Mujer,
he ahí a tu Hijo; Hijo, he ahí a tu Madre (Jn 19, 27)
Mons. Flavio Calle Zapata
En
esta reflexión dirigimos nuestra mirada hacia
la Santísima Virgen
María, acogiendo la invitación que nos hace el Santo Padre en
la PG
(14):
La
presencia maternal de
la Virgen María
, Mater spei et spes nostra, como
la invoca la Iglesia, debe ser también un apoyo para la vida
espiritual del Obispo. Ha de sentir, pues, por ella una devoción
auténtica y filial, considerándose llamado a hacer suyo el fiat de
María, a revivir y actualizar cada día la entrega que hizo Jesús
de María al discípulo, al pie de
la Cruz
, así como la del discípulo
amado a María (cf. Jn 19, 26-27). Igualmente, ha de sentirse
reflejado en la oración unánime y perseverante de los discípulos
y apóstoles del Hijo, con su Madre, cuando esperaban Pentecostés.
En este icono de la Iglesia naciente se expresa la unión
indisoluble entre María y los sucesores de los apóstoles (cf. Hech
1, 14).
También
para nosotros, pastores de la Iglesia, quizás por lo mismo con
mayor insistencia, se hace urgente considerar siempre nuestra relación
con
la Madre
de Dios, el templo en
el que Cristo se hizo Sacerdote; en la contemplación de María
descubriremos mucho del camino que tenemos que recorrer como
pastores del pueblo de Dios. Por ella, con ella y en ella
encontraremos a Quien nos dice: “Yo soy el Camino,
la Verdad
y
la Vida
” (Jn 14, 6).
En
esta reflexión, la presencia y el ejemplo de María nos servirán
como síntesis preciosa y práctica de nuestro andar como pastores
de
la Iglesia. Antes
de proponer algunos puntos para la reflexión, me permito presentar unas
premisas que justifican y fundamentan esta exposición:
• Nuestra relación con
la
Virgen María
posee una identidad específica dada nuestra peculiar relación con
la
Iglesia. María
es tipo de la Iglesia
(cfr. LG, n. 63), la Iglesia ha alcanzado su perfección en
la Santísima Virgen
María (ibíd, 65), la Iglesia ha de seguir el mismo itinerario de vida que
encontramos en
la Madre
de Dios. Con esto
quiero afirmar que al Obispo corresponde un modo específico de
encontrarse con
la Santísima Virgen.
• Así, María es figura de lo
que debe ser un pastor para
la Iglesia. Nosotros
dirigimos hacia Ella
nuestra mirada queriendo encontrar un modelo, ya no un molde del cómo
ser cristianos (lo que ciertamente tiene inmenso valor), sino que
nosotros debemos encontrar en ella el modelo de lo que nosotros,
como pastores, debemos ser para el pueblo de Dios.
• Nos acercamos a María a
partir de
la Sagrada Escritura
, con cualquier refe-rencia a algunos Padres de la Iglesia y mediante
sencillas reflexiones de un hijo encantado con las bellezas y
bondades de su Madre. Intento, como dice monseñor Jesús Emilio
Jaramillo, el Obispo colombiano sacrificado por la violencia hace
unos años, en la introducción de su hermoso libro “Apareció una
Mujer” (p. 6): “Hablar con
el candor de los niños preocupados, sobre todo, de agradecer a su
Madre”.
Teniendo
en cuenta estas anotaciones, ahora se presenta el itinerario de esta
meditación:
1. La Iglesia como Madre-María, Madre
de
la Iglesia. Nos
empeñaremos en sacar
algunas consideraciones del capítulo 12 del Apocalipsis. Un texto
en el que muchos han visto la imagen de
la Virgen María
, pero que en realidad
se dirige primero a la realidad eclesial, de la que es, sin duda,
figura
la Virgen María.
De allí miraremos nuestra condición de pastores como “comunicadores
de vida”, como “padres-madres” en
la Iglesia.
2. La Iglesia como Maestra-María,
trono de
la Sabiduría. Incluye
en este punto algunas
anotaciones sobre la sabiduría en
la Biblia
, una aplicación de
los atributos de la sabiduría en clave mariana, para llegar a
nuestra realidad de pastores como maestros de la verdad. Este punto
nos ayudará a retomar nuestra misión profética.
3. Una presentación de María “Buena
Pastora”, “Madre del Buen Pastor”; en ella traeremos algunos
textos patrísticos que ya encontraban un nexo profundo entre la
figura de Cristo “Buen Pastor” y
la Maternidad
de María.
