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La vocación de María. Nuestra Vocación
Padre Francisco Fernández Carvajal
Lc
1,26-38
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La Virgen, elegida desde la eternidad.
- Nuestra vocación. Correspondencia.
- Imitar a la Virgen en su espíritu de servicio a los demás.
I. Estamos ya muy próximos a la Navidad. Ahora va a cumplirse la
profecía de Isaías: Una Virgen concebirá y dará a luz un Hijo, y se
llamará Emmanuel, que significa “Dios con nosotros” (1).
El pueblo hebreo estaba familiarizado con las profecías que
señalaban a la descendencia de Jacob, a través de David, como
portadora de las promesas mesiánicas. Pero no podía imaginar tanto:
al Mesías iba a ser el mismo Dios hecho hombre.
Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido
de mujer (2). Y esta mujer, elegida y predestinada desde toda la
eternidad para ser la Madre del Salvador, había consagrado a Dios su
virginidad, renunciando al honor de contar entre su descendencia
directa al Mesías. Desde la eternidad fui yo predestinada -dice el
libro de los Proverbios, prefigurando ya a Nuestra Señora-, desde
los orígenes, antes que la tierra fuese (3).
Son muchos los frutos que podemos obtener en estos días con el trato
y amor a la Virgen. Ella misma nos dice: Como vid eché hermosos
sarmientos y mis flores dieron sabrosos y ricos frutos. Yo soy la
madre del amor, del temor, de la ciencia y de la santa esperanza.
Venid a mí cuantos deseáis y saciaos de mis frutos. Porque
recordarme es más dulce que la miel, y poseerme, más rico que el
panal de miel (4).
María aparece como la Madre virginal del Mesías, que dará todo su
amor a Jesús, con un corazón indiviso, como prototipo de la entrega
que el Señor pedirá a muchos.
Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió al Arcángel
Gabriel a Nazaret, donde vivía la Virgen. La piedad popular presenta
a María recogida en oración mientras escucha, atentísima, el
designio de Dios sobre Ella, su vocación: Dios te salve, llena de
gracia, le dice el Angel...(5), como leemos en el Evangelio de la
Misa de hoy.
Y la Virgen da su pleno asentimiento a la voluntad divina: Hágase en
mí según tu palabra (6). Desde ese momento acepta y comienza a
realizar su vocación; consiste esta vocación en ser Madre de Dios y
Madre de los hombres.
El centro de la humanidad, sin saberlo, se encuentra en la pequeña
ciudad de Nazaret. Allí está la mujer más amada de Dios, Aquélla que
es también la más amada del mundo, la más invocada de todos los
tiempos. En la intimidad de nuestro corazón, ahora, en nuestra
oración personal, le decimos: ¡Madre! ¡Bendita eres entre todas las
mujeres!
En función de su Maternidad, fue rodeada de todas las gracias y
privilegios que la hicieron digna morada del Altísimo. Dios escogió
a su Madre y puso en Ella todo su Amor y su Poder. No permitió que
la rozara el pecado: ni el original, ni el personal. Fue concebida
Inmaculada, sin mancha alguna. Y le concedió tantas gracias “que por
debajo de Dios no se pudiera concebir mayor, y que nadie, fuera de
Dios, pudiera alcanzar a comprender” (7). Su dignidad es casi
infinita.
Todos los privilegios y todas las gracias le fueron dadas para
llevar acabo su vocación. Como en toda persona, la vocación fue el
momento central de su vida: Ella nació para ser Madre de Dios,
escogida por la Trinidad Beatísima desde la eternidad.
También es Madre nuestra, y en estos días se lo queremos recordar
muchas veces. Con una oración antigua, que hacemos nuestra, le
podemos decir nosotros: Acuérdate, Virgen Madre de Dios, cuando
estés delante del Señor, de decirle cosas buenas de mí.
II. La vocación es también en cada uno de nosotros el punto central
de nuestra vida. El eje sobre el que se organiza todo lo demás. Todo
o casi todo depende de conocer y cumplir aquello que Dios nos pide.
Seguir y amar la propia vocación es lo más importante y lo más
alegre de la vida. Pero a pesar de que la vocación es la llave que
abre las puertas de la felicidad verdadera, hay quienes no quieren
conocerla; prefieren hacer su propia voluntad en vez de la Voluntad
de Dios, quedarse en una ignorancia culpable en vez de buscar con
toda sinceridad el camino en que serán felices, alcanzarán con
seguridad el cielo y harán felices a otros muchos.
El Señor hace llamamientos particulares: también hoy. Nos necesita.
Además, a todos nos llama con una vocación santa: una invitación a
seguirle en una vida nueva cuyo secreto Él posee: si alguno quiere
venir en pos de mí...(8). Todos hemos recibido por el Bautismo una
vocación para buscar a Dios en plenitud de amor. “Porque no es la
vida corriente y ordinaria, la que vivimos entre los demás
conciudadanos, nuestros iguales, algo chato y sin relieve. Es,
precisamente en esas circunstancias, donde el Señor quiere que se
santifique la inmensa mayoría de sus hijos.
