«María dijo:"Mi alma glorifica al Señor. 

Pablo Cardona

 

Lucas 1, 46-55

«María dijo:"Mi alma glorifica al Señor. 
y mi espíritu se regocija en Dios, mi salvador, 
porque se ha fijado en la humilde condición de su esclava. 
Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, 
porque el todopoderoso ha hecho conmigo cosas grandes, su nombre es santo; 
su misericordia de generación en generación para todos sus fieles.
Ha desplegado la fuerza de su brazo, ha destruido los planes de los soberbios, 
ha derribado a los poderosos de sus tronos y ha encumbrado a los humildes; 
ha colmado de bienes a los hambrientos y despedido a los ricos con las manos vacías. 
Ha socorrido a su siervo Israel, acordándose de su misericordia,
como había prometido a nuestros padres, 
en favor de Abrahán y su descendencia para siempre».


1º. Ante el raudal de alabanzas que se le prodiga, la humildad de María se vuelve hacia Dios para referírselo todo a El. 

Nunca se queda la Virgen con la gloria. 

La gloria es de Dios.

«Engrandece mi alma al Señor, y exulta mi espíritu en Dios.»

En estos dos verbos está contenida la actividad espi­ritual de María Santísima.

Esta es la actitud de la Virgen, colmada ella como nadie de la plenitud del Espíritu Santo. 

Toda su vida es así: llena de gracia y de exultación, cantar la gloria de Dios.

Pero hay dos verbos también, en el Magnificat, que expresan la acción de Dios sobre la Virgen: «Miró la humillación de su esclava, hizo en ella cosas grandes»

La mirada de Dios sobre la actitud humilde de la Virgen que se hace pequeña y se anonada y se considera -se sabe- esclava del Señor. 

¡Cómo descansa la mira­da de Dios en una persona así!

Este verbo indica una mirada de predilección. 

La mi­rada preferencial de Dios.

Mirada de amor absolutamente preferencial por la Virgen, por la pequeñez de la Virgen, por su profundísima humildad.

«Hizo en mí cosas grandes.»

Dios es el Hacedor. 

Dios hizo el cielo y la tierra; Dios hizo el mar y cuanto contiene; Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza... 

Cosas grandes ciertamente.

Pero Dios hizo cosas grandes sobre todo en María: la hizo Inmaculada desde el primer instante de su concep­ción, la colmó de gracia, la llevó hasta los linderos de la divinidad por la grandeza de la divina maternidad, la hizo corredentora al pie de la Cruz, la constituyó Media­nera de todas las gracias, la llevó en cuerpo y alma a la gloria del cielo, la coronó como Reina y Señora de todo lo creado... 

Esta es la actitud de Dios con la Virgen.

¿Y cuál la actitud de los hombres?

Ella lo dice en una palabra: me llamarán dichosa.

Nosotros, según la enseñanza de Cristo, llamamos dichosos, bienaventurados, a los pobres, a los mansos, a los que tienen hambre y sed de justicia... 

Pero todos estos adjetivos se concentran en María. 

Llamamos dichosa a María.

Clamaría después una mujer del pueblo hablando con Jesús: «Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron» (Lucas 11, 27).

Y todas las generaciones del mundo harán lo mismo: «me felicitarán.» 

Desgraciado aquel que no lo haga, que se niegue a proclamarla bienaventurada y a bendecirla precisamente a causa de su disponibilidad, su amor y entrega a Dios. 

Pienso que quien la alabe y la felicite de todo corazón tendrá en sí el alma de María, el espíritu de María, para engrandecer a Dios y exultar de gozo en el Señor. 

La actitud del cristiano con María es manifes­tativa de la actitud del cristiano con Dios.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Tiempo ordinario. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.

Fuente: almudi.org