Vida interior de María

Padre Pedrojosé Ynaraja

Lc  2, 16-21

1.- No puedo ignorar, mis queridos jóvenes lectores, que hoy, vosotros, estaréis pensando que es Año Nuevo y nada más. Y no seré yo quien os recrimine por ello. Cuando era pequeño, y de esto hace muchos años, la fiesta se llamaba de la Circuncisión del Señor (y todavía hay una cierta resonancia del hecho ritual judío, que se practicó al Niño Jesús al cabo de una semana de haber nacido, en la liturgia de esta jornada). Después, quisieron que fuera, simplemente, la octava de Navidad, un título que suena a secundario y no tuvo éxito. También se le llama el día de la paz, pero las normas litúrgicas nos dicen que no celebremos hoy la misa correspondiente a ello. Por fin se ha quedado con el nombre de Santa María, Madre de Dios y, aunque a esta advocación, que yo sepa, no le corresponde ningún nombre de mujer, lo cual facilitaría su notoriedad, permanece, la fiesta cristiana, con este título.

2.- La grandeza de María reside en su radical fidelidad a Dios. Esto por lo que respecta a lo que ella quiso ser. Pero, como la inmensa y portentosa imaginación de Dios tuvo la ocurrencia de llegarse al planeta Tierra para quedarse en él, quiso que este hecho insólito fuera la consecuencia de otro que no lo era menos. Decidió estar presente en el mundo como cualquiera de nosotros hemos llegado a conseguirlo: teniendo una gestación en una mujer, María, que lo dio a luz. Llegar a ser hombre, el que era sólo Dios, mediante un vínculo, que nos suena a cosa de poca monta: aparecer en un seno femenino, como minúsculo embrión, nacer, salir a llorar, reír, sonreír, comer y defecar, como cualquier hijo de vecino. Suena a cosa de poca monta, pero, si reflexionamos un momento, veremos que se trata de un misterio, un prodigio portentoso.

Era preciso, para tales cosas, que la criatura que colaborara fuera de una absoluta pureza, como el mejor diamante espiritual. Estoy recordado la inmaculada concepción de esta predilecta hija de Dios. Parecería que lo dicho es suficiente, pero debo añadiros algo, pues, de otro modo, me comportaría yo, como un hijo mal nacido.

3.- Recuerdo un libro muy original, de profunda vida religiosa, escrito e ilustrado por una monja. Lo que sorprendía, al tomarlo en las manos, era, sin duda, los dibujos de cada página, digamos al estilo de los de nuestro Mingote, para que se entienda, que iban acompañados de una corta frase. La que hoy quiero recordar es la siguiente. Se le apareció al protagonista una figura especial, vestida de recogimiento, y le dijo: has de saber que la vida interior es una vida que es interior. Lo dicho fue suficiente para dejarlo atónito y desaparecer de inmediato. Recuerdo esta sentencia porque, en el texto del evangelio de hoy se dice: su madre conservaba cuidadosamente todas las cosa en su corazón (ver 51) habiendo dicho anteriormente (ver 19) Maria por su parte guardaba todas estas cosas, y las meditaba en sus corazón. (Ambos textos pertenecen al capítulo segundo del de San Lucas).

4.- Esta vida interior de María fue su íntimo secreto, su preciado tesoro, que después, en llegando a la eternidad, se desveló y sigue desvelándose. Porque fue grande y profundo su interior, pudo enriquecerse sin medida y pudo enriquecer y contagiar a quienes se acercan a ella. Mis queridos jóvenes lectores, cultivar la vida interior no es un buen negocio. No aumenta ni los caudales públicos, ni los dividendos de las multinacionales, ni siquiera los negocios del más pequeño tendero de barrio periférico. Pero esta labor enriquece a toda la humanidad, como la atmósfera que rodea el planeta Tierra, que la nutre con su oxigeno y forma a su vez protector escudo de radiaciones malignas, que nos pudieran llegar. Problema mucho más importante que el agujero de ozono que aumenta, según dicen los científicos, augurando futuras desgracias colectivas, es la pobreza de vida espiritual que deja desnudos a tantos hombres, que se mueven por ambientes donde es imposible cultivarla. El ruido, la música excesiva, los impulsos consumistas, la falta de deseo de que lo que uno aprende sirva para provecho en la vida personal y colectiva son terribles males, plagas que se propagan. (por si no habéis entendido lo que quería decir, os lo escribiré de otra manera: me asustan aquellos que, al recordarles una cuestión, te dicen tranquilamente: ¡ay!, de esto me examiné hace dos años y ya lo tengo olvidado). María no olvidó nada y, con su esposo José, elaboró el más portentoso prodigio: la sagrada Familia. Habrá que tener sensores espirituales siempre a punto para que el Hijo de Dios, el hijo también de María, pueda ser nuestro salvador, es decir, nuestro Jesús, que es lo que significa el nombre que le pusieron a los ocho días de nacer. (por si no lo recordáis los sensores espirituales reciben, desde antiguo, el nombre de examen de conciencia)

Fuente: betania.es