I
La
Maternidad
de la Iglesia, de
la
Virgen
y de los pastores
Apoc.
12: La realidad de la Iglesia
y la realidad de María.
Una
gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con
la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su
cabeza; está encinta, y grita con los dolores del parto y con el
tormento de dar a luz. Y apareció otra señal en el cielo: un gran
Dragón rojo, con siete cabezas y diez cuernos, y sobre sus cabezas
siete diademas. Su cola arrastra la tercera parte de las estrellas
del cielo y las precipitó sobre la tierra. El Dragón se detuvo
delante de
la
Mujer
que iba a dar a luz, para devorar a su Hijo en cuanto lo diera a
luz. La mujer dio a luz un Hijo varón, el que ha de regir a todas
las naciones con cetro de hierro; y su hijo fue arrebatado hasta
Dios y hasta su trono. Y la mujer huyó al desierto, donde tiene un
lugar preparado por Dios para ser allí alimentada 1.260 días.
Entonces se entabló una
batalla en el cielo. Miguel y sus ángeles combatieron con el Dragón.
También el Dragón y sus ángeles combatieron, pero no
prevalecieron y no hubo ya en el cielo lugar para ellos.
Y fue arrojado el gran Dragón,
la
Serpiente
antigua, el llamado Diablo y Satanás, el seductor del mundo entero;
fue arrojado a la tierra y sus ángeles fueron arrojados con él.
... Cuando el Dragón vio que había sido arrojado a la tierra, persiguió a
la
Mujer
que había dado a luz al Hijo varón. Pero se le dieron a
la
Mujer
las dos alas del águila grande para volar al desierto, a su lugar,
lejos del Dragón, donde tiene que ser alimentada un tiempo y
tiempos y medio tiempo. Entonces el Dragón vomitó de sus fauces
como un río de agua, detrás de
la
Mujer
,
para arrastrarla con su corriente. Pero la tierra vino en auxilio de
la
Mujer
:
abrió la tierra su boca y tragó el río vomitado de las fauces del
Dragón. Entonces despechado contra
la Mujer
,
se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos, los que guardan los
mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús.
Breve descripción: Entre
los escritos del N.T., el Apocalipsis, transcribe el anuncio de Gén
3, 15 en versión cristológica-eclesiológica (son evidentes los
contactos entre ambos textos). En efecto, el dragón es calificado
como la serpiente antigua que se llama Diablo y Satanás, el
seductor del mundo entero (12, 9), pelea abiertamente contra la
mujer, primero intenta devorar a su hijo recién engendrado (v. 4),
fracasado este ataque inicial (vv. 5-12) persigue a la mujer (v.
13), vomita tras ella como un río de agua (v. 15) que es absorbido,
sin embargo, por la tierra que abre su boca (v. 16); entonces, el
dragón, desahoga su irritación contra la mujer, desencadenando la
persecución contra “el resto de su descendencia, los que guardan
los mandamientos y son fieles testigos de Jesús”.
Notemos:
•
La “mujer vestida de sol”, es la mujer-esposa, que
representa al pueblo de Dios de ambos testamentos. Es la Iglesia de
la antigua alianza formada por las 12 tribus de Israel. Y es también
la Iglesia de la nueva alianza que como prolongación de las 12
tribus de Israel, está fundada sobre los 12 apóstoles (Ap 21, 14)
y comprende todos los otros discípulos de Cristo.
•
La “mujer es presa de los dolores de parto”. El dragón
se pone delante de ella para devorar al niño que va a nacer. Y ella
dio a luz un hijo varón... Los dolores de la parturienta y el rapto
del recién nacido, no describen el nacimiento de Jesús en Belén
sino el misterio pascual, o sea la “hora” de la pasión y
resurrección de Cristo.
•
El Apocalipsis habla sin duda de la Iglesia que engendra a
Cristo muerto y resucitado en la historia de la humanidad. Es una
Iglesia que sufre los embates de las fuerzas antagónicas a Cristo.
Es la Iglesia de ayer y de hoy, porque también en esta “hora”
la Iglesia se ve sometida diariamente a la persecución, a la
blasfemia, al enfrentamiento con las fuerzas hostiles al Evangelio
y, en general, al mensaje cristiano.
Tradicionalmente,
tanto en la lectura patrística como en las posteriores aplicaciones
del texto, se ha visto en esta presentación a María. La lectura mariológica de este texto nos ofrece las siguientes
connotaciones:
•
En la “hora” definitiva de Cristo, la comunidad mesiánica
de la cruz, estaba representada por el discípulo amado y por
algunas mujeres. Entre ellas, el evangelista concede un lugar
privilegiado a la madre de Jesús. En aquella “hora” Jesús
revela a su madre que ella tiene unas funciones maternales también
para con el discípulo, figura de todos los discípulos (cfr. Ap.
