¿Quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor? 

Padre  Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

 

Lc 1,39-45

La Virgen María, la Mujer bendita, la primera creyente y realizadora del Misterio de Cristo, es el punto final del Adviento. Ella misma fue el signo viviente, que hizo presente en el mundo la realidad del Verbo encarnado. Isabel es con Juan el Bautista el símbolo de la espera del judaísmo e, indirectamente, el símbolo de toda la humanidad. Y es también el prototipo del modo ideal de acoger al Mesías salvador. 

Pero se notará cómo la capacidad de reconocer al Salvador está unida a la fe, y ésta solo es posible por la gracia de Dios. El hombre aspira humanamente a la salvación, pero los caminos del Señor no son nuestros caminos y, consiguientemente, solo el Espíritu Santo puede hacer que reconozcamos y aceptemos la salvación. Dios salvador se hizo presente en la naturaleza humana y solo en la relación personal y vital con el Dios encarnado está la salvación. 

De aquí se deriva el carácter personal del cristianismo. Navidad es la fiesta del amor misericordioso de Dios: «Tanto amó Dios al mundo, que le envió a su mismo Hijo Unigénito, para que, creyendo en Él, no perezca, antes alcance la vida eterna» (Jn 3,16). Esto es lo que ha realizado Dios por nosotros, por nuestra redención y salvación eterna. Vivir en hondura, sin intermitencias, sin separación existencial alguna, su comunión total con Cristo constituyó la identidad perfecta de María y el testimonio evangelizador de su vida temporal entre los hombres. Una comunión total de vida con Cristo que también nosotros hemos de procurar a diario con la gracia de Dios. 

Fuente: mscperu.org