Lágrimas en tus ojos

Padre Ramón Aguiló sj.

 

María, hace unos días alguien me regaló una hermosa imagen tuya. Y me emocionó muy profundamente. Parecía una fotografía. Era muy hermosa. Tenía un colorido en el que predominaba el azul. Tus ojos miraban reflejando un intenso dolor, una verdadera conmoción personal. Pero además y sobre todo, brillaban en sus ojos y en sus mejillas unas gotas que eran tus lágrimas. Yo enseguida pensé que aquella era la fotografía de Nuestra Señora de los Dolores. La miré varias veces. La introduje en el escáner. Y la copié. Era tanta mi emoción que experimenté una tendencia a llorar. 
 
Tú llorabas. Y yo por poco también lloré. 
 
Los que te queremos recordamos la Cruz de Jesucristo, tu Hijo, cada día varias veces, en nuestra casa, en nuestras habitaciones, en la calle, en las iglesias. Y los más sensibles nos emocionamos cada vez que miramos hacia un crucifijo, hacia una cruz, hacia una joya en forma de cruz, que llevamos casi todos sobre nuestros pechos. 
 
Pero también te recordamos a Ti, María, como Madre Dolorosa, como aplastada por el propio dolor y las propias conmociones, pero muy especialmente por los terribles sufrimientos de Jesús, tu Hijo, el Salvador, el Señor de Cielos y Tierra. 
 
He leído una poesía que decía de Ti: 
 
“¡Oh dulce fuente de amor! Hazme sentir tu dolor 
Para que llore contigo. 
 
Y que, por mi Cristo amado, 
Mi corazón abrasado 
Más viva en Él que conmigo”  
Nuestra vida tiene mucho de dolores, María. Y a veces nos sentimos deprimidos, porque sufrimos tanto. Sufrimos porque nuestro cuerpo es débil. Sufrimos porque nos rodean personas que no nos entienden. Sufrimos porque nos cansamos al caminar, porque nos exponemos a morir al ir en coche, en barco, en tren, en avión. Sufrimos porque en cualquier rincón podemos encontrarnos con un ladrón, con un delincuente, con un terrorista. 
 
Tú nos puedes dar las energías espirituales que tengan como consecuencia la fortaleza de nuestras vidas, la tranquilidad de nuestros pensamientos y de nuestros sentimientos. 
 
Danos la fuerza, Señora, Madre de la Alegría, Reina de los Dolores. Y si tu alma traspasó una espada aterradora ten en cuenta que cada día los humanos, aunque seamos de Cristo, somos atormentados por inesperados sucesos, que son como dardos, flechas que hasta los amigos y vecinos, pueden dedicarnos. 
 
He visto muchas imágenes tuyas, María, que Te representan con una mirada serena, maternal, dulce. Suelen llevar en sus manos unos clavos. Supongo que representan los clavos que sufrió tu Hijo, Crucificado. Sobre tu pecho está la imagen de tu corazón, rojo, echando vibrantes llamaradas de fuego. Y este corazón está atravesado por siete espadas. 
 
Llaman a esta imagen LA DOLOROSA. 
 
Nosotros Te imitamos. No sé cuántas espadas atraviesan nuestros corazones. Pero todos Te suplicamos que ellos, los corazones, estén radiantes y ardiendo por el fuego del AMOR. Te amamos, María, porque eres la Madre Dolorosa de Jesucristo. Te miramos y Te recordamos porque, como nosotros, también sabes llorar por el DOLOR. 
 
Como dijo San Bernardo, el gran admirador de tu personalidad, “el martirio de la Virgen queda atestiguado por la profecía de Simeón y por la misma historia de la Pasión del Señor”  
Siempre has estado junto a Jesús. Muchas veces has guardado silencio. Pero hay un momento especialmente amargo. Como dice un Evangelio: “Junto a la Cruz de Jesús estaba su Madre”. Nosotros nos esforzaremos por estar contigo y llorar contigo, en nuestros Calvarios.