12, 17).
• La mujer vestida de sol
remite a
la Virgen
de Nazareth, saludada
por el ángel como kejaritomene,
llena de gracia. Ella está envuelta en la complacencia y el
favor misericordioso de Dios, su Salvador.
•
El texto nos habla de las dificultades con que tropieza la
Iglesia para acoger y vivir el mensaje del Evangelio, en medio de
las tribulaciones de este mundo. Pues bien, también en esta
perspectiva es oportuno observar que la misma Madre de Jesús, según
indica el Concilio Vaticano II “avanzó en la peregrinación de la
fe” (LG 58). María era discípula atenta para escuchar las
palabras de su Hijo (cfr. Lc 8, 19-21), pero aquellas eran palabras
que a veces María no lograba comprender, como, por ejemplo, la
respuesta que Jesús le había dado en el templo en un contexto de
intenso sufrimiento para ella y para José. Eran palabras que
anunciaban de antemano la muerte y resurrección del Hijo del
Hombre. Por tanto, también la fe de María iba madurando en el
sufrimiento, a semejanza del grano de trigo que, una vez caído en
tierra, tiene que morir para producir mucho fruto (Jn 12, 24).
Pastores-Padres que comunican
vida:
Siguiendo
nuestro itinerario, después de haber mirado esta lectura del texto
apocalíptico, no podemos evitar la confrontación con nuestro
propio ministerio episcopal. Estamos invitados a encontrar una
aplicación que nos lleve a ver en
la Virgen
el modelo de nuestra
paternidad-maternidad:
•
La “hora” que vive la Iglesia en muchos lugares del
mundo, es sin duda una de las más críticas de la historia. Los
embates que ella experimenta vienen de todos lados, aun pudiéramos
hablar, como en el primer siglo, de los ataques que vienen de fuera
y de los ataques que provienen de dentro. Somos timoneros de la nave
de la Iglesia violentamente sacudida por las olas del moderno
paganismo. Con nosotros va el Señor como Capitán que apacigua los
temores: “Soy Yo, no temáis” (Mt 14, 27). La nave de la Iglesia
no está habituada a ser movida por brisas delicadas, ella siempre
ha navegado en medio de escollos y agitadas tempestades. Siempre
habrá “falsos pastores” y “operarios engañosos que se
disfrazan de apóstoles de Cristo” (2 Cor 11, 13-15). Ante
el pueblo de Dios que está herido por sinnúmero de sufrimientos y
que despierta nuestro dolor de pastores seguiremos siendo testigos
de esperanza (cfr. 1 Ped 3, 15).
•
San Agustín hermosamente afirma que los apóstoles “eran
pastores porque eran miembros del Pastor; estaban contentos de
tenerlo a Él como cabeza, vivían en pleno acuerdo con Él, vivían
del mismo Espíritu, conformando el mismo cuerpo y por eso pertenecían
todos al único Pastor”. Cada obispo, entonces, revistiéndose de
bondadosa paternidad toma de la mano a cada hombre, lo va llevando
por el buen camino previniéndolo de las asechanzas y defendiéndolo
de los asaltos. El obispo preside la grey en íntima vinculación
con Cristo, obrando siempre “in
persona Christi”.
• Los pastores de la Iglesia
estamos llamados a “engendrar
a Cristo” en nuestras Iglesias particulares. Somos
prolongadores de
la Encarnación
del Hijo de Dios. Como padres alimentamos a los fieles con la gracia divina
en la administración de los sacramentos (cfr. CD 15).
• Nuestra misión, como la de
la Mujer-Madre
del Apocalipsis, consiste también en defender
la vida de la Iglesia, protegerla contra los ataques de sus
enemigos.
•
Se ha dicho también del Obispo que debe vivir en relación
esponsal con la Iglesia, así como lo hace Cristo. Nuestra misión
se sitúa también en esta dimensión: hemos de cuidar con esmero la familia que Dios nos ha confiado, nuestra
esposa.
•
No podemos perder lo que hemos recibido, no podemos dejárnoslo
arrebatar ni perecer. Nosotros en la Iglesia somos los primeros en
luchar contra todo aquello que hiere a Cristo en los hermanos, es más
contra todo aquello que impide que Cristo tenga vida en el mundo.
