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Alégrate, llena de
gracia, el Señor está contigo
José Portillo Pérez
Lc
1, 26-38
J1.
A pesar de que el relato del Génesis que escuchamos hace unos
minutos tiene más apariencia de fábula que de suceso real, la citada
narración que se le atribuye al Hagiógrafo Moisés, es el texto sobre
el cuál se fundamentan las raíces humanas relacionadas con la
historicidad de la salvación, no obstante, en su Liturgia
correspondiente a la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de
nuestra Señora, la Iglesia desea ofrecernos un compendio de la
historia del amor existente entre Dios y los hombres, considerando
que el Adviento es un tiempo perfecto para profundizar sobre los
lazos existentes entre Dios y sus hijos los hombres.
2. El relato de la primera lectura correspondiente a la Eucaristía
que estamos celebrando nos invita a interrogarnos de mil maneras
diferentes con respecto a la existencia del mal, el pecado, el dolor
y la muerte. Desde tiempos inmemoriales, los hombres han tenido la
necesidad de relacionarse con una realidad suprema que trascienda la
bulnerabilidad de la vida humana, no obstante, he de deciros que, el
ser humano, por antonomasia, tiene por fundamento de su existencia
la religión, la cual trasciende todos los aspectos relacionados con
su vida.
3. En el primer libro de la Biblia se nos habla de que el diablo
"disfrazado" de serpiente engañó a la mujer (Eva), para que esta
indujera al hombre (Adán) a pecar. ¿Por qué se nos dice que la
serpiente engañó a la mujer? ¿No hubiera podido Satanás haber
engañado al hombre con la misma facilidad que se llevó a la mujer a
su terreno? Los judíos creían que la dignidad de la mujer era
inferior a la del hombre, así pues, ello explica la razón por la que
el diablo sedujo a la mujer, la cuál, cegada por la mentira
diabólica, hizo que el hombre fuese enceguecido por el deseo de ella
de ser igual que Dios en todos los aspectos. Fijaos en un detalle:
la serpiente sedujo o tentó a la mujer, Eva tentó a Adán, y, cuando
Dios se presentó en el Edén, el hombre culpó a la mujer para
justificar su desobediencia a nuestro Criador, y Eva culpó a la
serpiente por haberla arrastrado a su estado de pobreza y debilidad
actual. El hombre fue el primero en defenderse en aquél simulacro
del juicio universal, en atención a la dignidad que los judíos le
atribuían a éste. Eva fue más sincera que Adán en su defensa, por
cuanto reconoció que no pudo evitar el hecho de ceder a la tentación
del diablo.
4. La sentencia que Dios dictó contra Adán y Eva estaba encaminada a
redimir la culpa de ambos, así pues, no tiene sentido el hecho de
que los pecadores intenten expiar su culpabilidad ante un Ser que es
más poderoso que ellos y no necesita tenerlos en su presencia, no
obstante, en el relato del pecado de origen u original, se establece
el Protoevangelio, es decir, el primer anuncio bíblico del
Nacimiento del Mesías. No pretendo afirmar que tenemos que eludir la
culpabilidad consecuente de nuestros actos impropios, sino que
existen dos formas de proceder ante la misma. La culpabilidad es
constructiva para nosotros si intentamos amar a quienes odiamos en
el pasado, ser justos con quienes no lo hemos sido, y, en general, a
hacer bien lo que no hemos querido o no hemos podido llevar a cabo
correctamente hasta el momento en que nos percatamos de ello. La
interpretación negativa de la culpabilidad, consiste en sumirnos en
una estéril depresión que difícilmente podremos superar con éxito,
porque, en ese estado, es muy difícil el hecho de que podamos
percibir la ayuda de Dios y de nuestros prójimos, debido a una gran
carencia de fe, y a la visión negativa de nuestras virtudes humanas.
La culpabilidad se puede tratar de varias formas, pero sólo Dios
sabe castigar a los pecadores, de forma que, los tales, nunca sean
heridos espiritualmente, pues, nuestro Padre, desea que todos
aprendamos a hacer su voluntad, haciendo hoy bien, lo que en el
pasado hicimos mal. Percatémonos de que la penitencia en el tiempo
de Adviento es un signo de alegría, así pues, no tengamos miedo ni
pereza a la hora de confesarnos, no pensemos en que nuestros pecados
nos van a ser remitidos por Dios, ni evitemos por ninguna causa el
hecho de vivir en permanente estado de gracia divina.
