La Sagrada Familia

Padre Ángel Gómez Escorial

Lc 2, 41- 52

1.- Quisiera, para empezar, mis queridos jóvenes lectores, que olvidarais, si alguna vez habéis visto, los cuadros que representan la escena que nos describe el evangelio del presente domingo. Por lo general, nos pintan a un niño con cara y ricitos rubios de niña, muy repipi, rodeado de unos viejos tontos. Debemos ser serios, os explicaré, brevemente, como se enseñaba en aquel tiempo. El que hoy llamaríamos profesor, se sentaba en una piedra, en este caso, bajo los soportales que rodeaban la explanada del Templo de Jerusalén, llamada “Atrio de los gentiles”. Los discípulos estaban en el suelo, a sus pies. (Es la expresión que utiliza Pablo al hablar de cursillos recibidos de gran maestro Gamaliel). La enseñanza se practicaba en forma de diálogo, más que de lección magistral. En tales circunstancias no existen los exámenes, o las pruebas de grado, o las reválidas. El saber, o la categoría del alumno, se descubren por sus intervenciones, por lo que pregunta, más que por lo que responde, así ocurría entonces, en aquella cultura.(y, no hay que engañarse, lo mismo pasa en la nuestra, si el maestro es honrado maestro y no simple enseñante)

2.- Otro aspecto del acontecimiento descrito, es el referente a la edad. Un chico, en llegando a los doce años, se convertía en un “esclavo de la Ley”, de alguna manera lo que hoy en día llamamos mayoría de edad legal. No era un niño en el aspecto de inmadurez que le damos corrientemente al término. Acordaos que el otro día os advertía que en aquellos tiempos, como todavía ocurre en alguna cultura actual, no existía la etapa espiritual de la adolescencia, la que con ironía llaman edad del pavo, algunos. La subida a Jerusalén era un acontecimiento anual que no podían perdérselo los que pudieran hacerlo. María, como no había tenido ningún otro hijo, en llegando el destete, a los cuatro o cinco años de haber nacido su Hijo, fue subiendo al Templo cada año. El ritual de la visita era complejo y mientras adquirían lo necesario para las ofrendas, se entrevistaban con los levitas etc, podía Jesús acudir a los círculos de enseñanza de los que os hablaba. Perfeccionaba sus conocimientos adquiridos en la pequeña sinagoga de su pueblo, de no más de 500 habitantes y dedicaba determinados tiempos a la oración. El ámbito del encuentro y concentración era enorme, la concurrencia numerosa, de manera que era fácil la dispersión de los miembros de aquella pequeña familia. Y como por otra parte el chico no era adulto comprometido, ni casado, ni casadero, su situación le permitía codearse con los mayores que escogiera, fueran quienes fuesen. Las caravanas de viajeros se organizaban, para volver, en grupos y gozar así de mutua ayuda y protección y el conjunto de peregrinos de Nazaret no sería tan numeroso como para no encontrar a faltar a Jesús, en la primera parada para pernoctar.

3.- Hago un paréntesis. Con frecuencia, mis queridos jóvenes lectores, lamentáis que vuestros padres no os entiendan. Con frecuencia los padres lamentan no entender a sus hijos, sumergidos en las crisis propias de la edad que atraviesan. Hay sufrimiento, surgen problemas de relación familiar, más o menos graves, situaciones tensas. La Sagrada Familia no se libró de estos trances. Acordaos de que el mismo Hijo de Dios, durante su estancia histórica en la Tierra, fue semejante a nosotros en todo excepto en el pecado.

El encuentro, después de una jornada ocupada en la vuelta, y poco más tiempo en la búsqueda, allá en la explanada del Templo, fue un momento de tensión, en el que se manifestó que, aun llevando doce años de convivencia, José y María todavía no habían entendido al Hijo. Y es que el Hijo había llegado a una edad en que debía de gozar de autonomía responsable y ellos, como la mayor parte de padres, no lo sabían aceptar. Y, aun habiendo crecido y madurado, todavía les gusta hablar de su niño, sin darse cuenta de que ya era un hombre.

No os quejéis, mis queridos jóvenes lectores, de que no os entiendan o de que no os concedan la libertad de la que deseáis gozar. A Jesús le pasó lo mismo, y era Dios, y era el hijo de la Santa Madre, María.

Mas la situación tensa no se convirtió en trágica, la incomprensión no derivo en rabieta. Los tres eran fieles al Señor. Uno porque se trataba de su Padre. La otra porque se consideraba su esclava. El tercero porque era un hombre enormemente bueno, en el buen sentido de la palabra, como diría más tarde, Machado.

4.- Y en Nazaret Jesús crecía en estatura y en personalidad. Se hacía notoria esta trasformación, no sólo a los ojos del Padre Eterno, sino también a los de los parientes y vecinos. Llamar a esta etapa vida oculta, es ignorar lo que dice el evangelio.

Es tópico decir que la familia es la célula de la sociedad, la pequeña iglesia doméstica, el núcleo fundamental de la convivencia. Por muy tópico que sea en la realidad, resulta difícil de conseguir el éxito. La Sagrada Familia de Nazaret lo consiguió porque allí cada uno de los tres, en silencio, con amor y devoción, trascurrían sus días en honrada fidelidad a los principios de la Ley. Rezaré para que la vuestra, mis queridos jóvenes lectores, trate de imitarla siempre.

Fuente: betania.es