“Es necesario repetir una y otra vez que Jesús no se dirigió a un
grupo de privilegiados, sino que vino a revelarnos el amor universal
de Dios. Todos los hombres son amados de Dios, de todos ellos espera
amor. De todos, cualesquiera que sean sus condiciones personales, su
posición social, su profesión u oficio. La vida corriente y
ordinaria no es cosa de poco valor: todos los caminos de la tierra
pueden ser ocasión de un encuentro con Cristo, que nos llama a
identificarnos con Él, para realizar -en el lugar donde estamos- su
misión divina.
“Dios nos llama a través de las incidencias de la vida de cada día,
en el sufrimiento y en la alegría de las personas con las que
convivimos, en los afanes humanos de nuestros compañeros, en las
menudencias de la vida de familia. Dios nos llama también a través
de los grandes problemas, conflictos y tareas que definen cada época
histórica, atrayendo esfuerzos e ilusiones de gran parte de la
humanidad” (9).
La llamada del Señor a una mayor entrega nos urge, entre otras
razones, porque la mies es mucha y los operarios pocos (10). Y hay
mieses que se pierden cada día porque no hay quien las recoja.
Hágase en mí según tu palabra, dice la Virgen (11). Y la
contemplamos radiante de alegría. Nosotros, mientras hacemos nuestra
oración, nos podemos preguntar: ¿Busco a Dios en mi trabajo o en mi
estudio, en mi familia, en la calle...en todo? ¿Soy audaz en el
apostolado? ¿Quiere el Señor algo más de mí?
III. Ante la Voluntad de Dios, la Virgen tiene una sola respuesta:
amarla. Al proclamarse la esclava del Señor, acepta sus designios
sin limitación alguna. En la antigüedad, cuando está plenamente
vigente la esclavitud, se valora en toda su fuerza y profundidad
esta expresión de María. El esclavo, se puede decir, no tenía
voluntad propia, ni otro querer fuera del de su amo. La Virgen
acepta con suma alegría no tener otro querer que el de su Amo y
Señor. Se entrega al Señor sin limitación alguna, sin poner
condiciones.
Imitando a la Virgen, no queramos tener otra voluntad y otros planes
sino los de Dios. Y esto en cosas trascendentales para nosotros (en
nuestra propia vocación) y en las pequeñas cosas ordinarias de
nuestro trabajo, familia, relaciones sociales.
Uno de los misterios del Adviento es el que contemplamos como
segundo misterio de gozo del Santo Rosario: la Visitación. Pero
vamos a fijarnos en un aspecto concreto del servicio a los demás que
lleva consigo la vocación: el orden de la caridad.
Esta delicada visita de nuestra Madre a su prima Santa Isabel es
también una manifestación del orden de la caridad. Amor a todos,
porque todos son o pueden ser hijos de Dios, hermanos nuestros. Pero
amor, en primer término, a los que están más cerca, a aquellos con
quienes nos unen especiales lazos: nuestra familia. Ese orden ha de
manifestarse también con obras, no sólo con el afecto. Pensemos
ahora en el trato con nuestra familia, en las mil oportunidades que
nos brinda de ejercitar, de un modo natural, la caridad, el espíritu
de servicio.
Queremos vivir estos días de Adviento con el mismo espíritu de
servicio con que los vivió nuestra Madre. Apoyados en la entrega
humilde de María, vamos a pedirle como buenos hijos que nos ayude
para que, cuando el Señor venga, encuentre nuestro corazón dispuesto
y sin reservas, dócil a sus mandatos, a sus consejos, a sus
sugerencias.
“Supliquemos hoy a Santa María que nos haga contemplativos, que nos
enseñe a comprender las llamadas continuas que el Señor dirige a la
puerta de nuestro corazón. Roguémosle: Madre nuestra, tú has traído
a la tierra a Jesús, que nos revela el amor de nuestro Padre Dios;
ayúdanos a reconocerlo, en medio de los afanes de cada día; remueve
nuestra inteligencia y nuestra voluntad, para que sepamos escuchar
la voz de Dios, el impulso de la gracia” (12).
(1) Primera lectura de la Misa, Is 7, 14.- (2) Gal 4, 4.- (3) Prov
8, 23-31.- (4) Eclo 24, 23-24.- (5) Lc 1, 28-23.- (6) Lc 1, 38.- (7)
PIO XI, Bula Ineffabilis Deus.- (8) Mt 16, 24.- (9) J. ESCRIVA DE
BALAGUER, Es Cristo que pasa, 110.- (10) Cfr. Mt 9, 37.- (11) Lc 1,
38.- (12) J. ESCRIVA DE BALAGUER, o.c., 174.
Fuente:
hablarcondios.org
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