5. "El hombre llamó a su mujer Eva que significa madre de la vida,
por ser esta madre de todos los que viven (GN. 3, 20). Hoy
celebramos la Inmaculada Concepción de María, la segunda Eva,
aquella Santa Mujer en quien la Profecía del Protoevangelio se hizo
una realidad palpable. ¿Se puede vislumbrar del relato del Génesis
que estamos meditando en esta Solemnidad algo más aparte de la
desobediencia de Adán y Eva? ¿Fue realmente pecaminosa la curiosidad
que impulsó a ambos a comer del fruto prohibido? Probablemente, si
muchos de nosotros hubiéramos vivido la experiencia que Eva tuvo con
la serpiente, también hubiéramos probado el fruto prohibido, porque,
si los dones y virtudes que hemos recibido de Dios no nos hubieran
venido tras recibir varias tandas de golpes a lo largo de nuestra
vida, y todo lo hubiéramos recibido gratuitamente (sin experimentar
ninguna experiencia que nos hubiese ayudado a valorar los regalos
que Dios nos ha hecho) como por arte de magia u obra del buen Dios
rey de copas, no tendríamos la más mínima idea de lo que significa
la vivencia del amor divino y humano. La Paternidad de Dios es muy
importante para nosotros, así pues, somos más hijos de Dios que de
nuestros padres carnales, por cuanto nuestro Criador es nuestro
Padre por causa de la gracia que nos ha concedido y el Sacramento
del Bautismo, y somos hijos de nuestros progenitores, por cuanto
ellos nos han concebido. Dios nos se cansa de concedernos sus dones
y virtudes, así pues, para que nos levantemos en cada ocasión que
tropecemos, y sigamos recorriendo el camino de nuestra salvación
sirviéndonos de nuestra experiencia para no fracasar en aspectos que
nos han lesionado el alma, nuestro Padre común nos ha concedido a
una Pedagoga excepcional en nuestras experiencias vitales, que tiene
la misión de acercarnos a nuestro Creador, siempre que nosotros se
lo permitamos. ¿Somos idólatras al considerar que María es nuestra
Diosa? En absoluto somos idólatras al venerar a María
Santísima, pues, todos vivimos para adorar a Jesús, pero, sin
nuestra celestial Protectora, Jesús no hubiera podido venir al mundo
de forma natural.
Si Jesús vino al mundo para pisotear a la serpiente cuando el
demonio (la adversidad) intentara morderle el tobillo, nosotros,
sabiendo que debemos ejercitar los dones y virtudes que hemos
recibido de nuestro Padre y Dios, también podremos darnos todas las
oportunidades que queramos para mejorar nuestra conducta en cada
ocasión que cometamos un error, porque Dios nos ha llamado a
alcanzar la cumbre de su perfección. Esta es, por consiguiente, la
causa que justifica el hecho de que todas las personas de todos los
tiempos tenemos un valor que nos corresponde simplemente porque
somos humanos e hijos de nuestro Padre común.
El fragmento del Génesis que constituye la primera lectura de la
Eucaristía que estamos celebrando es de crucial importancia para
nosotros, así pues, junto al principio de nuestra resistencia a
vivir cumpliendo la voluntad de nuestro Padre común, podemos
constatar que Dios comienza la emisión de una larga cadena de
anuncios proféticos mesiánicos, cuya misión consiste en alentarnos a
no perder la esperanza ante nuestras múltiples miserias, porque,
nuestro Santo Padre, cuando lo considere oportuno, nos restaurará
los dones preternaturales que perdimos cuando nuestros primeros
padres le desobedecieron, y concluirá nuestra disposición a vivir en
su presencia plenamente purificados.
Adán y Eva tenían prohibida por Dios la adquisición del conocimiento
del bien y del mal por caminos que no fueran establecidos por
nuestro Creador, así pues, aunque ellos estaban dotados de dones
preternaturales antes de transgredir el precepto que nuestro Creador
les impuso, necesitaban adquirir ese conocimiento, porque Dios lo
poseía, y ellos querían ser semejantes a él. Si Dios padeció de una
forma indescriptible el paso que dieron nuestros primeros padres
-que por cierto, aún sigue caracterizando nuestra existencia-,
nosotros, al desear adquirir una perfección que escapa a nuestras
humanas posibilidades, estamos padeciendo el rechazo del mundo,
porque aún no hemos conseguido que toda la humanidad conozca y
acepte el mensaje de Dios.
