La Virgen María y el IV Evangelio

Camilo Valverde Mudarra 

 

III. MADRE DE LOS CRISTIANOS. AL PIE DE LA CRUZ 19, 25-27. 
  
Tres son las mujeres, que, en esta simbólica y breve, pero densa perícopa de sólo dos versículos, hallamos junto a la cruz, y con ellas está el discípulo amado. No sabemos el nombre de este último, aunque sí se nos dice que era el que Jesús más quería; es obvio que representa a los creyentes, a todos los de ese presente y a los que seguirán al Señor en el futuro. En cuanto a las mujeres, aunque están la hermana de la madre de Jesús, María de Cleofás, y la fidelísima María Magdalena, personaje constante en todos los evangelios, el gran protagonismo de la escena recae sobre María, sobre ella gira el relato donde por cinco veces leemos la palabra madre.
Pero, ¿son tres las mujeres que se enumeran al pie de la cruz o hemos de leer cuatro?
  
 Estaban en pie junto a la cruz de Jesús su madre, María de Cleofás, hermana de su madre, y María Magdalena (Jn 19, 25). 
  
 Es difícil de dilucidar. En opinión de muchos exégetas, esta expresión: su madre y la hermana de su madre, se refiere a una misma persona, que es: María de Cleofás. Este mismo sentido ternario es también el indicado por los sinópticos (Mt 27,56; Mc 15,40). Hay otros que piensan que se trata de un número cuaternario. “Hermana de su madre”, de acuerdo con el contenido semántico de la lingüística semita, no ha de ser exactamente hermana en su acepción propia, puede significar también familiar o pariente; según lo cual podría ser la madre de los hijos del Zebedeo, que S. Mateo y S. Marcos enumeran entre las mujeres que se hallaban en el Calvario, con la Magdalena y María la madre de Santiago y José, que, para Eusebio de Cesarea, es la esposa de Cleofás.Unos soldados de centinela debían de vigilar de cerca a los crucificados para que nadie fuese a desclavarlos. Por eso, en el primer momento, el grupo de fieles mujeres miraban de lejos. Luego este séquito femenino ha podido acceder y se encuentra al pie de la cruz, lo que significa que han pasado las horas y que el final se acerca. Ya el jefe de la guardia no ve ningún peligro en este grupo de mujeres, cuando además ya se aprecian claros los signos de la agonía que sobreviene.
Jesús, antes de morir, se dirige a María, con la palabra “mujer” una vez más y la entrega al discípulo amado, porque su madre, que será la de todos los cristianos, en ese momento representa el nacimiento de la Iglesia, Comunidad Santa y el comienzo de su maternidad espiritual y universal:  
Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo preferido, dijo a su madre: “Mujer, he ahí a tu hijo”. Luego, dijo al discípulo: “He ahí a tu madre”. Y desde aquel momento el discípulo se la llevó con él (Jn 19, 26-27).  
En ella, los creyentes podrán refugiarse para encontrar la dicha, alimentar la fe y convocar la luz que les guíe en el complicado peregrinar cristiano. Porque como dice el Concilio fue dada por Cristo como madre: “Así avanzó también la Santísima Virgen en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo erguida (cf. Io 19,25), sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado; y, finalmente, fue dada por el mismo Cristo Jesús agonizante en la cruz como madre al discípulo con estas palabras: Mujer, he ahí a tu hijo (cf. Io 19,26-27)” (LG, 58). El discípulo la acepta como madre gozoso de ser a su vez aceptado como hijo. Es ahí figura de todos los creyentes.No se trata sólo de relaciones personales; es el sentido y la función específica que Cristo les asigna. Las palabras de Jesús ponen de manifiesto que en su madre y en el discípulo se entroncan desde ahora unas relaciones nuevas e íntimas: su madre tiene que convertirse en la madre del “discípulo” y éste será su hijo. El simbolismo intangible del sentimiento emergente de las palabras del crucificado sumerge el misterio de la Iglesia en el misterio de María. Desde aquella “hora”, se impone una actitud de abrazo filial como el del discípulo -dice Juan Pablo II en la Redemptor hominis, 22- a “todas las generaciones de discípulos y de cuantos confiesan y aman a Cristo”. María, para Pablo VI, es “madre de la Iglesia, de todo el pueblo de Dios”, madre de los hermanos de Cristo, de todos los discípulos de Jesús.  La patrística que mejor estudia el evangelio de Jn interpreta este texto como el encargo de una entrega temporal; es sólo más tarde cuando la tradición cristiana aduce el carácter de la maternidad espiritual de María para todos los cristianos. Así lo ha venido reconociendo el magisterio pontificio. Pío XII escribe con claridad: “Jesucristo mismo, desde lo alto de la cruz, quiso ratificar, por don simbólico y eficaz, la maternidad espiritual de María con relación a los hombres, cuando pronunció aquellas memorables palabras”.Y el Vaticano II, en la Constitución Dogmática Lumen gentium, dice: “La Santísima Virgen, predestinada desde toda la eternidad como Madre de Dios juntamente con la encarnación del Verbo, por disposición de la Divina Providencia, fue en la tierra la Madre Excelsa del Divino Redentor, compañera singularmente generosa entre todas las demás criaturas y humilde esclava del Señor. Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó de forma enteramente impar a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad, con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas. Por eso es nuestra madre en el orden de la gracia” ( LG 61).“Esta maternidad de María en la economía de la gracia perdura sin cesar desde el momento del asentimiento que prestó fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz hasta la consumación perpetua de todos los elegidos. Pues, Asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su amor materno se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada. Por este motivo, como han afirmado varios papas, desde León XIII con su encíclica Adiutricem populi, la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora” (LG, 62). Puede que este texto de San Juan evoque un grupo. Es una tendencia estructural de su evangelio. En ningún momento del pasaje, les asigna sus nombres propios, sino los de “madre”, “mujer” y discípulo. El estilo de la sentencia de Jesús en la cruz tiene resonancias de fórmulas paleotestamentarias mesiánicas, como se lee en la Escritura:  
Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo (2 Sam 7,14). 
  
