Contemplativa en la acción

Padre Ramón Aguiló sj.

 

El Evangelista Artista y Confidente tuyo, María, nos da un brochazo de tu vida que quiere expresar la profundidad de tus sentimientos y de tus pensamientos ante todo lo que, por voluntad de Dios, te sucedía.
 
Tiene una frase que en pocas palabras dice muchas cosas y describe muchas situaciones. Esta es la descripción que de tu personalidad nos ofrece Lucas: “MARÍA, POR SU PARTE, GUARDABA TODAS ESTAS COSAS, Y LAS MEDITABA EN SU CORAZÓN”.  
Me parece que esto podría decirse de todas las mamás que se pasan los dias mirando hacia los ojitos de su pequeño hijo de pocos meses. ¿Verdad que es así?. Yo las veo atentas, ensimismadas. Muchas llevan a su pequeño ser, niño o niña, en sus brazos o en un cochecito cómodo que se traslada fácilmente por las calles y plazas de las ciudades. Cuando encuentran a alguien, si son familiares suyos o por los menos amigos o amigas, detienen el cochecito. Y todos se fijan en los ojitos del peque. Y comienzan las exclamaciones... “¡Qué guapo!. Qué maravilloso. Es igual que su padre. Parece una foto de su madre”. Y la mamá sonríe. Mira y vuelve a mirar a su hijito y empieza su larga meditación maternal.  
TU CONTEMPLABAS Y CALLABAS. Sucedieron muchas cosas, algunas agradables y otras capaces de producir tristezas y hasta angustias, cuando Jesús era un pequeño ser humano, de pocos meses, de pocos años. Y Tú, María, generalmente no demostraste tus preocupaciones. Eras una madre, que conocía cuál era su misión, que le había revelado Dios. Y la cumplía perfectamente con todas las consecuencias y en todas las circunstancias. 
 
Cuando los Pastores llegaron al pesebre para saludar al Niño recién nacido, Tú estabas atenta, tu corazón latía con más fuerza, escuchabas lo que narraban aquellos hombres duros, austeros, que vigilaban los rebaños durante las siempre largas noches. Ellos no se callaron después de haber contemplado al Niño. Al contrario, “dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel Niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores decían”. “Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho”.  
Aquellos hombres duros e incultos hablaron mucho, se sintieron elocuentes, impresionados. Mientras, Tú callabas y contemplabas. 
 
ANTE PROFETAS Y PROFETISAS. Los días iban pasando. Y las obligaciones legales, según las normas del pueblo de Israel, debían cumplirse. Por lo menos así se deduce de lo que sucedió. 
 
¿Estaban Jesús y sus padres obligados a la Circuncisión, después de los ocho días del Nacimiento del Hijo de Dios hecho Hombre?. Yo experimento mis dudas acerca de esta obligación. Pero la mamá y el papá del Niño Jesús no tuvieron ninguna duda. 
 
Lucas lo escribe con toda claridad y precisión: “Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le dio el nombre de Jesús, el que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno”, En esto Mateo es más explícito. Según este evangelista, el ángel le dijo a José que tenía dudas acerca de lo que debía realizar él: “Tú le pondrás por nombre JESÚS, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del Profeta: VED QUE LA VIRGEN CONCEBIRÁ Y DARÁ A LUZ UN HIJO, Y LE PONDRÁN POR NOMBRE EMMANUEL, que traducido significa DIOS CON NOSOTROS”. El nombre de Jesús es una palabra hebrea que significa “YAHVEH SALVA”.  
Más tarde llegó el día de la Purificación y de la Presentación del recién nacido a Dios, aunque esta última no era obligatoria. Los papás de Jesús quisieron cumplir la Ley de Moisés lo mejor posible. Y así lo hicieron. Jesús era el Primogénito. Por esto fue consagrado a Dios y sus padres ofrecieron por Él, un par de tórtolas o dos pichones, que era la ofrenda de los pobres. 
 
Pero entonces aparece Simeón, que un hombre “justo y piadoso y esperaba la consolación de Israel, y estaba con él el Espíritu Santo”. Este hombre tan bueno había recibido una revelación maravillosa: que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Dios lo impulsó a ir al templo, cuando los padres llevaban a Jesús. Vio al Niño. Y se dirigió hacia Él. Porque vio en Él al Cristo, al Ungido de Dios. Lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios, improvisando una hermosa poesía poética, que cada día rezan ahora los ministros de la Iglesia Católica: el NUNC DIMITTIS: “Ahora, Señor, puedes, según tu palabra / dejar que tu siervo se vaya en paz / porque han visto mis ojos tu salvación / la que has preparado a la vista de todos lo pueblos / luz para iluminar a los gentiles / y gloria de tu pueblo Israel”.  
Aquel hombre ya podía morir, porque había constatado que ya estaba en marcha la Salvación. Y con valentía contemplaba en aquel Niño la LUZ DEL MUNDO y la Gloria de Israel. Pero Simeón también vio tormentas que se avecinaban. El Jesús Niño crecería y su acción Salvadora sería SEÑAL DE CONTRADICCIÓN. Y a Ti, María, que escuchabas, contemplabas y callabas te gritó: “Y a ti misma una espada te atravesará el alma”. Seguramente que en este momento Tú, María, ha experimentado el dolor de la herida de una forma de Espada Espiritual.  
Pero sucedieron más cosas todavía. Vio al Niño una Profetisa llamada Ana, hija de Fanuel. Tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del templo. Y, después de ver al Niño, habló de Él a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. 
 
NOS DISTE UNA GRAN LECCIÓN. Fueron muchas las cosas que te sucedieron, María, a causa de tu querido Hijo Jesús. Pero Tú supiste mirar al Niño, recoger en tu Corazón Inmaculado, lo que de Él decían los Profetas y las Profetisas de Israel, escuchar los tormentos que te esperaban, y aceptar así, silenciosamente, la Voluntad de Dios. 
 
Saber ver, contemplar y callar. Esto es lo que todos deberíamos aprender de Ti, querida Madre, María. Así sea.