•
Una expresión, de la cual nos hemos servido para describir
nuestra misión, nos indica lo que debemos hacer en este sentido:
“celo pastoral”. Indica el
“motor” que nos impulsa a estar siempre en función de cuidar el
rebaño.
• El Obispo, como
la Madre
, vive su
paternidad-maternidad en el sufrimiento y en la lucha continua. Es
una realidad de la que no podemos huir. La figura de María al pie
de la cruz, instante en el que ella se convierte en Madre, nos
dice que también nosotros debemos estar al pie de la cruz.
I
María, Discípula y Maestra. La Iglesia, discípula y maestra.
Los
pastores, discípulos y maestros
María,
Madre Maestra en las bodas de Caná.
Tres
días después se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba
allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con
sus discípulos. Y, como faltara vino, porque se había acabado el
vino de la boda, le dice a Jesús su madre: “No tienen vino”.
Jesús le responde: “¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha
llegado mi hora”. Dice su madre a los sirvientes: “Haced lo que
Él os diga”. Había allí seis tinajas de piedra, puestas para
las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una.
Les dice Jesús: “Llenad las tinajas de agua”.
Y las llenaron hasta arriba.
“Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maestresala”. Ellos
lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en
vino, como ignoraba de dónde era (los sirvientes, los que habían
sacado el agua, sí que lo sabían), llama el maestresala al novio y
le dice: “Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están
bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta
ahora”. Así en Caná de
Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria,
y creyeron en Él sus discípulos (Jn 2, 1-11).
Notemos:
•
El texto tiene una importancia particular en el Evangelio de
san Juan. Aquí comienzan los signos. La clave de la interpretación
es ante todo cristológica porque da inicio a la revelación, idea
central del cuarto Evangelio. Pero es también uno de sus grandes
textos mariológicos.
•
Desde el ángulo cristológico, el vino nuevo guardado hasta
ahora, representa la revelación mesiánica, la gracia de la verdad,
presente en Jesús.
• El tema mariológico sigue
también esta línea;
la Madre
entra en la misma dinámica
de la misión mesiánica del Hijo. María, exhortando a los
sirvientes (nótese que son las últimas palabras de
la Virgen
en el Evangelio),
suscita en ellos la diaconía,
la perfecta docilidad a la palabra de Jesús, que es la
verdadera actitud que debe tomarse frente a la nueva alianza. María
se convierte así en maestra, su palabra conduce a aceptar la
revelación del Hijo.
Aplicación-Reflexión:
En
Caná María actúa como madre que alcanza para sus hijos la bebida
exquisita de la sabiduría. Pide a su Hijo más con el corazón que
con sus pocas palabras: “No tienen vino” (Jn 2, 3).
María
también actúa como maestra dando una lección de pocas palabras
que comprende muchas actitudes: “Haced
lo que Él os diga” (Jn 2, 5). Ella practicaba esa enseñanza
pues había respondido al Ángel: “Hágase
en mí según tu palabra” (Lc 1, 38) y se ajustaba en todo a
la voluntad de Dios. Cuando el hombre sigue lo que María Madre y
Maestra le enseña se logra la conversión y se cosechan frutos de
santidad.
Según
Padres y Doctores de la Iglesia como san Máximo de Turín, san
Gaudencio y santo Tomás de Aquino, el vino de Caná es signo del
vino purísimo del Espíritu Santo, de la sabiduría, de la doctrina
y su inteligencia, de la justificación que llena las tinajas vacías
y hace brotar la alegría verdadera en el corazón humano.
María,
Madre y Maestra, quería compartir con sus hijos y discípulos el
vino de
la Sabiduría
de que Ella estaba
llena: “Llena eres de
gracia” (Lc 1, 28). Tenía a su lado
la Sabiduría
encarnada, su Hijo.
Sabía de su dulzura, de su exquisitez, lo mismo que de su poder
para convertir lo desabrido en vino espiritual que alegra la vida.
María, Discípula en la escuela de Jesús
María
es Madre de
la Sabiduría
misma, Jesucristo; es
a la vez discípula, hasta llegar a reflejar de manera perfecta la
imagen de su propio Hijo. En su diálogo íntimo con Jesús, María
se llenaba más y más de la sabiduría divina. Las palabras de Jesús
eran como tesoros que Ella siempre guardaba y “meditaba en su
corazón” (Lc 2, 51). Las facultades de su alma eran perfectísimas,
por lo tanto su inteligencia y su memoria le permitían conservar
todo presente en su verdad total y dar razón de ello con la pedagogía
y el encanto de la más perfecta maestra.
