Madre de la salud

Padre Ramón Aguiló sj.

 

Madre querida, María, en estos he contemplado cómo las multitudes se acercan a Ti, a tu imagen, para suplicarte que les concedas la salud a los que no la tienen, y se la guardes a los que pueden afirmar estar sanos. Las gentes dan mucha importancia a la propia salud. No les gusta tener dolor de cabeza, ni estar nerviosos, ni experimentar que su corazón late más aprisa de lo que debiera. 
 
Entonces se postran ante tu imagen, y con las lágrimas en los ojos, rezan intensamente, insisten, te suplican con todo el amor de su ser. Quieren estar sanos, sanos. Quieren goza de una perfecta salud. Quieren poder trabajar todos los días. Quieren que sus familiares, parientes y amigos tengan una impresión positiva de su salud física y psíquica. 
 
TÚ NOS ESCUCHAS A TODOS. Yo estoy seguro de que Tú nos escuchas a todos. Y por tu parte quieres ayudarles para que puedan vivir una vida normal, sana. Y que no se vean obligados a tomar comprimidos y pastillas, fármacos y medicinas extraordinarias, para poder subsistir normalmente. 
 
Yo te suplico, María, que nos escuches y nos ayudes. Yo sé perfectamente que nuestra vida está sujeta a toda clase de avatares. Sé que cuando nacemos, y aun antes de haber nacido, cuando somos todavía un pequeño embrión oculto en el seno de nuestra mamá, comienza un viaje especial. Me parece que la vida humana, terrena, es un verdadero viaje en un avión supersónico hacia nuestro destino, que, en este mundo, es la muerte, pero todos quisiéramos que este viaje, sea un viaje feliz, alegre, tranquilo, sin dolores. 
 
Tú, Madre de todos los seres vivientes, eres considerada como Nuestra Señora de la Salud. Es como si las gentes cristianas que tienen mucha fe en Ti y Te aman con mucha intensidad, pensaran que Tú eres un médico, una doctora, una siquíatra de gran capacidad. Tal vez en este momento estás sonriendo en el cielo. Y quieres decirme con tu gran corazón en la mano: “No tengáis miedo, hijos míos, os ayudaré para que seáis felices en la medida posible de los que vivís en este mundo tan pasajero, tan volátil.  
LA SALUD ESPIRITUAL. Me parece que muchas veces pensamos solamente en la salud corporal. Queremos evitarnos los sufrimientos que dan las enfermedades terrenas. Pero nos olvidamos de algo muy importante para los que tenemos fe. Y es lo que podríamos llamar la Salud Espiritual. 
 
Muchos y muchas pecamos. O por lo menos, tenemos nuestros defectos más o menos grandes y visibles. 
 
Muchísimas veces, por desgracia, en este mundo que está tan paganizado, vemos que los pecados se realizan públicamente, en las calles, en las plazas, sobre los bancos de madera, que las autoridades han hecho colocar allí, para que los viandantes puedan sentarse un ratito y puedan descansar. Es terrible ver esto. Es muy desagradable. Y muchas veces nos vemos obligados a marcharnos a otro sitio para no ver lo que nos desagrada, nos molesta, nos hace sufrir. Nos sentimos agobiados por el mal. 
 
Nosotros, Madre, también hemos tenido nuestras caídas tal vez. Hemos pedido perdón a Dios. Hemos propuesto no pecar más. Y por tanto nos hemos comprometido a hacer todo lo posible para estar sanos, para evitar todo lo que moralmente nos pone enfermos. Y los hombres y las mujeres que tienen alguna responsabilidad en tu Iglesia, María, trabajan todos los días y a todas horas para que las gentes sean buenas, sencillas, sanas. Y vivan como Jesucristo, tu Hijo, nos ha enseñado. 
 
Todos hemos de esforzarnos en vivir santamente, limpios, en gracia de Dios. María, ayúdanos, danos fuerzas para ello, demuestra que eres realmente Nuestra Señora de la Salud Espiritual. Tú que no cometiste ningún pecado en tu vida y has sido concebida sin el pecado original, procura ser una Madre que lleva de su mano a sus hijos e hijas, pera que no caigan, para que no se hagan daño, para que no resbalen. Pon todo el corazón maternal en tu ayuda a los que somos pobres, a los que necesitamos tu ayuda, a los que somos débiles, a los que experimentamos la tendencia espontánea hacia el mal. 
 
NUESTRA ORACIÓN. María, los buenos cristianos Te dirigimos cada día nuestras súplicas varias veces. Por la mañana, a mediodía, por la noche cuando nos vamos a dormir. Y en todas ellas Te recordamos, y Te suplicamos que nos ayudes a vivir en este valle de lágrimas. 
 
Hay una oración que prácticamente todos los católicos conocen y saben de memoria. Dice así: 
 
Dios Te salve, Reina y Madre de Misericordia, Vida Dulzura y Esperanza nuestra, Dios Te salve. A Ti llamamos los desterrados Hijos de Eva. A Ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora, Abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos. Y después de este destierro, muéstranos a Jesús, Fruto Bendito de Vientre, Oh clementísima, Oh piadosa, Oh dulce siempre Virgen, María. AMÉN.