Santa María, Madre de Dios Lc 2,16-21 

Padre Jesús Martí Ballester


Acoger a Jesús como María, camino de la Paz

COMENZAR EL AÑO 2006 CON CONCIENCIA RENOVADA

1. Damos comienzo a un Año de gran trascendencia. Supuesto que anoche en la Vigilia del Año 2006, habremos hecho balance de nuestro año vivido ya, y nos habremos dado cuenta de la cantidad de errores y deslices, orgullo y carencia de amor, derroche y desorden en el gasto, y todo aquello que nos punza dentro y que ha ido creciendo y que durante el año nos ha dejado relativamente tranquilos, como las zarzas que, mientras son tiernas y recién nacidas no hieren, pero cuando han crecido y endurecido, nos torturan; supuesto que tenemos a alguien que nos haga ver con caridad y verdad, nuestros errores, faltas y pecados, de los que ni siquiera percibimos el hedor, porque nos hemos aclimatado al ambiente desagradable, que bien que detectan los que nos miran y piensan, ¡entre tantas cosas, qué poca cuenta se da de esto y de lo otro…! Conscientes de que hemos querido tener razón en todo, por creer que se estaba en lo cierto, y que lo que pensamos nosotros es lo que vale, y a lo otro, no le damos ninguna importancia, hemos pedido sinceramente perdón a Dios y a nuestros hermanos, por las delicadezas que nos han faltado, por la caridad que no hemos practicado, y por todo el cúmulo de estiércol que hemos ido almacenando durante todo el año; por el egoísmo que sólo ha pensado en uno mismo, por la falta de generosidad y de total dedicación al Señor, por los gastos suntuosos que se han hecho, que todavía hay quien no comprende que se gasten, por ejemplo, ingentes cantidades de dinero en tarjetones fastuosos, mientras se pagan pensiones miserables a las personas, porque aquellas brillan y se ven y se aplauden, como hace el mundo, ¡qué coche más guay!, y éstas se padecen; ¡que no falten estos detalles, decía alguien que había observado la colocación de unas flores en el salón, a un subalterno, quien, dolido, comentaba, ¿y los detalles con la personas?; y por la distribución de cargos tan arbitraria y acumulativa, que puede pecar contra la justicia distributiva; al comenzar este del 2006 nacimiento del Señor, en que él pone en nuestra mano un dietario nuevo, vamos a corregirnos, siéndole fieles y dispuestos a no llenar el cuaderno de borrones. A recibir y hacer fructificar todas las gracias que el Señor nos vaya regalando. A proponernos secundar todos sus deseos; a escuchar con más frecuencia la palabra de Dios; recibir con mayor asiduidad los sacramentos; imitar mejor los buenos ejemplos de nuestros amigos y semejantes, prolongar nuestra oración, aceptar más pacientemente las humillaciones y fracasos, y procurar que tantas y tantas gracias no nos pasen desaprovechadas por no haber estado prevenidos. Y a preocuparnos más de servir a nuestros hermanos. Vivamos con más verdad el Evangelio. Hagamos hermoso el diario de nuestra vida, sabiendo que Dios, aunque no necesita escribirlo porque está presente a sus ojos, hay una mano divina que escribe todo lo que nosotros hemos hecho y también lo que hemos dejado de hacer. Y que nuestra historia será un día leida a cada uno y a toda la humanidad, cuando no haya ya caretas que valgan. Procuremos escribir una página hermosa. Llena de amor, y perfumada con el buen olor de Cristo. 

2. La oración litúrgica de la maternidad divina de María, que nos ha dado al Salvador, y que estamos celebrando, nos invita a confiar siempre en su intercesión y ayuda, y ella, que sabe muy bien que «todo comienzo es difícil», vendrá con nosotros a caminar, inspirándonos la firme persuasión de que significamos mucho para Dios, pues somos sus hijos amados. Por eso necesitamos crear espacios libres de silencio en nuestra vida para oír su voz y dar entrada a su presencia. Y pidámosle que ensanche nuestra capacidad de escuchar también las voces de los demás, sin confiar excesivamente en nuestras fuerzas. Nos deseamos felicidad, paz, prosperidad en este primer día del año. Muchos acuden curiosos a la astrología, horóscopos y magia, pero nosotros sabemos que Dios es el dueño del tiempo, que estamos en sus manos y que es él quien nos conduce. 

