“Dichoso el seno que te llevó y los pechos que amamantaste”

Autor:

 

Lucas 11:27-28

El evangelio de Lucas recoge el momento en el que “alzó la voz una mujer de entre la gente, y dijo, dirigiéndose a Jesús: “¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!” (Lucas 11, 27). Estas palabras constituían una alabanza para María como madre de Jesús, según la carne.

Pero a la bendición proclamada por aquella mujer respecto a su madre según la carne, Jesús responde de manera significativa: “Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan” (cf. Lucas 11, 28). Quiere quitar la atención de la maternidad entendida sólo como un vínculo de la carne, para orientarla hacia aquel misterioso vínculo del espíritu, que se forma en la escucha y en la observancia de la palabra de Dios.

Sin lugar a dudas, María es digna de bendición por el hecho de haber sido para Jesús Madre según la carne (“¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!”), pero también y sobre todo porque ya en el instante de la anunciación ha acogido la palabra de Dios, porque ha creído, porque fue obediente a Dios, porque “guardaba” la palabra y “la conservaba cuidadosamente en su corazón” (cf. Lucas 1, 38. 45; 2, 19. 51) y la cumplía totalmente en su vida. Podemos afirmar, por lo tanto, que el elogio pronunciado por Jesús no se contrapone, a pesar de las apariencias, al formulado por la mujer desconocida, sino que viene a coincidir con ella en la persona de esta Madre-Virgen, que se ha llamado solamente “esclava del Señor” (Lucas 1, 38).

Si por medio de la fe María se ha convertido en la Madre del Hijo que le ha sido dado por el Padre con el poder del Espíritu Santo, conservando íntegra su virginidad, en la misma fe ha descubierto y acogido la otra dimensión de la maternidad, revelada por Jesús durante su misión mesiánica. 

Se puede afirmar que esta dimensión de la maternidad pertenece a María desde el comienzo, o sea desde el momento de la concepción y del nacimiento del Hijo. Desde entonces era “la que ha creído”. 

… María madre se convertía así, en cierto sentido, en la primera “discípula” de su Hijo, la primera a la cual parecía decir: “Sígueme” antes aún de dirigir esa llamada a los apóstoles o a cualquier otra persona (cf. Juan 1, 43).

Fuente: almudi.org