Es extraño, como ya dijimos anteriormente con respecto a la boda de Caná, que llame otra vez a su madre, “mujer”. Hay aquí una ruptura del paralelismo estructural del enunciado, de tan enorme valor en el ritmo literario semita. Debería expresar: Madre, he ahí a tu hijo; / Hijo, he ahí a tu madre. En el aspecto literario, es lo que se denomina un quiasmo; si se observa, queda una estructura dispuesta en equis.Tal vez, no sean palabras textuales de Jesús y que sólo respondan al vocabulario de Jn, que es, por lo demás, lo más probable. Es un uso de la palabra “mujer” que desconcierta en los labios de Cristo ya desde Caná, que no la empleen los sinópticos y que se encuentre en dos lugares tan significativos de este evangelio. Parece que puede tratarse de una conexión bíblica alusiva. Con respecto al Génesis, la alusión llevará a vincular a María con la Nueva Eva (Gn 3,20). María es, pues, presentada alusivamente como Madre espiritual de todos los vivientes. En relación con otros textos bíblicos “mujer” puede tener el sentido de “Hija de Sión” apuntando al alumbramiento de un nuevo pueblo, nace la nueva Jerusalén: ¿Se puede dar a luz un país?… Sión ha dado a luz sus hijos (Is 66,7-8); Gime, hija de Sión, como mujer en parto (Miq 4,10). María es la Madre universal de los hombres al dar a luz, con los dolores de corredentora en el Calvario, a todo un pueblo redimido.Y así, la Nueva Eva, la mujer por excelencia, la virgen sin pecado que fue llena de gracia y elegida por Dios para albergar en su seno al Hijo del hombre que había de llegar para la salvación del mundo, se convierte ahora en la Iglesia: nunca una mujer alcanzó tanto honor y significación ni fue elevada de un modo parecido.
María queda constituida en nuestra madre, la que rogará por nosotros e intercederá por los creyentes de toda época y lugar; y el discípulo, en hijo, en él proclama la afiliación de todos los hombres. María será siempre y hasta que el Reino prometido quede instaurado, el remanso de paz, el oasis nutriente que acogerá a los espiritualmente cansados, para que, recobrando las fuerzas, encuentren de nuevo la fe mermada por los avatares y las pruebas de la vida; María será la casa, el hogar donde el cristiano es acogido, atendido y reconfortado; ella, que en la breve narración simboliza la Iglesia, cuida ahora desde el cielo, como lo hizo en la tierra tras la muerte, resurrección y ascensión de su hijo, de los fieles que perseveran en la verdad y la oración (He 1,14). Como dice el Vaticano II: “Por no haber querido Dios manifestar solemnemente el misterio de la salvación humana antes de derramar el Espíritu prometido por Cristo, vemos que los Apóstoles, antes del día de Pentecostés, perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María, la Madre de Jesús, y con los hermanos de éste (Act 1,14), y que también María imploraba con sus oraciones el don del Espíritu, que en la Anunciación ya la había cubierto a ella con su sombra. Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original, terminado el decurso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial y fue ensalzada por el Señor como Reina universal con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores (cf. Apoc 19,16) y vencedor del pecado y de la muerte” (LG, 59).En su oración, la Iglesia reconoce y celebra la "función materna" de María; función "de intercesión y perdón, de impetración y gracia, de reconciliación y paz". Así en el prefacio de la Misa de la Bienaventurada Virgen María, Madre y Mediadora de gracia, se lee: "Pues asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su amor materno, se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada" (Collectio Missarum de Beata María Virgine, ed. typ. 1987, I, 120).
Terminamos diciendo con S.S. Juan Pablo II en la encíclica Redemptoris Mater que: “Después de los acontecimientos de la resurrección y de la ascensión, María, entrando con los apóstoles en el cenáculo a la espera de Pentecostés, estaba presente como madre del Señor glorificado. Era no sólo la que "avanzó en la peregrinación de la fe" y guardó fielmente su unión con el Hijo "hasta la cruz", sino también la "esclava del Señor", entregada por su Hijo como madre a la Iglesia naciente: "He aquí a tu madre". Así empezó a formarse una relación especial entre esta madre y la Iglesia. En efecto, la Iglesia naciente era fruto de la cruz y de la resurrección de su Hijo. María, que desde el principio se había entregado sin reservas a la persona y obra de su Hijo, no podía dejar de volcar sobre la Iglesia esta entrega suya materna. Después de la ascensión del Hijo, su maternidad permanece en la Iglesia como mediación materna; intercediendo por todos sus hijos, la madre coopera en la acción salvífica del Hijo, redentor del mundo. Al respecto enseña el concilio: "Esta maternidad de María en la economía de la gracia perdura sin cesar.., hasta la consumación perpetua de todos los elegidos” (RM, 40).