3. "El Señor habló a Moisés, y le dijo: «Dí a Aarón y a sus hijos: Esta es la fórmula con que bendeciréis a los hijos de Israel: Que el Señor te bendiga y te proteja. Que haga resplandecer su rostro sobre ti y te conceda su favor. Que fije en ti su rostro y te dé la paz. Así invocarán mi nombre sobre los hijos de Israel, y yo les bendeciré». Números 6,22. 

Es uno de los pasajes más hermosos del Pentateuco. Por la mañana y por la tarde, el sacerdote ofrecía el incienso en el altar de los perfumes, y cuando salía, bendecía al pueblo. La fórmula de bendición no pide bienes materiales; sino la gracia de Dios, la benevolencia, la paz y la bendición. En ellos están comprendidos todos los que podemos pedir a Dios, que nos recuerdan las palabras de San Pablo: «El reino de Dios no consiste en comida ni en bebida, sino en la justicia, la paz y el gozo del Espíritu Santo (Rm 14,15). El rostro del Señor, que resplandece sobre el fiel israelita, equivale a su benevolencia, y la paz, es el resumen de todas las otras bendiciones materiales y espirituales; el reino de Dios es la paz (Is 9,6). La paz. Todos la ansiamos desde lo más hondo. Pero la sombra de Caín y la ferocidad de Lámek, sobrevuela sin tregua por el orbe. La paz no es cosa de los hombres. Son los ángeles quienes la anunciaron en Belén: "Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor". Después de milenios de rebeldía del hombre, Dios hace un ofrecimiento universal de reconciliación y de paz al nacer el "Príncipe de la Paz" (Is 9,5), al que san Pablo define con expresión concisa: Él es nuestra Paz" (Ef 2,14). ¡Qué armoniosas las palabras Shalom del texto hebreo, las de Eirene del texto griego, y de Paz del castellano! Recogiendo este anhelo universal, Pablo VI instituyó que el 1 de enero se celebrara la Jornada de oración por la Paz mundial. 

4. Ya es hora de que caduque el eslogan pagano: "Si quieres la paz, prepara la guerra", y que las naciones los sustituyan por éste: "Si quieres la paz, siembra el amor y cosecharás la paz". "Donde no hay amor, ponga amor, y cosechará amor" (San Juan de la Cruz). Nos habían dicho los "los profetas" de la violencia, que: "Hablar de amor es verborrea de curas de aldea" (Karl Marx); y Nietzsche, el fabricante fracasado del superhombre: "No os aconsejo el trabajo, sino la lucha. No os aconsejo la paz, sino la victoria. Debéis amar la paz como medio para nuevas guerras, y la paz corta, más que la larga. La guerra y el valor han hecho más cosas grandes que el amor al prójimo". Y ¡cómo triunfaron sus ideas de locura!. El grito de Millán Astray en la Universidad de Salamanca: ¡Viva la muerte!, fue dialécticamente triturado en el templo de la Vida, por el Pontífice de la Universidad, el Rector Unamuno. Según aquellas doctrinas, ¿no es posible la civilización del amor y de la paz? Sí lo es, porque, gracias a Dios, aún hay personas que aman de todo corazón; porque son muchos los que perdonan de verdad; porque son innumerables los que trabajan por la paz; porque cada vez se extiende más a escala planetaria el anhelo de transformar en arados, las espadas y las lanzas en podaderas (Is 2,4). Es posible, porque la paz es un bien necesario, es un derecho humano, un gran don de Dios, que es "el Dios del amor y de la paz" (2 Co 13,11). Con todo, es difícil conseguir la paz que Dios ofrece, porque ante todo, debemos establecerla con una dura lucha dentro de nosotros mismos. La paz exige renuncia, conversión, cortes radicales. Ya lo dijo Jesús: "No he venido a traer la paz, sino la espada" (Mt 10,34). 