6. El día ocho de diciembre es consagrado por los católicos a
nuestra Santa Madre. ¿Cuál es la causa de esta total consagración?
Todos conocemos la siguiente oración:
Bendita sea tu pureza,
y eternamente lo sea,
pues todo un Dios se recrea
en tan graciosa belleza.
A ti, celestial princesa,
Virgen sagrada, María,
te consagro en este día,
alma,
vida y corazón.
Mírame con compasión,
no me dejes, Madre mía.
María es para nosotros la llena de gracia según afirma San Lucas en
su Evangelio (LC. 1, 28), pues ella superó la adversidad a la que
hubo de sobrevivir de una forma ejemplar, así pues, por ello goza de
la Bienaventuranza eterna. María Santísima es, pues, la Madre en
quienes confían quienes navegan por mares de confusión y tinieblas
sin rumbo, y en su regazo lloran, descansan y se llenan de fuerza
impetuosa, quienes se sienten pecadores o malditos por naturaleza,
creen que son unos perfectos inútiles, o tienen la terrible
sensación de que están incapacitados para soportar su sufrimiento.
Para comprender el pasaje de la Anunciación, tenemos que ponernos en
la piel de María, de la misma manera que, para comprender el
sufrimiento de los pobres, tenemos que vivir como lo hacen ellos.
Para nosotros es muy gratificante el hecho de leer las biografías de
los grandes Santos que sacrificaron su vida, familia y hacienda para
honrar a Dios, pero, cuando nos llega la hora de sacrifficarnos para
favorecer a nuestro Santo Padre en nuestros prójimos, ¿estamos
dispuestos a contribuir a la realización del designio o plan
salvador de nuestro Padre común? San Gabriel, el ángel del cuál nos
habla San Lucas en el Evangelio de hoy, le dijo a nuestra Santa
Madre que Dios la había elegido para que fuera la Madre de su
Unigénito. Nuestra Señora no evitó aquella proposición, pero no pudo
evitar el hecho de preguntarle a nuestro Criador en sus ratos de
oración: ¿Por qué me has escogido para ser tu Madre, Señor, si yo
sólo soy una pobre mujer consagrada a cumplir tu voluntad? De la
misma forma que Santa María se convirtió en la Madre de Dios por su
voluntad y porque nuestro Padre común así lo quiso, nosotros también
tenemos que llevar a cabo la misión que nos ha sido confiada por
nuestro Santo Padre.
Permitidme que os transcriba una hermosa meditación que una de mis
amigas me envió el año 2002, con el fin de intentar describir el
amor que nuestros Sagrados Padres celestiales sienten por nosotros.
Nuestros Santos Padres nos aman tanto, que son muy lentos para
perder la paciencia con nosotros (de hecho, nunca la pierden), así
pues, nunca nos abandonan a nuestra suerte sumidos bajo su propia
desesperación, cuando nos estancamos ante la visión de la adversidad
que atañe a nuestra existencia, y nos sentimos incapacitados para
seguir alcanzando metas a lo largo de nuestra vida.
Nuestros Santos Padres nos aman tanto, que nos enseñan a usar las
circunstancias de nuestra vida de una forma constructiva para
nuestro crecimiento, así pues, esta es la causa por la cuál todos
los discapacitados físicos y psíquicos tenemos una misión que
cumplir en la vida, porque nuestras enfermedades no nos privan de
nuestra valía personal.
Nuestros Santos Padres nos aman tanto que, a pesar de nuestros
errores y el rechazo que en ciertas ocasiones les profesamos
abiertamente, siempre están de nuestra parte, en conformidad con
nuestra santificación diaria.
Nuestros Santos Padres nos aman tanto, que están impacientes por
vernos madurar al amarnos a nosotros, a nuestros prójimos y a las
Personas divinas.
Nuestros Santos Padres nos aman tanto, les duele tan profundamente
el hecho de que nos desviemos del camino correcto, que nos orientan
a seguir la senda divina, derrochando constantemente su misericordia
y su paciencia.
Nuestros Santos Padres nos aman mucho, hasta el punto de confiar
plenamente en nosotros, incluso en los momentos en que nosotros
mismos somos incapaces de encontrar una virtud en nuestra alma
herida.
