cristo y los cristianos es mensaje permanente en los escritos de Juan.

La lucha entre la Mujer y la serpiente es fuerte. La serpiente pretende devorar al Hijo, pero este “fue arrebatado hasta Dios y hasta su trono,” alusión inequívoca a la exaltación de Jesús por su elevación en la cruz, donde derrota al demonio, y por su Ascensión a los cielos. La mujer huye entonces al desierto, lugar preparado por Dios para su protección y refugio. Allí se la alimenta - alusión al maná y a la Eucaristía- durante 1260 días, tiempo alegórico que tipifica la duración de una persecución larga, pero a la vez limitada por la voluntas divina. 

¿Qué rasgo de María sobresale en este texto del Apocalipsis?


María vencedora del mal, la que pisa la cabeza de Satanás, la inmaculada, la sin pecado. Y como María es madre de la Iglesia, la Iglesia también triunfará en esta terrible lucha que durará desde la Pascua hasta la Parusía o Segunda Venida de Cristo. 

Aunque ya se libró en el Calvario la batalla definitiva, las potencias del mal continúan ofreciendo resistencia. El demonio sabe que le queda poco tiempo y ya fue derrotado irremediablemente por Cristo, pero busca vengarse y causar daños a los seguidores de Cristo y apartarlos de Cristo y de la Iglesia. 

Pero no tengamos miedo, María está a nuestro lado, ella, la vencedora. Y con ella vencemos nosotros, vence la Iglesia. El demonio no puede contra María ni contra la Iglesia, que goza de la protección y del alimento de Cristo victorioso. Dios es el vencedor. 

Por eso el cristiano aun en medio de las persecuciones- está llamado a vivir alegre en la esperanza y seguro de la victoria. María está presente en la lucha a nuestro favor. Enemiga perpetua del poder de las tinieblas, participa en las tribulaciones de sus hijos - de nosotros - y es para nosotros señal de victoria. 

La mujer del Apocalipsis es la misma del Calvario y del Paraíso, testimonio de la presencia de María en las entregas decisivas de la historia de la salvación. Y así termina el versículo 12, de este capítulo 12: “Por tanto, regocijaos, oh Cielos y los que en ella moráis”...

“María, después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce siempre Virgen María!”.

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