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La maternidad espiritual de María
Lic. Sergio Pérez
1.
Fundamento teológico de la maternidad espiritual de María
Para que el lector tenga desde el comienzo una visión sintética de
conjunto y comprenda mejor la doctrina que después expondremos,
ofrecemos el siguiente resumen de uno de los más excelentes mariólogos
contemporáneos[1]:
“La
solución de la cuestión sobre el fundamento teológico de la
maternidad espiritual de María depende de la solución del
problema sobre el nexo que existe entre la maternidad
divina y la maternidad espiritual. Aquellos (poquísimos) para
quienes la maternidad divina de María Santísima no es más que
la maternidad del Hombre-Dios no ven evidentemente nexo
alguno entre maternidad divina y maternidad espiritual. Aquellos,
en cambio, para quienes la maternidad divina de María es la maternidad
del Hombre-Dios Redentor en cuanto tal (es decir, en cuanto
Redentor, Cabeza de la humanidad, que El ha venido a regenerar a
la vida sobrenatural), ven un nexo estrechísimo entre la
maternidad divina y la maternidad espiritual de María Santísima.
Para éstos, pues, el verdadero fundamento de la maternidad
espiritual se encuentra en nuestra incorporación a Cristo. En
virtud de la encarnación redentora, en efecto, el Verbo encarnado
en el seno virginal de María queda constituido Cabeza mística de
toda la humanidad (síntesis de toda la creación), y la humanidad
queda constituida Cuerpo místico suyo. Cristo, en efecto, puede
ser considerado bajo un doble aspecto: como Hombre-Dios y como
Redentor. Como Hombre-Dios tiene un cuerpo físico, como
todos los demás hombres; como Redentor del género humano, en
cambio, tiene un Cuerpo místico, que es la sociedad de
todos los que creen en Él (Rom 12,5). La Virgen Santísima, pues,
al engendrar física y naturalmente a Cristo, engendraba espiritual
y sobrenaturalmente a todos los cristianos, miembros místicos
de Cristo, o sea, a todo el género humano. Se sigue que tanto la
Cabeza como sus místicos miembros son frutos del mismo seno, el
de María; y que María queda constituida así Madre del Cristo
total, es decir, de la Cabeza y de sus miembros, aunque de
modo diverso: físicamente de la Cabeza, espiritualmente
de los miembros.
Todo
esto es consecuencia de una maternidad divina soteriológica, o
sea, de la maternidad del Hombre-Dios Redentor en cuanto
tal; de una maternidad ordenada por sí misma, en virtud del
plan divino, a la redención, a la regeneración sobrenatural de
la humanidad caída. Esto se deduce, como veremos, de la
Escritura, de la tradición y, de un modo clarísimo, de la enseñanza
del magisterio eclesiástico. En breve: la maternidad espiritual
de María Santísima respecto a todos los cristianos es una
prolongación de su maternidad divina y física respecto a
Cristo...: somos hijos en el Hijo (filii in Filio), en
quien estamos como incluidos, a quien estamos incorporados [2].
En
cambio, los que no admiten (y son bien pocos, un número casi
despreciable) esa maternidad divina soteriológica (o sea,
con finalidad redentora), encuentran el fundamento
de la maternidad espiritual de María Santísima en las palabras
de Cristo en la cruz; “¡He ahí a tu madre... He ahí a tu
hijo!” (Jn 19,26-27)... Pero las citadas palabras de San Juan,
como veremos, no tienen un valor causativo, sino solamente declarativo
o proclamativo de la maternidad espiritual de María».
En realidad, en el hermoso párrafo que acabamos de transcribir está
dicho casi todo lo que se puede decir en torno al fundamento de la
maternidad espiritual de María sobre todo el género humano
redimido por Jesucristo: La maternidad espiritual de María
es el complemento de su maternidad divina, puesto que Ella es
la Madre del Cristo total: Madre física de
Cristo-Cabeza, y Madre espiritual de todos los miembros de su
Cuerpo místico.