5. Si creemos que Cristo es nuestra paz, es posible la civilización del amor y de la paz, El nacimiento de Jesús en Belén fue una noche de paz (Lc 2,14); su saludo, era un saludo de paz (Lc 24,36); su vida fue siembra de paz (Lc 7,50); su legado fue un legado de paz (Jn 14,27); su Evangelio es una Buena Noticia de paz (Hech 10,36); su muerte es un sacrificio de reconciliación y de paz (2 Co 5,19). 

La civilización del amor y de la paz es posible, si creemos que la fuerza del amor es más grande que la fuerza destructiva del odio y de la guerra. Es posible, si creemos con Juan Pablo II que "la construcción de una humanidad más justa o de una comunidad internacional más unida, no es un simple sueño o un ideal vacío, sino un imperativo moral, un deber sagrado, que el hombre puede y debe afrontar" (Hiroshima, 1981). 

5. "Pero la paz jamás es una cosa del todo hecha, sino un perpetuo quehacer (GS 78). No es preciso ser un Martin Luther King, ni un Gandhi, ni una Teresa de Calcuta, para convertirnos en constructores incansables de la paz en el seno de la familia y de la sociedad. Podemos ser pequeños trabajadores de la paz: "Procuremos hacer lo que fomenta la paz" (Rm 14,19): una reconciliación, un ofrecimiento de perdón, un acto de paciencia, un diálogo fraterno, una mediación. La gran paz del mundo será posible cuando se unan millones de pequeñas paces en la vida de cada hombre. 

6. El mensaje de Navidad es el de una humanidad unida, justa y solidaria. Cuando en la misa el sacerdote nos invite: "Daos fraternalmente la paz", renovemos nuestro compromiso por la paz. Que el beso, el abrazo, el apretón de manos, no sea un gesto rutinario, sino un signo sincero del amor de Cristo, de su palabra y su ejemplo. Que no sólo se unan las manos, sino el corazón. Así podremos ser contados entre los: "Dichosos los que trabajan por la paz, porque se llamarán: los hijos de Dios" (Mt 5,9). 

7. Hoy, 1 de enero del Año 2006, que tenemos el privilegio de inaugurar, hemos sustituido el calendario. ¿sus hojas intactas aún, qué nos traerán? ¿Alegrías? ¿Sufrimientos? ¿La muerte de alguna persona querida? ¿Nuestra propia muerte? No lo sabemos. Pero la Palabra de Dios infunde confianza y paz a todos nuestros interrogantes. Cuando miremos la primera hoja del calendario, que nuestra mirada se encuentre con la mirada dulce y acogedora de Santa María, Madre de Dios y Reina de la Paz, mientras recibimos el aliento de la bendición escuchada en la primera lectura: "El Señor te bendiga y te proteja, el Señor ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz". 

8. "Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones al Espíritu de su Hijo, que clama "Abba" Gálatas 4,4. El corazón es la fuente de los sentimientos. Y el lugar profundo donde nuestra persona toma conciencia de sí misma, reflexiona sobre los acontecimientos, medita sobre la realidad y asume actitudes responsables hacia los hechos de vida y hacia el misterio de Dios. Los textos de hoy subrayan la importancia decisiva que tiene el corazón respecto de la salvación. Dice hoy san Pablo: "Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, para que recibiéramos el ser hijos de adopción". Jesús está presente en la historia como salvador, redentor, liberador, divinizador. Pero es necesario que lo aceptemos en el corazón. La sola presencia de Jesús entre los hombres no produce la salvación. Sólo cuando los hombres lo aceptan en su corazón, se vuelven nuevos, libres, animados por el amor filial hacia Dios y herederos suyos. Sólo desde el corazón podemos aceptar a Jesús como hermano y con él podemos de verdad decirle a Dios: ¡Padre! Jesús está en el mundo. Pero hay muchos que le rechazan, que no le reciben, o que no se enteran. 9. Cuando nació Jesús, sólo los pastores, acogiendo en su corazón la palabra del ángel, fueron corriendo en busca de la salvación y encontraron al niño acostado en el pesebre, con María, su Madre y con José. También María acogía en su corazón a Jesús Lucas 2,16. Y sabía leer los signos de los tiempos, escuchaba a los pastores y oía lo que decían del Niño, y lo meditaba en su corazón. No basta oir, hay que meditar. Las decisiones personales salen de dentro del corazón. Además, sólo cuando el corazón deja de escucharse siempre a sí mismo y sale de sí mismo, se da cuenta de cuántos problemas hay a su alrededor, y halla fuerzas para encontrarse con la novedad del amor de Dios manifestado en Jesús que se nos entrega, portador de la vida y de la paz. 

