La paz en Nazaret

Padre Ramón Aguiló sj.

 

Mi querida Madre, María, me imagino que el regresa de tu difícil, largo y pesado viaje a Egipto también te ofreció muchos sinsabores y penas. Llevarías siempre en tus hermosos brazos al Niño Jesús, perseguido ya desde sus primeros años de su vida en este mundo de sufrimientos. Casi constantemente lo mirarías, lo contemplarías, le sonreirías. Y José caminaría a tu lado siempre callado, pero siempre dispuesto a ayudarte a ti y al Niño. ¿Has sufrido mucho, María? ¿Verdad que sí? Tus dolores silenciosos se reflejaban en tu rostro pacífico, y ellos también nos han dado una gran lección a todos los que somos hijos tuyos y vivimos en este mundo de lágrimas. 
 
Dame fuerzas, María, para no cansarme nunca de sufrir. Unos días será porque mi modo de ser tiene sus complicaciones síquicas y físicas. Otras porque el mundo en que estoy me parece muy violento. Es un mundo ensangrentado. Que parece sentirse feliz, cuando logra derramar violentamente la sangre de los demás. 
 
VUESTRA BÚSQUEDA DE UN LUGAR SEGURO. El Rey que había sido la causa de vuestra huída a un país tan lejano como Egipto, murió. Y la Providencia proyectó sobre vuestra familia las ventajas de aquella muerte, de aquella desaparición. 
 
Habías partido para Egipto porque el Rey se había puesto furioso ante el hecho del nacimiento de tu Hijo, un Hombre que debería ser importante, adorado por unos magos que habían llegado del lejano Oriente para adorarlo y ofrecerle regalos exuberantes y hermosos, con una fuerte carga además de amor y de amistad. Y de esperanza. Aquellos sabios llegaban de tan lejos, porque una hermosa estrella les había avisado y guiado: había llegado al mundo un ser extraordinario. Pero, avisados por la Providencia divina, no fueron a despedirse del Rey. Y él se enfureció. Y quiso matar al pequeño: No lo consiguió. Con su muerte fue posible vuestro regreso a la tierra de Israel, el Pueblo de Dios. 
 
Entonces fue necesario discutir cuál sería vuestro destino, para formar la familia a la que nosotros llamamos SAGRADA o SANTA. 
 
José te preguntaría: ¿A dónde quieres ir, María, para vivir en paz? 
 
La respuesta fue clara a un lugar seguro. Se lo dijiste con toda tu gratitud: “El Niño y nosotros hemos de vivir tranquilos. Jesús se prepara para cumplir y realizar una gran Misión. Ayudémosle”.  
La pregunta que os hacíais los dos mayores. “El Rey ha muerto. Podemos instalarnos en Judea. ¿Vamos allá? El Enviado de Dios, el Mesías debe ser de Judea, nació en Belén, hace unos pocos años. Además el Rey que quería matarlo ya no está”.  
Seguisteis vuestro camino. Y tuvisteis una triste noticia. Gobernaba en Judea el Hijo del Rey muerto. También agresivo. Y entonces decidisteis, iluminados por la Providencia de Dios, marchar hacia Galilea, una parte pacífica del mundillo de aquella parte del planeta. Galilea tenía un ciudad que sería famosa después, cuando se narraran las vidas de tu Hijo, Jesús y de Ti su Madre. Nazaret sería un símbolo de la paz y de las revelaciones de Dios. Además había sido profetizado que el Mesías “sería llamado Nazareno”  
Me parece que vosotros conocíais perfectamente esta hermosa ciudad. 
 
LA VIDA EN NAZARET. Comenzó para vosotros una vida tranquila. Jesús sería llamado “El Nazareno”. Y, después, de su muerte, los cristianos fueron llamados miembros de una llamada la “Secta de los Nazarenos”. El nombre de “Cristianos” llegó después en Antioquia.  
Todos podemos imaginarte perfectamente como la Dirigente de la familia, tranquila, pacífica, sonriente. Jesús fue aprendiendo el oficio de su Padre legal, José. Y todos confraternizabais viviendo una vida profundamente “cristiana”.  
Tus ojos estaban siempre atentos. Y tu Corazón también. Viste cómo Jesús trabajaba, cómo desayunaba, comía y cenaba. Erais un modelo de familia. La que podríamos llamar la Familia de la Paz. Una vida que sería un gran ejemplo para todos nosotros. 
 
Por desgracia no es así. Ahora hemos visto cómo ha ido degradándose la vida familiar. Los pequeños no quieren estar en casa. Quieren divertirse. Quieren estar de noche por las discotecas. Quieren ver lo más absurdos programas de la Tele. Y, casi cada día, todos sabemos que se ha producido algún hecho de lo que se ha llamado “la violencia de género”. Es decir que alguno de la casa, enfurecido irracionalmente, ha cubierto el cuerpo de la esposa o de los hijos con profundas llagas sangrientas que ha llevado al sepulcro a lo que debería ser un ser querido.  
NUESTRA SÚPLICA. Nosotros los cristianos, los católicos muy en especial, te amamos mucho, María. 
 
Muchos y muchas de nosotros rezamos cada día el Santo Rosario, que es una oración muy hermosa, dedicada a Ti. 
 
El Rosario con los 24 misterios termina con unas emotivas letanías de súplica a Ti que eres la OMNIPOTENCIA SUPLICANTE. 
 
Y recuerdo que en una de las advocaciones que se dedican a tu Personalidad se halla la que podría ser el final de este e-mail que con tanta emoción te dedico. Se te llama REINA DE LA PAZ. Es la última de las súplicas que se te hacen en el rezo del Santo Rosario: Reina de la Paz. Ruega por nosotros. 
 
No te olvides, María. Tú querías paz. Por eso fuiste a Nazaret. Tú querías Paz. Por eso tu casa fue un hogar donde todo era amor, y no había ninguna clase de violencia, ni de rencor, ni de murmuración. 
 
Concédenos la paz a todas las familias y al mundo entero. Así todos seremos felices, un poco más de lo que lo somos ahora.