Pero tratándose de un tema tan bello y admirable para quien se
acerca a los misterios del Hijo de Dios, Nuestro Redentor, sin
prejuicios y, por el contrario, resulta oscuro o inventado para
quien está lleno de ellos, queremos aprovechar esta ocasión para
exponer algún que otro detalle más para consuelo y solaz de todos
los hijos amantes de María, nuestra dulce Madre.
2.
Verdadero sentido de la maternidad espiritual de María
Es preciso, ante todo, determinar el verdadero sentido de la
maternidad espiritual de María sobre nosotros, puesto que, a este
respecto, corren por el mundo (particularmente de algunos
pretendidos exegetas bíblicos) conceptos falsos o incompletos [3].
a) Sentido falso: MATERNIDAD METAFÓRICA. A los ojos de
algunos, María es llamada nuestra Madre porque nos ayuda y nos ama
“como si fuera nuestra Madre”. Aplicándole, pues, este
nombre suave, expresamos tan sólo una maternidad metafórica, todo
lo inefablemente dulce que se quiera, pero una simple maternidad figurada
y no una maternidad verdadera.
Otros ven en el título de “Madre” la expresión de los cuidados
que María se toma para alimentarnos y elevarnos; nos obtiene
innumerables favores espirituales para fortificar nuestra vida
sobrenatural, para desarrollarla, para preservarla de todo mal. Nos
rodea de tantos favores naturales en salud y enfermedad, en todas
las circunstancias de nuestra vida, que jamás madre verdadera ha
hecho la centésima parte por el más querido de sus hijos. Sin
embargo, se trata de los cuidados que procura una nodriza, y en ningún
caso pueda afirmarse que ésta sea una madre en el sentido propio
del término.
b) Sentido incompleto: MATERNIDAD ADOPTIVA. Para otros, María
es nuestra Madre por adopción. Cuando estaba para perder a su Hijo
único, Jesús le dio en su lugar al discípulo predilecto, y en la
persona de Juan a todos sus discípulos presentes y futuros, cuando
le dijo: «Mujer, he ahí a tu hijo». Y a Juan: «He ahí a tu
madre» (Jn 19, 26-27). En aquel momento, sostienen
algunos, María habría adoptado por hijos suyos a los que el
amor de su Hijo le confiaba y desde aquel momento los habría
tratado como si ella los hubiera dado al mundo.
Es verdad -como veremos- que las palabras de Cristo en la cruz se
refieren a la maternidad espiritual de María. Pero querer buscar en
esas palabras el fundamento de su maternidad sería hacer de
ella una idea superficial. Sería entonces algo puramente accidental,
apoyándose sobre unas palabras que Nuestro Señor hubiera
podido no pronunciar; siempre algo extrínseco a María y a
nosotros. Una adopción es una acción legal que da al
adoptado los derechos de un hijo, pero no puede hacer de él un hijo
verdadero; ella le confiere los bienes exteriores, pero no puede
hacer que haya recibido su naturaleza del padre o de la madre que lo
adopta.
Ahora bien: de hecho la maternidad espiritual de María es una
realidad mucho más íntima que una simple adopción humana; es una
realidad ligada a toda la misión, a toda la razón de ser de la
Santísima Virgen.
c) Sentido verdadero: MARÍA NOS TRANSMITE LA VIDA
SOBRENATURAL. ¿Qué es, pues, esta maternidad espiritual? Por esta
maternidad entendemos que María nos ha dado la vida sobrenatural
tan verdaderamente como nuestras madres nos han dado la vida
natural; y que, como nuestras madres lo hacen en nuestra vida
natural, Ella nutre, protege, acrecienta y extiende nuestra vida
sobrenatural a fin de conducirla a su perfección.
Todos comprenden la realidad de la vida natural. La vemos, la
tocamos, la sentimos, la percibimos en todas nuestras actividades
exteriores e interiores; se confunde, por decirlo así, con nuestro
yo, pues nosotros no tenemos conciencia de nuestro yo sino sintiéndonos
vivir. Es la gran realidad tan querida, que para conservarla
hacemos, si es preciso, el sacrificio de todos los demás bienes
terrenos: fortuna, placeres, ambiciones...
