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La Virgen Madre
Padre
Guillermo Juan Morado
Lc
1, 39-45
El
cuarto domingo de Adviento la Liturgia nos presenta la figura de
María, la Virgen. Ella esperó el nacimiento de Jesús “con inefable
amor de Madre”. Y en cada mujer que aguarda con ilusión el
alumbramiento de su hijo, encontramos una imagen viva de esta espera
del Adviento que, en la Virgen, llega a su plenitud.
El misterio del Adviento y de la Navidad es el “misterio de la
Virgen Madre”, en cuyo seno virginal ha brotado para todo el género
humano la salvación y la paz. Es un misterio de vida: “Los
cristianos celebramos la Navidad de Jesús como el nacimiento de la
Vida. Dios mismo pronuncia sobre cada niño esta entrañable
declaración: Tú eres mi hijo, envolviendo su fragilidad con el manto
protector de una sublime dignidad; Navidad es el asombro permanente
ante el misterio de la vida que nace, y el fortalecimiento de la
repulsa del aborto que mata silenciosamente miles de vidas humanas
en el seno materno” (Ricardo Blázquez, Carta pastoral “Navidad,
fiesta cristiana y cuna de humanidad”, 2006).
María es la Nueva Eva, la Madre de los vivientes. En Ella se nos
devuelve la gracia que el pecado original nos había arrebatado.
María nos da a Cristo, en cuyo nacimiento se ha desbordado la
misericordia de Dios, su amor compasivo hacia nosotros. Jesús, el
Hijo de María, es la Vida, el Viviente, el que vence el pecado y la
muerte.
Como Santa Isabel, hemos de alabar la fe de la Virgen: “¡Bendita tú
entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”. Esta bendición
podemos hacerla extensible a toda mujer, a toda madre, que,
venciendo el miedo o las dificultades, quiere colaborar con Dios
para transmitir la vida. Sí. Bendita la fe, y la confianza, y la
valentía, de toda mujer que da a luz a un hijo. De toda mujer que no
cede a la tentación de matar el fruto de su vientre, porque sabe que
en cada vida humana está presente el soplo del Espíritu de Dios.
Entre todos, debemos apostar por una “cultura de la vida”, que exige
la disposición a ponernos en camino y a acudir a prisa a atender y
socorrer las necesidades del otro: “la cultura de la vida se basa,
de hecho, en la atención a los demás, sin exclusiones o
discriminaciones” (Benedicto XVI, “Ángelus”, 5 de febrero de 2006).
Fuente:
autorescatolicos.org
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