María es la discípula más aventajada de la escuela de Jesús. El
salmista había recibido estas palabras que se aplican en María: “Voy
a instruirte, a mostrarte el camino a seguir, sin quitarte los ojos
de encima, seré tu consejero” (Sal 32, 8). María se
convierte en maestra de santidad y modelo de todas las virtudes,
llevando en sus entrañas la misma Ley de amor que es su hijo
Jesucristo. Como el Arca de
la Alianza
encerraba el Maná y
las tablas de
la Ley
, así María, “Arca
de
la Nueva Alianza
” lleva esculpida
la Palabra
de Dios en su alma y
la Ley
evangélica en su
corazón para enseñarla a la Iglesia como la más capacitada de las
maestras.
María es Maestra de la Iglesia
María
es maestra de oración y alabanzas. Ella no solo “ayudó con sus
oraciones a la Iglesia naciente”, sino que también ahora
intercede “en la comunión de todos los santos ante su Hijo” (LG,
69). Por su participación tan cercana de la eterna Sabiduría, en
cuanto Madre de Dios, estaba dotada de capacidad para orar como a
Dios agrada y de inventar cánticos nuevos a
la Santísima Trinidad
fuente de todas las
gracias.
Mientras
la Sabiduría
encarnada llamada
“Jesús” se formaba corporalmente de la sangre de María,
la Madre
a su vez se llenaba
recibiendo de su Hijo torrentes de esa misma Sabiduría. Ella
aprendió muy directamente de su Hijo verdades ocultas para los demás,
las guardaba y meditaba en su corazón. Por obra del Espíritu
Santo, Dios acampaba entre nosotros en las entrañas virginales de
María y, por gracia de un admirable intercambio, María resultaba
de tal manera transformada que ya no podía ser sino Madre de
la Sabiduría
y Maestra de
la Iglesia.
A
María todo honor y gloria. Con toda propiedad se aplican en Ella
las sublimes palabras del Eclesiástico 24, 1ss:
“La sabiduría hace su
propio elogio, se gloría en medio de su pueblo. En la asamblea del
Altísimo abre su boca... Yo salí de la boca del Altísimo y como
niebla cubrí la tierra. Yo puse mi tienda en las alturas y mi trono
era una columna de nubes... He arraigado en un pueblo glorioso, en
la porción del Señor, en su heredad... He crecido como cedro del Líbano,
como ciprés de las montañas del Hermón. He crecido como palmera
de Engadí como plantel de rosas en Jericó... como mirra exquisita
he derramado aroma... mis flores son frutos hermosos y abundantes...
Venid a mí los que me deseáis y saciaros de mis frutos, que mi
recuerdo es más dulce que la miel, mi heredad más dulce que los
panales... Haré que mi enseñanza brille como la aurora, y que
resplandezca en la lejanía. Derramaré mi enseñanza como profecía,
la transmitiré a las generaciones futuras”.
Los Apóstoles junto a María, Madre y Maestra
Después
de
la Resurrección
, los Apóstoles se reunían en torno a Ella como Madre y Maestra en la
espera del Espíritu Santo. El principio de autoridad y gobierno
estaba en Pedro, pero el amor a María cohesionaba la naciente
familia. María era como un
silencioso cimiento de la comunidad eclesial.
Hacía
poco tiempo que los discípulos habían recibido a María como Madre
y Ella a ellos como hijos. Ella y ellos, en un gozo inmenso y muy
conscientes de la voluntad del Señor, estaban viviendo la herencia
espiritual dada por Jesús desde
la Cruz
: “Mujer,
he ahí a tu hijo” (Jn 19, 26).
El
amor de María se vierte sin interrupción sobre sus nuevos hijos,
los hombres de toda raza y credo. Ella
es modelo de maternidad perfecta. María es fiel al encargo
dejado por su Hijo de amar y defender a los hombres rescatados con
el precio de su Sangre.
El
primer beneficiado del amor maternal de María fue el apóstol san
Juan, discípulo amado de Jesús y con él todo el Colegio Apostólico.
Los sucesores de los Apóstoles continúan en el tiempo este
beneficio de la predilección maternal de María. En una continua
hermenéutica de la vivencia mariana apostólica, podemos llamarla
Madre y Maestra de los prolongadores de los Apóstoles, los obispos
y pastores de todos los tiempos en la vida de
la Iglesia.
María
es Maestra, es Depósito del tesoro de la divina Revelación, es
Arca de la ley y de la ciencia divina, es Catequista del Credo, es
Intérprete de la doctrina de los sacramentos, es “modelo
de virtudes para toda la comunidad de los elegidos” (LG, 65).