Pues bien: al lado de esta vida natural, la fe nos enseña que hay
para el cristiano otra vida, llamada sobrenatural o espiritual,
o también estado de gracia. Pero como esta vida no puede verse, ni
tocarse, ni constatarse directamente, a muchos cristianos les parece
algo vago, etéreo, inconsistente; algo más bien negativo (la
ausencia de pecado grave) o, si algo positivo, una relación exterior
de amistad entre Dios y el alma. Y, sin embargo, esta vida
sobrenatural es una realidad muy superior a cualquier otra realidad
creada, muy superior en particular a esta vida natural que nos es
tan querida; es la razón por la que tantos mártires han
sacrificado alegremente ésta a aquélla. Por eso es que nosotros
todos debemos -o debiéramos- estar en la disposición de perder
nuestra vida natural antes que el estado de gracia, puesto que el
Hijo de Dios se ha encarnado y ha dado su vida para merecernos esta
vida de la gracia.
¿Qué es, pues, esta vida sobrenatural tan impalpable y, sin
embargo, tan preciosa? No es otra cosa que la misma vida de Dios,
la vida de Cristo en nosotros. Por ella, nos dice San Pedro,
llegamos a ser «participantes de la misma naturaleza divina« (2 Pe
1,4). Y San Pablo prorrumpe: «No soy yo quien vivo, es Cristo quien
vive en mí» (Gál 2,20). Y en otro lugar: «Mi vida es Cristo»
(Flp 1,21). Por otra parte, nos enseña que nosotros formamos un
cuerpo con Jesucristo, que es nuestra Cabeza (1 Cor 12 y en otros
sitios). Ahora bien: en un cuerpo, la misma vida anima la cabeza y
los miembros. Pero, ya antes que Pedro y antes que Pablo, Jesucristo
había enseñado a sus discípulos: «Yo soy la vida, vosotros los
sarmientos. El que mora en mí y yo en él, éste dará mucho fruto»
(Jn I5,5). La misma savia circula en la cepa y en los sarmientos; la
misma vida circula en Cristo y en sus discípulos.
Esta participación de la vida infinita, eterna, de Dios, nos la
comunica María. ¿Cómo nos la comunica? Se puede responder con muy
pocas palabras: «Nuestra vida es Cristo. María nos ha dado a
Cristo. Luego Ella nos ha dado la vida»; o expresado de otra
manera: “María es nuestra Madre” en el orden sobrenatural.
Notas
[1]
Cf. ROSCHINI, La Madre de Dios
según la fe y la teología (Madrid 1955) vol.1 p.384-86.
[2]
Esta inefable inmanencia o inclusión
de los hombres «en Cristo Jesús ha sido destacada por San
Pablo. Dice el Apóstol: «Uno ha muerto por todos; luego
todos han muerto» (II Cor 5,14). Esto supuesto, razonamos: en
tanto hemos muerto todos en Cristo en cuanto estábamos
incluidos en Cristo. Cristo era, moralmente, la carne de todos.
Pero es razonable preguntarse: ¿Cuándo y cómo estábamos
incluidos en Cristo sino en el momento mismo de su encarnación
¿cuando el Verbo se hizo «semejante a los hombresal y en
virtud de esa misma encarnación? Dice además el Apóstol: «Dios,
habiendo enviado a su Hijo en carne semejante a la del pecado,
condenó el pecado en la carne» (Rom 8,3). Esto supuesto,
concluimos: en tanto Dios ha condenado el pecado en la carne (en
toda la carne que había pecado) en cuanto la carne de Cristo
era, moralmente, la de todos. Pero la carne de Cristo sólo ha
sido carne de todos en la encarnación y en virtud de la
encarnación; entonces, en efecto, en el seno de María tomó Él
físicamente su carne, y moralmente la carne de
todos nosotros. Moralmente, pues, todos los hombres, juntamente
con Cristo, han sido concebidos en el seno purísimo de María y
han nacido de él. Con razón, pues, puede llamarse a la Virgen Madre
espiritual suya. (Nota del P. Roschini.)
[3]
Cf. NEUBERT o.c., p.56-59, de donde
tomamos esta doctrina.
Fuente:
apologetica.org
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