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La puerta de la libertad
Autor:
Lc
1, 39-45
La
Anunciación de María es uno de los textos evangélicos que más me
impresiona. Me gusta por ese respeto que Dios tiene hacia la
libertad del hombre. Para entrar en el mundo solicita la cooperación
de una mujer: María. La salvación no consiste en que Dios nos saque
de la historia, así la sueñan inútilmente algunos. Lo que Dios hace
es entrar en nuestro mundo para que toda nuestra vida cobre un nuevo
sentido. Así, todos esos minutos que se nos hacen pesados y que nos
gustaría que no existieran se convierten en momentos de salvación.
Pero Dios no nos quita nada. Es por ello que pide como permiso a los
hombres para entrar en su mundo.
La Virgen dijo que sí en nombre de todos los hombres. Es el antitipo
de Eva. Aquella quiso ser como Dios y por ello tomó del fruto del
árbol prohibido. El mal se desencadenó en cascada y el bello jardín
del paraíso quedó vedado para el hombre. Ahora Dios se dirige a la
humanidad de María y le pide si quiere ser la Madre del Salvador. Y
le pide una respuesta humana. De ahí que la Virgen ponga en juego
toda su libertad. Y lo hace de una forma que no deja de conmovernos.
No se limita a decir sí. Confiesa: “Aquí está la esclava del Señor,
hágase en mí según tu palabra”.
Nos sorprende su humildad. Ella que es la más agraciada de las
mujeres se coloca en el ínfimo de los lugares. Se llama esclava,
pero del Señor, porque no lo es del pecado. Por eso el ángel la
saluda como “llena de gracia”. A nosotros quizás nos falta la
humildad de sabernos siervos, esclavos, del Señor, porque vivimos
bajo las garras del pecado y la soberbia es una cadena muy poderosa.
Congruente con esa afirmación la Virgen no dice, “¿qué quieres que
haga?”, sino que se pone totalmente en manos de Dios. Sabe que todo
lo que tiene le ha sido dado, de ahí que pronuncie el “hágase”. Es
decir, que sea Dios el que haga las cosas. Ella se pone ante Él con
absoluta disponibilidad, de ahí que señale “en mí”.
Es un texto precioso por todas partes. Dios muestra su abajamiento
dirigiéndose a una humilde mujer y esta le responde abriendo
totalmente las puertas de su libertad. Es difícil no estremecerse
ante esta escena en la que se iluminan todas las llamadas que Dios
nos hace. Estas vienen guiadas por su deseo de salvación y han de
ser correspondidas con una libertad verdadera con la que nos ponemos
totalmente en manos de Dios. A nadie se le escapa la belleza de este
encuentro en el que Gabriel actúa de mediador. No podía ser de otra
manera, pues es el mensajero que pide audiencia para su Señor. Y
así, en la sencillez de aquella casa de Nazaret, Dios supo que podía
hacerse hombre porque había una mujer, que en nombre de todos,
estaba dispuesta a recibirlo.
Fuente:
archimadrid.es
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