Si
María es Maestra tiene una escuela siempre abierta que nos invita a
matricularnos para aprender a ser hijos de Dios, pastores y maestros
en la Iglesia mediante la luz de su ejemplo, la sabiduría de sus
palabras, la pedagogía de su magisterio, la eficacia de su oración
y la ternura de sus cuidados maternales. María es el Faro puesto en
lo alto del monte (cf. Lc 11, 33), para que brille delante de los
hombres y se dé gloria al Padre que está en los cielos (cf. Mt 5,
16). Quien se dispone a escuchar con humilde corazón las lecciones de María
pronto se llenará de amor, de sabiduría y de ciencia divina
como ha sucedido a los verdaderos sabios y santos de
la Iglesia.
Los pastores siguiendo a María Maestra
Es
oportuno volver a escuchar unas palabras del Santo Padre en su encíclica
Fides et Ratio. En la
parte introductoria habla de las motivaciones que lo llevaron a
publicar la encíclica y encontramos allí una indicación para
nosotros, en cuanto somos testigos de la verdad:
“Me mueve a esta iniciativa, ante todo, la convicción que expresan las
palabras del Concilio Vaticano II, cuando afirma que los Obispos son
“testigos
de la verdad divina y católica” (LG, 25). Testimoniar la verdad es, pues, una tarea confiada a nosotros, los
Obispos; no podemos renunciar a la misma sin descuidar el ministerio
que hemos recibido”.
Recordemos,
de otra parte, las Palabras de san Pablo a su discípulo Timoteo: “Procura cuidadosamente presentarte ante Dios como hombre probado,
como obrero que no tiene por qué avergonzarse, como fiel
distribuidor de
la
Palabra
de la verdad (2
Tim 2, 15).
Hemos
visto como María conduce con su palabra sencilla a
la Palabra Encarnada
, y me parece que también en esto hemos encontrado un modelo concreto para
imitar, si asumimos en toda su exigencia la diaconía de la verdad.
Uno
de nuestros servicios es el de “enseñar”, lo hemos reflexionado
ampliamente en esta reflexión; más ahora, a modo de recapitulación,
conviene insistir ante todo por la urgencia del momento actual, en
la necesidad de ser servidores de la verdad. El relativismo y el
subjetivismo han invadido por doquier nuestras Iglesias. Aún pienso
en muchos sacerdotes de nuestros presbiterios que han tomado caminos
equivocados y dedican más tiempo a hablar de autoestima, nueva era
y cosas por el estilo que de Dios mismo.
I
María, Madre del Buen Pastor
La Lumen
Gentium
dedica todo el n.
55 a
las profecías del
Antiguo Testamento, sobre la función de María como Madre del Mesías.
Esta madre aparece ya “proféticamente bosquejada en la promesa de
victoria sobre la serpiente hecha a los primeros padres caídos en
pecado”. “Enemistad pondré
entre ti y la mujer, entre tu linaje y su linaje: él te pisará la
cabeza, mientras acechas tú su calcañar” (Gén 3, 15).
Isaías
la preanuncia como virgen-madre: “He
aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo y le
pondrá por nombre Emmanuel” (Is 7, 14). Miqueas predice el
engrandecimiento de la pequeña Belén Efrata porque allí nacerá
el “gobernador de Israel”, quien “pastoreará firme con la fuerza de Yahvé”, cuando “la
parturienta dé a luz...” (Miq 5, 1-3).
El Mesías será esperado entonces como “pastor” asistido
por la fuerza de Dios.
Todas
las promesas se cumplieron cuando hace ya dos mil años, en un período
maduro llamado “plenitud de
los tiempos”, en una noche fría, en las afueras de Belén y más
precisamente en una cueva de animales, “envió
Dios a su Hijo, nacido de mujer” (Gál 4, 4).
José
y María que estaba encinta llegaron al santo lugar escogido por
Dios. “Mientras estaban ahí, se le cumplieron los días del alumbramiento y
dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le
acostó en un pesebre porque no tenían sitio en el albergue” (Lc
2, 6-7). San Juan nos transmitirá este hecho feliz y trascendental
de la historia con brevedad y precisión: “Y
la
Palabra
se hizo carne y puso su Morada entre nosotros” (Jn
1, 14).
Los
primeros visitantes del “Pastor de Israel” serían
“unos pastores que dormían al raso y vigilaban por turno durante
la noche su rebaño” (Lc 2, 8). Esa visita de los humildes y
pobres pastores era como el reconocimiento de su “Mayoral” (cf.