Nuestros Santos Padres nos aman de una forma tan excepcional, que
trabajan pacientemente con nosotros, y corrigen nuestros defectos de
tal manera, hilando tan finamente en nuestra vida, que nos cuesta un
esfuerzo inmenso el hecho de comprender la profundidad del
providentísimo cuidado que tienen para con nosotros.
Nuestros Santos Padres nos aman de tal manera, que nunca se sienten
tentados a abandonarnos, ni aun cuando quienes nos rodean y nos aman
lleguen a desampararnos por cualquier circunstancia dramática.
Nuestros Santos Padres nos aman hasta el punto de quedarse a nuestro
lado cuando llegamos al fondo del pozo de la desesperanza, y no nos
juzgan improcedentemente, sino que nos ven con total justicia,
hermosura y amor. Fijaos en esto: Nuestros Padres del cielo y de la
tierra no nos juzgan equívocamente y nos aman inmensamente, pero eso
no significa que debamos desistir de superar lo que creemos que
supera a nuestras fuerzas, pues ellos nos animan a alcanzar lo que
consideramos humanamente imposible, al menos, teniendo en cuenta
nuestras circunstancias actuales.
El amor de nuestros Santos Padres con respecto a nosotros es el más
importante de nuestros dones, por consiguiente, ¿qué sería de
nosotros si no pudiéramos recibir de ese amor impulsivo e impetuoso
la compañía y el apoyo que necesitamos para vivir?
Si nos amáramos y amáramos a nuestros prójimos como nuestros Santos
Padres nos acogen en su presencia, podríamos cambiar el mundo,
después de acceder voluntariamente a nuestra transformación
profunda, ayudados por el Espíritu Santo.
7. El Evangelio de hoy es muy conocido por todos nosotros, así pues,
quienes asistan a la celebración de la Eucaristía todos los domingos
y otros días preceptuales, deben conocer este texto de la misma
forma que son capaces de leer su nombre.
La Madre de Jesús era una chica muy pobre. A lo largo de la
historia, Dios siempre se ha valido de los más desfavorecidos para
llevar a cabo acontecimientos trascendentales, así pues, de la misma
forma que hizo que el pastor de ovejas David se convirtiera en Rey,
quiso que María, una chica tan sencilla y humilde como pobre y
desconocida, fuera la Madre de su Hijo, por su propia aceptación del
cumplimiento constante de la voluntad de su Criador. Ella no tenía
nada, pero poseía la mayor riqueza. En ciertas ocasiones, el camino
menos transitado, es el que más merece la pena de ser recorrido.
María aceptó el plan divino hasta el punto de arriesgar su vida y la
existencia mortal del Mesías.
Las promesas angélicas sonaron a los oídos de la joven nazaretana
como la más dulce melodía, pero, cuando nuestra Señora se quedó
sola, pensó en que estaba prometida en matrimonio con José, y que él
tenía la capacitación legal para lapidarla con el fin de extirpar el
adulterio de las mujeres de Nazaret, que tendrían que abandonar la
práctica de la infidelidad en el caso de quienes la llevaban a cabo
para evitar su futuro asesinato en el caso de que fueran
descubiertas y delatadas.
Joaquín, el padre de María, y José, con la intención de que la gente
no tratara a la futura Madre del Mesías como a una prostituta y de
que no se rieran del carpintero de Belén, tomaron la decisión de
enviar a maría a casa de su parienta Elisabeth, la cuál estaba
casada con el sacerdote Zacarías. Al ser María una adolescente, para
ser aceptada por los padres del Bautista, tuvo que servir a sus
parientes como si hubiera sido esclava de ellos. Conozco a
muchas jóvenes que se dejan dominar por la inquietud cuando conocen
su estado de gestación. María no pudo pensar mucho en cuidarse, pues
tenía que buscar la forma de sobrevivir junto a su Hijo. Ella
intentaba ser feliz entre los padres del Bautista, pero no podía
dejar de pensar en las promesas angélicas y en que su vida seguía
estando a merced de la forma que su futuro marido tenía de
considerar lo que le sucedió el día de la Anunciación.
8. Los periodistas de la prensa rosa no pierden la oportunidad de
investigar y difundir los acontecimientos festivos de los famosos y
los casposos. En nuestro tiempo, si queremos destacar en nuestra
sociedad, tenemos que aparentar que tenemos muchas riquezas y que
por ello vivimos en un entorno festivo.
