Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo

Padre Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

 

Lc 1,26-28

María es el punto final del Adviento, porque nos convierte en realidad y nos da definitivamente al que había de venir, al Dios con nosotros. El Evangelio no es tanto un texto de historia o un tratado de Teología, cuanto un memorial de fe. San Lucas nos refiere la experiencia de la Virgen María y de los primeros creyentes no solo para informar, sino también y, sobre todo, para animar a sus oyentes y lectores. Escribe San Ambrosio: «Sin duda, los misterios divinos son ocultos y, como ha dicho el profeta, no es fácil al hombre, cualquiera que sea, llegar a conocer los designios de Dios (Is 40,13). Por eso el conjunto de acciones y enseñanzas de nuestro Señor y Salvador nos dan a entender que un designio bien pensado ha hecho elegir con preferencia para Madre del Señor a la que había sido desposada con un varón. Pero ¿por qué no fue hecha Madre antes de sus esponsales? Posiblemente para que nadie dijera que había concebido pecaminosamente. 

«Con razón, pues, ha indicado la Escritura las dos cosas: que ella era esposa y que era virgen; Virgen, para que apareciera limpia de toda relación con un varón; desposada, para sustraerla al estigma infamante de una virginidad perdida, en la que su embarazo hubiera sido signo de su caída. El Señor ha querido mejor permitir que algunos dudasen de su origen, antes que de la pureza de la Madre. Sabía Él qué delicado es el honor de una virgen, qué frágil la fama del pudor; y no juzgó conveniente establecer la verdad de su origen a expensas de su Madre» (Comentario Evang. Lucas II,1).

Los Santos Padres nos aseguran que la Virgen María concibió primeramente a Cristo de un modo espiritual, es decir, con su fe, con su pureza virginal, con su humildad, con su entera sumisión a Dios, con su obediencia, con el reconocimiento de su pequeñez y de su indignidad. Primero tuvo que ser virgen, tuvo que estar desprendida de todo lo que no era Dios. Después tuvo que ser esclava, es decir, tuvo que entregarse humilde y totalmente a Dios, a su divina voluntad. 

Permanecer como Sagrario viviente entre los hombres, portadora de Cristo y partícipe eficaz de su Vida y de su Obra, constituye la responsabilidad profunda de la Virgen María en su divina Maternidad. Ésa es una maravillosa comunión de vida con Cristo, a la que también nosotros hemos de aspirar a diario por nuestra comunión eucarística. 

Fuente: mscperu.org