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«Ahora, Señor, puedes dejar que tu siervo se vaya en paz;
porque han visto mis ojos tu salvación»
Abbé Dr. Daniel Meynen (San Aubain-Namur,
Bélgica)
Lc
2, 22-35
Hoy, 29 de diciembre, festejamos al santo Rey David. Pero es a toda
la familia de David que la Iglesia quiere honrar, y sobre todo al
más ilustre de todos ellos: ¡a Jesús, el Hijo de Dios, Hijo de
David! Hoy, en ese eterno "hoy" del Hijo de Dios, la Antigua Alianza
del tiempo del Rey David se realiza y se cumple en toda su plenitud.
Pues, como relata el Evangelio de hoy, el Niño Jesús es presentado
al Templo por sus padres para cumplir con la antigua Ley: «Cuando se
cumplieron los días de la purificación según la Ley de Moisés,
llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está
escrito en la Ley del Señor: ‘Todo varón primogénito será consagrado
al Señor’» (Lc 2,22-23).
Hoy, se eclipsa la vieja profecía para dejar paso a la nueva: Aquel,
a quien el Rey David había anunciado al entonar sus salmos
mesiánicos, ¡ha entrado por fin en el Templo de Dios! Hoy es el gran
día en que aquel que San Lucas llama Simeón pronto abandonará este
mundo de oscuridad para entrar en la visión de la Luz eterna:
«Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya
en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado
a la vista de todos los pueblos» (Lc 2,29-32).
También nosotros, que somos el Santuario de Dios en el que su
Espíritu habita (cf. 1Cor 3,16), debemos estar atentos a recibir a
Jesús en nuestro interior. Si hoy tenemos la dicha de comulgar,
pidamos a María, la Madre de Dios, que interceda por nosotros ante
su Hijo: que muera el hombre viejo y que el nuevo hombre (cf. Col
3,10) nazca en todo nuestro ser, a fin de convertirnos en los nuevos
profetas, los que anuncien al mundo entero la presencia de Dios tres
veces santo, ¡Padre, Hijo y Espíritu Santo!
Como Simeón, seamos profetas por la muerte del "hombre viejo"! Tal
como dijo el Papa Juan Pablo II, «la plenitud del Espíritu de Dios
viene acompañada (…) antes que nada por la disponibilidad interior
que proviene de la fe. De ello, el anciano Simeón, ‘hombre justo y
piadoso’, tuvo la intuición en el momento de la presentación de
Jesús en el Templo».
Fuente:
evangeli.net
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