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Alégrate, llena de
gracia, el Señor está contigo
Padre Juan Alarcon Camara S.J
Lc
1, 26-38
"Encarnarse" significa que algo espiritual toma carne en una
realidad material, de ordinario frágil y aun pecaminosa. La
encarnación cristiana indica que Dios asume la condición humana, a
saber: Comparte nuestra pobreza y acepta nuestra miseria, para
elevarnos a su propia vida. Dios se encarna silenciosamente en el
seno de María, mujer sencilla, perteneciente a una aldea
desconocida, al otro extremo de Jerusalén y del Templo judío. María
es invitada por Dios a estar alegre "en el Salvador"; es la
"privilegiada", la favorecida, la bienaventurada, porque es creyente
y está abierta a la voluntad de Dios. La alegría es, en la Biblia,
una nota característica del cumplimiento de las promesas de Dios.
La maternidad de María más que un don personal es un don a toda la
humanidad en María. Se trata de un carisma, en el estricto sentido
del término, un don que se da a una persona para beneficio de la
comunidad. Todo don exige de nosotros una tarea y una
responsabilidad. Somos cristianos, formamos una Iglesia en función
de otros. De aquellos a los que debemos testimoniar el amor de Dios
en toda circunstancia. La gratuidad del amor de Dios es la primera y
la última palabra; pero no podemos aceptar el designio de amor y de
paz de Dios si no lo hacemos carne en nuestro quehacer cotidiano, si
no nos libramos de mezquinas comodidades, si no arriesgamos, como
María.
Para nuestro pueblo María es la Madre ( con el niño) que concibe y
fructifica; la Dolorosa (viuda a la que le matan el hijo), llena de
dolores injustamente infligidos, y la Purísima (sin mancha), inmune
a todo pecado por una gracia singular de Dios. Por el contrario,
todos los seres humanos están dañados en su raíz. La contemplación
de una mujer inmaculada, purísima, revela la decisión de Dios de
hacer una nueva creación. La inmaculada es "el orgullo de nuestra
naturaleza corrompida", la creación nueva sin pecado.
El compromiso de la vida cristiana es dejarse fecundar por el
Espíritu, escuchando la Palabra de Dios que llega por medio de
mensajeros; teniendo en cuenta nuestra situación y nuestras fuerzas,
pero respondiendo a Dios con confianza y entereza. El creyente debe
dejarse encarnar por la Palabra de Dios. La Iglesia – con el
Espíritu de Dios- debe encarnarse más y mejor en el pueblo. Así se
recibe el anuncio y se anuncia el Evangelio.
Fuente:
autorescatolicos.org
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