1 Ped 5, 4) que se les había acercado, del Pastor de los pastores,
de quien se definiría a sí mismo más tarde diciendo: “Yo soy el
Buen Pastor” (Jn 10, 11).
María
Virgen, la “predestinada
desde toda la eternidad como Madre de Dios juntamente con la
encarnación del Verbo... fue en la tierra
la
Madre
excelsa del divino Redentor... Concibiendo a Cristo, engendrándolo,
alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, padeciendo con
su Hijo cuando moría en
la Cruz
,
cooperó en forma enteramente impar a la obra del Salvador con la
obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad con el fin de
restaurar la vida sobrenatural de las almas. Por eso es nuestra
madre en el orden de la gracia” (LG, 61). En estas líneas el Concilio implícitamente se habla de María
Corredentora, para más adelante acoger los títulos de Abogada,
Auxiliadora, Socorro, Mediadora que la Iglesia siempre le ha
reconocido.
Es
justo y muy grato llamar “MADRE DEL BUEN PASTOR”, a María, la
dichosa Virgen-Madre, la “Nueva Eva” que “dio a luz al Hijo, a
quien Dios constituyó primogénito entre muchos hermanos” (cf.
Rom 8, 29), esto es, los fieles, a cuya generación y educación
coopera con amor materno” (LG, 63). En lógica consecuencia, todos los que nos identificamos en nuestro ser y en nuestra misión con
el Buen Pastor, llenos de gozo y esperanza, podemos llamar a María
“Madre de los Pastores”, es decir, nuestra propia Madre.
He
aquí algunos textos patrísticos que remiten a la figura
“pastoral” de María. Ellos, por sí solos, hablarán de la
relación estrecha entre nosotros pastores y María, nos recordarán
al Buen Pastor y, como siempre sucede con todo aquello que se diga
de María, nos remitirán al Hijo a quien prologamos con nuestro
ministerio.
• Melitón de Sardes en
la Homilía
sobre la pascua,
presenta a
la Virgen María
en una dimensión que está íntimamente ligada al mundo pastoral y al
misterio de la salvación:
Él
es Aquel que se ha encarnado en una Virgen...
Él
es el Cordero que no tiene voz.
Él
es el Cordero inmolado.
Él
es Aquel que ha nacido de María, la
bella cordera.
•
San Efrén (+ 373) es quizás quien con mayor claridad aplica
a María un lenguaje pastoral:
“Todos
saben que María es la puerta de
la
Luz
:
a través de ella el mundo y sus habitantes han sido iluminados”
(Himno sobre
la Natividad
).
“En
la primavera, cuando los corderos vagan por los campos, Cristo entra
en el vientre virginal, luego entra en el río... En invierno los
corderos recién nacidos son vistos primero por los pastores y
justamente ellos conocieron primero el nacimiento del verdadero
Cordero anunciado desde el cielo. El lobo antiguo vio al Cordero
tomando el alimento materno y tuvo miedo porque se había disfrazado
con la piel de una oveja, mientras el Pastor universal se convirtió
en un cordero del rebaño: así dispuso Él mismo hacerse devorar
como Cordero manso para poder derrotar al sanguinario con su propia
potencia. El Santo habitó con su cuerpo en el seno materno,
mientras ahora tiene su morada, con su Espíritu, en el alma: si María,
que lo concibió, se abstuvo de las bodas (en el sentido de fiesta
de pecado), el alma que es por Él habitada se abstenga del
libertinaje” (Sermones
de Nativitate).
“María
Madre es un prodigio divino: acogió al Señor y lo hizo hacerse
siervo; acogió
la
Palabra
encarnada y la hizo convertirse en muda; acogió a Aquel que truena
y le cortó la voz; acogió al Creador y Salvador y los transformó
en Cordero (Sermones
de Nativitate).
“Oh
Virgen, Señora, Madre de Dios, que llevaste en el vientre a Cristo
Salvador y Señor nuestro, en ti yo coloco toda mi esperanza, en ti
confío, porque eres la más excelsa de todas las potencias
celestiales. Protégeme con tu gracia purísima que viene de Dios,
muéstrame el camino para hacer la santa voluntad de tu Hijo y Señor
nuestro” (Precationes
ad Deiparam).
En
uno de los himnos a María, san Efrén, lee poéticamente el pasaje
del sacrificio de Isaac y en especial la sustitución con un cordero
en el momento de la inmolación: “Ni antes, ni después el árbol generó un cordero sobre la tierra,
ni otra Virgen generó sin el concurso de hombre. María y el árbol representan una sola realidad. El cordero estaba
sujeto a las ramas, mientras el Señor nuestro lo estaba en el Gólgota.
