“Los pastores...glorificaron y alabaron a Dios por todo lo que habían oído y visto.” (Lc 2,20)

San Efrén (hacia 306-373) diácono de Siria, doctor de la Iglesia


Ven, Moisés, enséñanos esta zarza en la cima del monte donde las llamas centellean delante de tu rostro (Ex 3,2); es el Hijo del Altísimo quien ha aparecido en el seno de la Virgen María y que ilumina el mundo con su venida. Gloria a él de parte de toda la creación, bendita la que lo engendró.

Ven, Gedeón, muéstranos el vellón y el rocío (Jue 6, 37), explícanos, pues, este misterio de tu palabra: María es el vellón de lana que ha recibido el rocío de Dios, el Verbo de Dios; se ha manifestado en ella, en la creación y ha rescatado al mundo del error.

Ven, David, muéstranos la ciudad que has visto y la planta que germina en ella: la ciudad es María, la planta que sale de ella es Nuestro Salvador cuyo nombre es Aurora. (Jr 23,5; Za 3,8LXX)

El árbol de la vida que estaba guardado por un querubín con espada de fuego (Gn 3,24) habita en María, la Virgen pura. José la guarda. El querubín ha depositado su espada, porque el fruto que guardaba ha sido enviado de lo alto del cielo hasta los exiliados cautivos en las mazmorras. Comed todos de él, hombres mortales, y viviréis. Bendito el fruto engendrado por la Virgen.

Bendito aquel que ha descendido y habitó en María, que salió de ella para salvarnos. Bienaventurada María, has sido digna de ser la madre del Hijo del Altísimo, tú que has engendrado al Eterno que dio vida a Adán y a Eva. Salió de tus entrañas, el fruto suave lleno de vida, y, gracias a él, los exiliados tienen de nuevo acceso al paraíso.