|
"Y sucedió que cuando los ángeles...
Padre Daniel Meynen
Lc.
2, 16-21
" Sus
"Y sucedió que cuando los ángeles, dejándoles, se fueron al cielo,
los pastores se decían unos a otros: « Vayamos, pues, hasta Belén y
veamos los que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado. » Y fueron
a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en
el pesebre."
La fiesta de este día se celebraba el 11 de octubre antes de que
tuviese lugar la reforma litúrgica promulgada por el Concilio
Vaticano II. Fue el Papa Pío XI quien instituyó esta fiesta para la
Iglesia universal en 1932, conmemorando así el decimoquinto
centenario del Concilio de Éfeso (22 de junio de 431). Este Concilio
fue muy celebrado en la historia de la Iglesia, puesto que el dogma
de la maternidad divina de María fue declarado solemnemente para
responder a los fuertes ataques de Nestorius que negaba esta verdad
de fe. Como la liturgia de Navidad canta las glorias de María en el
octavo día de la Natividad, es decir, ocho días después de Navidad,
es completamente adecuado celebrar la fiesta de la maternidad divina
hoy, más que cualquier otro día. ¡El Espíritu Santo que guía a la
Iglesia provee así todos los detalles de la divina liturgia!
Centrémonos en el texto de san Lucas. Dice: "Los pastores...
encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre." San
Lucas enumera los personajes: comienza por María y acaba con el Niño
Jesús. Para ir hacia Jesús, ¡el camino es María! No María sola, sino
María con José. María es siempre Virgen: antes, durante y después
del parto. María conserva para siempre su virginidad, don del
Espíritu Santo. Pero, con José, que es su Esposo, ella se hace una
sola cosa, en este Misterio que es el matrimonio verdadero. Así
pues, para ir a Jesús, estamos invitados a pasar por María y por
José, su Esposo.
María da a luz a su Hijo recién nacido, y ella aparece como nuestra
mediadora ante su Divino Hijo. María es Madre de Dios, y esta misión
única y completamente especial le permite, gracias a Dios, ser
nuestra intermediaria entre Dios y nosotros. ¡Qué riqueza
encontramos en este título de Madre de Dios! Este privilegio es
único, pues Jesús, el Hijo de Dios, no tiene más que una Madre, como
cada hombre, como cada mujer que viene al mundo. Por tanto, la
maternidad divina hace de María nuestra mediadora ante Cristo, que
es Dios y Hombre. Todos debemos ir a Jesús por María, pues el lugar
que ella ocupa en la Iglesia es único y sin igual: María es, por su
maternidad divina, la primera de todos los fieles en Cristo.
"Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le dio el
nombre de Jesús, el que le dio el ángel antes de ser concebido en el
seno."
La circuncisión del Niño Jesús es el Misterio que celebramos hoy,
ocho días después de Navidad. San Lucas pone el acento en el hecho
de que el Niño recibe entonces el nombre de Jesús, tal y como había
indicado el ángel antes de su concepción. Una vez más, María y José
se encuentran reunidos en una función común: la de dar al Hijo de
Dios su nombre humano, Jesús. El ángel Gabriel había dicho a María:
"Concebirás y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús"
(Lc. 1:31); y el ángel del Señor dijo a José, en sueños: "Tu
mujer... dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, pues
es Él quien salvará a su pueblo de sus pecados." (Mt. 1:21) María y
José son inseparables en su relación con Jesús, el Salvador del
mundo.
En unos instantes vamos a comulgar con el Cuerpo y la Sangre de
Cristo. Pidamos a San José que María esté con nosotros, como ella lo
estaba con él, cuando nos acerquemos a Jesús Eucaristía. Pues
también nosotros vamos a proclamar nuestra fe en el Hijo de Dios y
vamos a decir desde lo más profundo del corazón: "¡Eres Tú, Jesús!
¡Tú eres el Salvador del mundo!" Vamos a llamar al Hijo de Dios por
su nombre, como María y José hicieron en la circuncisión. ¡Que
nuestra comunión de hoy sea la de nuestra salvación eterna!
Fuente:
meynen.homily-service.net
|
|