Poetisa y profeta

Padre Ramón Aguiló sj.

 

María, Tú has leído muchas veces seguramente, los escritos que nosotros llamamos del “Antiguo Testamento”. Ellos contienen las revelaciones del Ser Supremo para que las conozcan los miembros de la humanidad que tiene Fe en Él.  Pero lo que quisiera ahora subrayar es que además son escritos muy bellos, con estilos, metáforas, contenidos de gran altura y belleza.  
Muy especialmente los Profetas han utilizado un estilo de poetas. Ellos van diciendo lo que el Señor Dios les inspira como si recitaran una bellísima poesía. Los Salmos que, en gran parte, escribió el Rey David, también son muy bellos y artísticos. Parecen pensados y escritos para que puedan ser cantados, recitados en amplias reuniones de hombres y mujeres que desean hablar con Dios.  
Tú, María, recuerdas con mucho precisión cuáles son los escritores que merecen el calificativo de Creadores de lo Bello. Si ahora quisiéramos recordarlos a todos, tendríamos que ofrecer una larga lista y muchas páginas de sus contenidos.  
El Libro de los Salmos, como te dije antes, contiene muchas poesías. Los libros que se atribuyen al Rey Salomón también son preciosos. Así los Proverbios, el Eclesiastés, el Cantar de los Cantares, el Libro de la Sabiduría, el Eclesiástico.  
Los escritos de los Profetas se pueden considerar como verdaderamente Poéticos. Y, por ello, los Profetas casi siempre proponen sus visiones en forma de muy hermosas Poesías. Hay que leer y mejor recitar los escritos de Isaías, Jeremías con sus Lamentaciones, Baruc, Ezequiel. Algunos eran hombres de clases sociales sencillas, obreros, como Amós, que era un ganadero o un pastor.  
TÚ TE MANIFESTASTE COMO POETISA. En otra Carta Te recordaba que Tú habías entonado un Cántico en el momento en que, cuando ya habías concebido en tu seno al pequeño Jesús, visitaste a tu pariente Isabel. Y en aquel momento se puso en marcha como un diluvio de alegría. El niño Juan, todavía no nacido, saltó de gozo. Su madre Te saludó con una frases muy bellas, gritando por la emoción. Y Tú le contestaste con un hermoso cántico que cantamos o rezamos miles de católicos en todo el mundo, en las iglesias, en las reuniones, cuando ya se acerca la tarde rosada y sugerente. Este canto, esta Poesía se llama el “Magnificat”.  Yo la sé casi de memoria, toda. Y cada vez que la recito me siento impresionado, y me parece escucharte a Ti.  
Lo curioso es que estos versos tan bellos brotaron de tu Corazón y de tus Labios espontáneamente. Fueron una verdadera improvisación. ¿Recuerdas, María, aquellos minutos?. ¿Recuerdas cómo ibas recitando y cantando lo que Dios te inspiraba?. Experimentaste una verdadera inspiración poética. Después de tu viaje solitaria por la región montañosa que te llevó a una Ciudad de Judá, que ahora llaman Ain Karim, situada a unos 6 kilómetros al oeste de la gran ciudad de Jerusalén. Allí estaba la casa donde vivía Isabel.  
Me gustaría ahora subrayar algunas frases, las más bellas de tu Cántico. No sé cuáles debo suprimir para ser más breve. Tú recitaste: “Engrandece mi Alma al Señor / y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador / porque ha puesto los ojos / en la humildad de su esclava / por eso desde ahora las generaciones / me llamarán bienaventurada /. Porque ha hecho en mi favor / maravillas el Poderoso /. Santo es su Nombre / y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen.”  Esta primera parte es la más alegre, la más encantadora, la más personal. Pero hemos de considerar también la segunda parte, que es una profecía sintética acerca de los cambios que van a llegar en la sociedad del futuro.  
TÚ, MARÍA, TE IMPRESIONASTE ANTE EL FUTURO. Tu improvisado cántico dirigió tus miradas hacia lo que iba a suceder en los tiempos por venir. Entonces declamaste una verdadera poesía que expresaba una forma de revolución pacífica que se iba aproximando.  
Es maravilloso escuchar de una mujer tranquila, divinizada, que ya sabía que era Madre del Dios Supremo, unas palabras que condensaban las vigorosas formas de una sociedad más justa, ahora diríamos más CRISTIANA.  
Atacaste duramente a los soberbios, a los potentados, a los ricos, mientras veías cómo eran ensalzados los humildes, a los hambrientos. Parece como si hablaras en estos momentos, de lo que iba a realizar tu Hijo, Jesús, el Libertador, que estaba por nacer.  
Mira qué palabras. Las podría utilizar un revolucionario que tuviera una mentalidad cristiana. “Desplegó la fuerza de su brazo /, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. / Derribó a los potentados de sus tronos / y EXALTÓ A LOS HUMILDES. / A LOS HAMBRIENTOS COLMÓ DE BIENES / Y DESPIDIÓ A LOS RICOS SIN NADA”.  UNA VERDADERA LECCIÓN PARA TODOS. Los Cristianos de ahora, los que intentamos realizar en nuestro mundo las enseñanzas de Jesús, deberíamos tener en cuenta ese ideal tan hermoso, tan humanitario, que Tú contemplabas, como Profetisa, en aquel momento jubiloso, gozoso, de TU VISITA A ISABEL.  
Concede, María, a todos los que se entregan al Apostolado ahora y después, ese don incalculable de saber buscar y realizar el ideal que Tú veías. Que los Soberbios sean más humildes. Que los ricos sean menos ricos. Que los pobres suban de categoría, tengan más dinero, para vivir un poco mejor, y puedan vencer a ese gran enemigo social que es el hambre.  
El Mundo sería más justo y más tranquilo, si todos escucháramos tu canto y viéramos en él lod ideales de tu Hijo, Jesús de Nazaret.