La esclava del Señor

Padre Ramón Aguiló sj.

 

Mi querida Madre, María, Nuestro Creador y Padre Dios, te escogió para que fueras la Madre terrena de su Hijo, Dios, que se iba a encarnar, para la salvación de la humanidad entera. No ha habido, ni hay, ni habrá una Mujer que sea la encarnación de tanta grandeza. Esposa del Padre, Madre del Hijo y Templo del Espíritu Santo Te lo dijo con toda claridad el Mensajero de Dios, el Embajador que te comunicaba el gran Mensaje del lugar excepcional que Tú ibas a ocupar en la Misión de la Salvación del Universo. 
 
Tú fuiste consciente de esta grandeza, de lo que significaba para Ti y para los demás tu Maternidad Divina. Lo has dicho varias veces. 
 
SE LO DIJISTE A GABRIEL, EL EMBAJADOR. Cuando el enviado de Dios te comunicó lo que el gran Dios quería de Ti, Tú no lo aceptaste de inmediato. Tuviste unas cuantas dudas. 
 
Tú sabías perfectamente lo que había sido tu vida de niña y de jovencita. Tú recordabas perfectamente lo que sentías en el Templo de Jerusalén, cuando fuiste presentada a Yahvé. Y cómo fue tu total ofrenda para vivir una vida cien por cien consagrada a Dios, sin tener amores terrenos. Sin pensar en una familia. Sin planificar el número de hijos o hijas que ibas a procrear. Por todo ello, cuando escuchaste las palabras del Enviado de Dios en las que te hablaba de que ibas a ser Madre de un Niño al que llamarías “Jesús”, tu posición y tu conciencia Te ofrecieron una serie de dudas, y se las comunicaste sinceramente al que te hablaba en nombre de Dios. Entonces él te explicó cómo iba a ser aquella maternidad divina. Y Tú exclamaste con emoción, con una gran sinceridad, con una profunda humildad que Te considerabas una Esclava del Señor. No hay conceptos más distantes que los conceptos de “Madre de Dios” y “Esclava del Señor”.  
La Madre de Dios tiene unos mensajes maravillosos, insuperables, grandiosos. Y en cambio el concepto de Esclava tiene unos colores, unas sugerencias terribles. El esclavo, la esclava son seres humanos sin derechos, forzados al trabajo duro, que siempre deben estar callados y realizando lo que sus dueños mandan. Ahora nos cuesta conocer lo que significa la Esclavitud. Porque no existen ya los esclavos. Pero Tú, María, sabes lo que Tú querías significar utilizando, pronunciando la palabra “ESCLAVA”. Afirmaste que cumplirías siempre la Voluntad de Dios.  
LO HAS CANTADO EN TU POESÍA. Tú, María, tuviste una profunda inspiración poética, muy hermosa, muy profunda. Hay un momento en tu vida en que espontáneamente, inesperadamente, compusiste un hermoso cántico de alegría. Fue en el momento en que te encontraste con tu pariente Isabel, que estaba esperando a un hijo al que debía llamar “Juan”.  
El niño saltó de alegría en el vientre de su mamá cuando Tú la saludaste. La madre Isabel también “quedó llena del Espíritu Santo, y exclamando con gran voz, dijo: ´Bendita Tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mi?. Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor´”.  
Entonces Tú te sentiste inspirada, y expresaste tus sentimientos en forma de una Poesía que cada día repiten miles de católicos de todo el mundo. Es el “Magníficat”, palabra latina que traduce la primera palabra que Tú dijiste en aquel momento de emociones.  
Tú dijiste, o cantaste: “Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador porque HA PUESTO LOS OJOS EN LA HUMILDAD DE SU ESCLAVA”.  
Recordabas lo que le habías dicho al ángel. Recordabas la palabra que expresaba y expresó siempre tus sentimientos ante la grandeza infinita de Dios. Te sentís su Esclava. 
 
UNA LLAMADA PARA TODOS. Los hombres y las mujeres de este mundo piensan de una forma totalmente diversa. Todos y todas quieren ser como señores y dueños, propietarios, políticos, dirigentes sociales, dirigentes dentro de nuestra querida Iglesia. Esta es la triste realidad humana, que tiene muy poco de Cristiana, que no se parece en nada a tu personalidad. 
 
Deberíamos todos, como Tú, sentirnos ESCLAVOS de los demás. Trabajadores sin exigencias. Hombres y mujeres que entregan su pensamiento, sus horas al bien de los otros, sin exigir pagas enormes, recompensas, salarios de los demás. Todos llevamos dentro a un pequeño caudillo. Todos queremos ser un respetable Jefe. 
 
Aprendamos de Ti, María, que siendo Madre de Dios, te sentías como su Esclava.