A Dios no debe gustarle nuestra forma de pensar, así pues, El
siempre se sirve de los más desvalidos para llevar a cabo sus
propósitos, por consiguiente, a pesar de que Jesús es el Primogénito
de nuestro Padre común, el Altísimo no lo libró de la pobreza, la
ansiedad, la impotencia, el hambre, el cansancio, y otros
sentimientos que surgen en nuestra vida por múltiples causas.
9. Pienso que deberíamos concluir esta meditación pensando de qué
forma ha de incidir en nosotros la pobreza espiritual, la humildad y
la sencillez que caracterizaron a la Sagrada Familia compuesta por
Jesús, María y José. Ellos aceptaron el padecimiento, pero no lo
hicieron por resignación, pues siempre vieron en lo que erróneamente
llamamos adversidad un camino de perfección que habían de recorrer
para sentirse más cerca del Creador del universo. María
y José sufrieron mucho cuando vieron nacer a su Hijo en Belén, y no
contaron con los medios necesarios para celebrar tan trascendental
acontecimiento. José era de clase media, él tenía dinero para
celebrar el nacimiento de Jesús, pero Dios lo hizo pobre para que
comprendiera lo que significa para nosotros desnudarnos del abuso
del consumismo para adentrarnos en el misterio del Señor.
María y José sufrieron mucho cuando hubieron de huir amparándose en
las tinieblas de la noche desde Belén a Egipto para que Herodes no
asesinara a su Hijo. Seguro que padecieron inimaginablemente al
preguntarse cuál era la causa por la que Dios no hacía nada para
evitar la muerte de su Hijo, aunque lo cierto es que Jesús fue el
único niño que escapó a la centuria de soldados romanos, pues los
puso a ellos en su camino, ya que todos conocemos la trágica
matanza de los Santos inocentes, que recordaremos el día 28 del
presente mes.
María y José sufrieron inmensamente cuando Jesús se les despistó
cuando concluyeron la celebración de la Pascua en Jerusalén. Ellos
tenían motivos bien fundados para angustiarse, pues, en aquel
ambiente, un niño de 12 años perdido, podía ser utilizado para
cumplir muchos fines no relacionados con la voluntad de Dios. María
y José encontraron a Jesús en el Templo de Jerusalén, meditando la
Palabra de Dios junto a los ancianos que se admiraban por causa de
su sabiduría increada.
José murió antes de que Jesús iniciara su ministerio público. María
vio impotente cómo su Hijo se alejaba de ella para comenzar a llevar
a cabo la misión que le fue encomendada por su Padre del cielo. Ella
obligó a su Hijo a que convirtiera el agua en vino en las bodas de
Caná, pues El se resistía a hacerlo porque sabía que la ejecución de
aquel prodigio constituía el comienzo de su camino que concluiría en
la nada de la muerte. María sufría en las ocasiones
que no estaba con su Hijo y sabía que su Jesús cada día tenía más
enemigos jurados. María sufrió indescriptiblemente como sólo sabe
hacerlo una Madre amante al ver a quien constituye la razón de su
existencia desangrándose y asfixiándose en un a cruz, sostenie´ndose
con las piernas cuyos huesos se rompían y la espalda que se le
debilitaba produciéndole un dolor que no le permitía alcanzar la
serenidad que necesitaba.
Cuando Jesús murió, al sentirse sola en el mundo a pesar de la
custodia que Juan ejercía sobre ella, los ojos de María virtieron
lágrimas de impotencia. Ella había visto cómo era destruída su razón
de vivir. Jesús era más que un ideal que sostenía la vida de su
Madre, pues El era la razón por la que cuando
reía provocaba su risa, y que le producía una gran inquietud cuando
le veía triste o preocupado.
María se gozó con la Resurrección de su Hijo. Cuando transcurrieron
3 años a partir de la Resurrección del Mesías, después de haber
contribuido con su aportación a la fundación de la Iglesia
primitiva, la Madre de Jesús fue asunta al cielo, y volverá con el
cuerpo glorioso y el alma bendita que fue elevada a la presencia de
Dios cuando le permitamos al Señor ascendernos a su condición
divina, cuando aceptemos nuestra necesidad de ser purificados.
Fuente:
autorescatolicos.org
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