El cordero salvó a Isaac y nuestro Señor a las creaturas”.
•
San Proclo de Constantinopla (+ 446) en su cuarto discurso de
Navidad:
“Corran
los pastores porque ha nacido el Pastor de
la
Cordera Virgen...
De hecho, el Pastor ha querido revestirse en forma nueva...”.
•
San Andrés de Creta (+ 740):
“María
da alimento a Quien todos nutre, María es el vestido sin mancha de Aquel que es al mismo tiempo Cordero
y Pastor, María es la oveja sin mancha que generó al Cordero
Cristo, María es la mesa inteligente de la fe que ha preparado el
pan de la vida para el mundo entero” (Homilia
in laudem 5. Mariae).
•
San Juan Damasceno (+ 750):
“Exulte
la naturaleza: viene al mundo
la
Cordera
,
en la cual el Pastor se transformará en oveja y arrancará la túnica
de la antigua muerte... María
es
la Cordera
que genera al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.
•
El himno Akathistos (s. VI):
Los
pastores oyeron los angélicos coros,
que
al Señor hecho hombre cantaban.
Para
ver al Pastor van corriendo;
un
cordero inocente contemplan
que
del pecho materno se nutre
y
a
la Virgen
le cantan...
Salve,
nutriz del Pastor y Cordero;
salve,
aprisco de fieles rebaños.
• Entre las muchas
oraciones a María, Madre y Maestra, quisiera traer estas dos
preciosas invocaciones:
En
el famoso himno Ave Maris Stella le insistimos: “Monstra te esse
Matrem... muestra que eres mi
Madre, el Verbo Encarnado que de ti procede, recibirá tus
preces.
La Liturgia
de las Horas en un
himno del Oficio a
la Virgen María
la describe como aguerrida pastora que defiende a sus ovejas: “Sois
Pastora de tal suerte, que aseguráis los rebaños de mortandades y
daños, dando al lobo cruda muerte... Si vuestro ejemplo tomases los
pastores y pastoras, yo fío que de dolores para siempre se
librasen”.
I
Conclusiones
Madre
del Buen Pastor y Madre nuestra
El
Hijo es el “Buen Pastor”, María es la “Madre del Buen
Pastor”. El Hijo es el Señor, Ella es
la Señora. El
Hijo es el “Cordero
de Dios”, Ella es la “casta Cordera”. El Hijo es el Mayoral de
los pastores, Ella es la divina “Pastora”. El Hijo es el príncipe
de los pastores, Ella es
la Reina
de los pastores. El
Hijo es el Maestro, Ella es
la Maestra
de los pastores. Pues
bien, si nosotros somos prolongadores y actual presencia del Buen
Pastor hemos de acudir a
la Madre
y Maestra para que
Ella nos enseñe cómo apacentar en el tiempo presente.
Ella,
la Madre
de la Iglesia, la
llena del Espíritu Santo, el “icono viviente del Espíritu” nos
acompañe en esta hora a los pastores de la Iglesia así como estuvo
al lado de los apóstoles en las primeras dificultades de
la Iglesia. Con
ellos estuvo en Caná
(cfr. Jn 2, 1-11) y allí su intercesión fue escuchada por su Hijo.
Con el apóstol Juan estuvo al pie de la cruz y allí nos la entregó
el Señor como el más precioso tesoro de su corazón. Unida a los
apóstoles vivió, y como primera, anticipándose a ellos, el
indecible gozo de la resurrección; con ellos esperó y recibió el
Don del Espíritu Santo el día de Pentecostés. Junto a Juan,
alentando a la Iglesia en su primera expansión, vivió después de
la Ascensión
(cfr. Hech 1, 12-14).
Ella, la tierna Madre, presente en todo momento en el corazón de la
Iglesia, está también guiando a sus hijos como Madre, Maestra y
Reina de inagotable misericordia y sabiduría.
El
seno bendito de María en donde se formó Jesús, el Verbo
Encarnado, por el Espíritu Santo, siga siendo la cuna sacerdotal en
donde nos formemos los actuales pastores. El corazón de María que
enseñó a palpitar y a amar al Sagrado Corazón de Jesús, “manso
y humilde’, nos enseñe a tener un corazón que arda en amor a
Dios y a la Iglesia, amor que se haga visible a través de una
entrega renovada a
la Evangelización
de nuestros fieles.
Fuente:
Seminario
Pontificio Mayor de Santiago. Chile
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