10. La primera palabra de Jesús en su visita oficial a la Iglesia, reunida en el cenáculo la tarde de la Resurrección, fue: "La paz sea con vosotros" (Jn 20,19). El mismo Jesús es, según Isaías, "El Príncipe de la paz". Y todos los profetas se han extasiado en la contemplación de la era mesiánica, como portadora de abundancia y de paz (Miq 4,5). Jesús enviará a sus apóstoles como embajadores de paz"(Mt 10,12), intuída en la profecía de Isaías: ¡"Qué hermosos sobre los montes los pies del que trae la buena nueva de la paz" (52,7). Nuestro Dios es el Dios de la paz" (Rm 15,23). Y después de su resurrección, Jesús da a sus apóstoles la paz: "La paz os dejo, mi paz os doy"(Jn 14,27). 

11. Y con la paz, llegarán sus frutos: en el cuerpo, porque la paz ordena todos los miembros entre sí; en el alma racional, porque produce el concierto perfecto entre el entendimiento, la voluntad y la acción; y entre Dios y el hombre, porque establece sumisión a la fe y a la ley eterna; entre los hombres, la concordia; en el hogar, la conformidad entre los que mandan y los que obedecen; en la ciudad, porque hace concordes entre sí a los ciudadanos, y a los ciudadanos con la autoridad; y en el cielo, porque une el gozo perfecto de Dios y el de unos con otros con Dios. La paz donde esté, es la tranquilidad que nace del orden reinante en que cada cosa ocupa el lugar que le corresponde (San Agustín. "La Ciudad de Dios"). 

12. La paz exige dominar el afán que hay en todo hombre de sobresalir, y vencer la intolerancia de los que piensan de manera diferente. La paz es el fruto del cumplimiento de las bienaventuranzas, de la extinción de la causa de la violencia, y de la ambición desmesurada de la riqueza, del propio interés y del egoismo. 

La paz antepone la bienaventuranza de la mansedumbre, ofreciendo a los demás el poder y la supremacía. La paz exige hacer gestos valientes de desarme, de afabilidad, de diálogo auténtico. Recuerdo la siguiente escena: Sube uno a un autobús y pregunta a un viajero: ¿Va a Barcelona? Aquel, sin oir la pregunta, responde que el asiento está vacío. Llevaba la respuesta prefabricada. Sin escuchar bien, despacio, no se puede dar solución a los problemas. La paz exige humildad para aceptar cualquier iniciativa que venga a solucionar o a perfeccionar la vida social. Es consecuencia de la bienaventuranza del hambre y sed de justicia, que no busca la satisfacción propia o la comodidad. Es fruto del deseo ardiente de que Jesús reine en los corazones, de que vivan su vida de hijos de Dios. La paz nos pide difundir el mensaje a tiempo y a destiempo, oportuna e importunamente, con humildad y sencillez, pero con persuasión y convencimiento entregado, prescindiendo de lo que dirán o pensarán, y sin mirar de reojo buscando la aprobación y el aplauso, o temiendo el gesto de reproche. Y aceptando ser escarnecidos y humillados por nuestra fidelidad al evangelio. Con la vista puesta exclusivamente en Dios, que es el que convierte los corazones y los cambia. 

13. Cuando llegue esa paz, "los confines de la tierra habrán contemplado la victoria de nuestro Dios". Y "cantaremos al Señor un cántico nuevo, porque su diestra y su santo brazo habrán conseguido la victoria" Salmo 97 de la paz por nuestro Señor Jesucristo, Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo, y nos da la paz. Su paz. La que no puede dar el mundo, y como el mundo no la puede dar. Esa es la paz que nos hemos de dar unos a otros hoy en la misa, para preparar nuestro corazón que va a recibir con alegría el sacramento del cielo que contiene al Príncipe de la paz.