Esperanza Nuestra

Padre Ramón Aguiló sj.

Estaba rezando la oración que Te he recordado tantas veces y que comienza con unas solemnes palabras “DIOS TE SALVE, REINA Y MADRE DE MISERICORDIA”, cuando mi atención se fijó en las palabras que he puesto como título de este escrito, María.

Y es que la frase continua, casi inmediatamente, con esta impresionante invocación que se refiere a la ESPERANZA. 

Nosotros, los seres humanos, muchísimas veces nos sentimos interiormente desesperados. Porque nos falta, no falla, la Esperanza que es la profunda posibilidad de conseguir lo que deseamos. Nuestra vida está repleta de ilusiones, de deseos, de planes, de propósitos. Pero muy frecuentemente nos agobia el peso de la desilusión, de la realidad que nos destruye todos los planes, propósitos y deseos que nos hemos construido anteriormente.

Por eso nos sucede muchas veces que en el fondo de nuestro ser espiritual, psíquico y humano hay una mezcla destructora de suciedades y angustias. Esta es, María, una gran realidad, una forma de enfermedad colectiva, que se manifiesta en los rostros, en las conversaciones, en los grupos que discuten problemas, buscando soluciones.

Todo esto nos hace sufrir. Y los más lo sufrimos en SILENCIO, en la SOLEDAD.

SALTÓ EL SURTIDOR DE LA SEGURIDAD. Nuestra vida cotidiana es como un jardín. Hemos de reconocer que muchísimas veces este jardín no contiene más que flores resecas y plantas inútiles, demacradas, que se pudren. También es verdad que, en muchas personas de bien, este jardín de su propia existencia produce algunas realidades hermosas, buenas, limpias, cristianas.

Pero lo que también hemos de reconocer es que en nosotros todo lo que significa bondad, está sujeto a las agitaciones, a las tormentas, como si de repelente todo lo hermoso fuera sacudido por un vendaval huracanado, o por lluvias torrenciales, o por nevadas compactas que se convierten en hielo.

La Experiencia de todo esto parece que desencadenas una fuerte desesperación. Nuestros deseos, aun los mejores, se ponen a temblar y finalmente caen. Nos convertimos en hombres y mujeres que han perdido la Esperanza, como si la realidad que vemos y que experimentamos la hubieran sacrificado, asesinado. Entonces somos unos seres DESESOERADOS.

Yo creo, sin embargo, que si nosotros rezamos nuestras oraciones con atención y con un poco de amor hacia Ti, cuando decimos frases parecidas a la que comento ahora, recuperamos nuestra seguridad de llegar a nuestra meta señalada por Jesús. Y experimentamos una sensación de alegría, como si las flores y las plantas de nuestro jardín personal recuperaran la Belleza y el Frescor de una vida recuperada, confiada, segura, con la certeza de CONSEGUIR LO QUE DESEAMOS, que es vivir el Mensaje de Jesús y comunicarlo con nuestras obras más que nuestras palabras, a los que nos encontramos por el camino de la vida.

Es como si en un jardín mustio, triste, brotara esplendoroso, brillante, el frescor vital de un SURTIDOR de Agua pura, limpia, vivificadora. Jesús habló varias veces del AGUA que transforma la existencia humana.

Cada vez que decimos con devoción y con atención la que llamamos SALVE, REGINA, y pronunciamos lentamente lo que decimos en ella, dirigiéndonos a Ti, María, recuperamos la tranquilidad y la fortaleza que habíamos sentido perdida o por lo menos vacilante en nuestra conciencia. 

Tú, María eres nuestra ESPERANZA. Nos das seguridad. Caminamos. Llegaremos a nuestro destino eterno. 

UN CUENTO QUE ME GUSTÓ. En estos días ha llegado a mis manos un hermoso Cuento, que me parece una exposición de lo que experimento ahora hacia Ti, María.

¿Quieres que Te cuente una FANTASÍA DE ESTRELLAS MOVEDIZAS, INQUIETAS, POLICROMAS?

Dice así: Existían millones de Estrellas en el Cielo. Estrellas de todos los colores: blancas, plateadas, verdes, doradas, rojas y azules. Un día inquietas, ellas se acercaron a Dios y le dijeron: “Señor Dios, nos gustaría vivir en la Tierra, entre los hombres”. El Señor respondió: “Así será hecho”.

En aquella noche hubo una hermosa lluvia de Estrellas. Las estrellitas se metieron por todos los rincones y por todas las torres.

Pero con el pasar del tiempo, las estrellas resolvieron abandonar a la humanidad y volver al cielo. “¿Por qué regresaron?” Les preguntó Dios. Y ellas contestaron algo avergonzadas: “No nos fue posible permanecer en la tierra. Allá existe mucha miseria y violencia, mucha maldad, mucha injusticia”. El Señor les dijo: “¡Claro! Vuestro lugar está aquí, en el cielo. La Tierra es el lugar de lo transitorio, de aquello que pasa, de aquellos que caen, de aquellos que yerran, de aquellos que mueren. Allí nada es perfecto. El Cielo es el LUGAR DE LA PERFECCIÓN, DE LO INMUTABLE, DE LO ETERNO, DONDENADA PERECE”

Dios verificó el número de las Estrellas que habían regresado a lo Perfecto, el Cielo. Y las contó varias veces. Notó que faltaba una. Y lo dijo. Entonces un Ángel que estaba cerca replicó: “Sí. Falta UNA ESTRELLA, QUE DECIDIÓ QUEDARSE ENTRE LAS MULTITUDES HUMANAS. Esta estrella descubrió que su lugar es exactamente donde existe la imperfección, donde hay límites, donde las cosas no van bien, donde hay guarras y dolor”.

Dios sonrió. Aquella Estrella generosa es la ESPERANZA. Es UNA ESTRELLA VERDE. LA ÚNICA ESTRELLA DE ESTE COLOR.

Todos la miraron. Y la ESTRELLA DE LA ESPERANZA no estaba sola. El Universo y la humanidad estaban iluminados porque había una estrellita verde en cada persona. Los que somos humanos necesitamos de esta Estrella Verde, porque podemos equivocarnos, porque no somos perfectos, no somos capaces de conocer nuestro futuro.

NUESTRA ESTRELLA VERDE, LA ESTRELLA DE LA ESPERANZA ERES TÚ, MARÍA. Con tu presencia podemos mirar tranquilamente, sonriendo, el futuro, el presente y el pasado.