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No tengais miedo
Padre Francisco Fernández Carvajal
Lc
2, 36-40
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Jesucristo es siempre nuestra seguridad en medio de las dificultades
y tentaciones que podamos padecer. Con Él se ganan todas las
batallas.
- Sentido de nuestra filiación divina. Confianza en Dios. Él nunca
llega tarde para socorrernos.
- Providencia. Todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a
Dios.
I. La historia de la Encarnación se abre con estas palabras: No
temas, María (1). Y a San José le dirá también el Angel del Señor:
José, hijo de David, no temas (2). A los pastores les repetirá de
nuevo el Angel: No tengáis miedo (3). Este comienzo de la entrada de
Dios en el mundo marca un estilo propio de la presencia de Jesús
entre los hombres.
Más tarde, acompañado ya de sus discípulos, atravesaba Jesús un día
el pequeño mar de Galilea. Y se levantó una tempestad tan recia en
el mar, que las olas cubrían la barca (4). San Marcos precisa el
momento histórico del suceso: fue por la tarde del día en el que
Jesús habló de las parábolas sobre el reino de los cielos (5).
Después de esta larga predicación, se explica que el Señor, cansado,
se durmiese mientras navegaban.
La tormenta debió de ser imponente. Aquellas gentes, aunque estaban
acostumbradas al mar, se vieron, sin embargo, en peligro. Y
recurrieron angustiadas a Jesús: ¡Señor, sálvanos, que perecemos!
Los Apóstoles respetarían al principio el sueño del Maestro (¡muy
cansado tenía que estar para no despertarse!), y ponen los medios a
su alcance para hacer frente al peligro: arriaron las velas, tomaron
los remos con fuerza, achicaron el agua que comenzaba a entrar en la
barca... Pero el mar se embravecía más y más, y el peligro de
naufragio era inminente. Entonces, inquietos, con miedo, acuden al
Señor como único y definitivo recurso. Le despertaron diciendo:
¡Maestro, que perecemos! Jesús les respondió: ¿Por qué teméis,
hombres de poca fe? (6).
¡Qué poca fe también la nuestra cuando dudamos porque arrecia la
tempestad! Nos dejamos impresionar demasiado por las circunstancias
que nos rodean: enfermedad, trabajo, reveses de fortuna,
contradicciones del ambiente. El temor es un fenómeno cada vez más
extendido. Se tiene miedo de casi todo. Muchas veces es el resultado
de la ignoracia, del egoísmo (la excesiva preocupación por uno
mismo, la ansiedad por males que tal vez nunca llegarán, etc.) pero,
sobre todo, es consecuencia de que en ocasiones apoyamos la
seguridad de nuestra vida en fundamentos muy frágiles. Nos podríamos
olvidar de una verdad esencial: Jesucristo es, siempre, nuestra
seguridad. No se trata de ser insensibles ante los acontecimientos,
sino de aumentar nuestra confianza y de poner, en cada caso, los
medios humanos a nuestro alcance. No debemos olvidar jamás que estar
cerca de Jesús, aunque parezca que duerme, es estar seguros. En
momentos de turbación, de prueba, Jesús no se olvida de nosotros:
“nunca falló a sus amigos” (7), nunca.
II. Dios nunca llega tarde para socorrer a sus hijos. Aun en los
casos que parezcan más extremos, Dios llega siempre, aunque sea de
modo misterioso y oculto, en el momento oportuno. La plena confianza
en Dios, con los medios humanos que sea necesario poner, dan al
cristiano una singular fortaleza y una especial serenidad ante los
acontecimientos y circunstancias adversas.
“Si no le dejas, Él no te dejará” (8). Y nosotros -se lo decimos en
nuestra oración personal- no queremos dejarle. Junto a Él se ganan
todas las batallas, aunque, con mirada corta, parezca que se
pierden. “Cuando imaginamos que todo se hunde ante nuestros ojos, no
se hunde nada, porque Tú eres, Señor, mi fortaleza(Sal42, 2). Si
Dios habita en nuestra alma, todo lo demás, por importante que
parezca, es accidental, transitorio; en cambio nosotros, en Dios,
somos lo permanente” (9). Esta es la medicina para barrer, de
nuestras vidas, miedos, tensiones y ansiedades. San Pablo alentaba a
los primeros cristianos de Roma, ante un panorama humanamente
difícil, con estas palabras: Si Dios está con nosotros, ¿quién
estará en contra?... ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La
tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el
peligro, la espada?... Mas en todas estas cosas vencemos por aquel
que nos amó. Porque persuadido estoy que ni la muerte, ni la vida,
ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni
las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni ninguna otra
criatura podrá separarnos del amor de Dios (10). El cristiano es,
por vocación, un hombre entregado a Dios, y a Él ha entregado
también todo cuanto pueda acontecerle.
Otra vez instruía el Señor a las gentes acerca del amor y cuidado
que Dios tiene por cada criatura. Quienes le escuchan son personas
sencillas y honradas que alaban la majestad de Dios, pero a las que
les falta esa peculiar confianza de hijos en su Padre Dios.
Es probable que en el preciso momento en que se dirigía a su
auditorio, pasara cerca una bandada de pájaros buscando cobijo en un
lugar cercano. ¿Quién se preocupa de ellos? ¿Acaso las amas de casa
no solían comprarlos por unos pocos céntimos para mejorar sus
comidas ordinarias? Estaban al alcance del más modesto bolsillo.
Tenían poco valor.
El Señor los señalaría con un ademán, a la vez que decía a su
auditorio: “Ni uno solo de estos gorriones está olvidado por Dios”.
Dios los conoce a todos. Ninguno de ellos cae al suelo sin el
consentimiento de vuestro Padre.Y el Señor vuelve a darnos
confianza: No temáis; vosotros valéis más que muchos pájaros (11).
Nosotros no somos criaturas de un día, sino sus hijos para siempre.
¿Cómo no se va a cuidar de nuestras cosas? No temáis.Nuestro Dios
nos ha dado la vida y nos la ha dado para siempre. Y el Señor nos
dice: A vosotros, mis amigos, os digo: No temáis (12). “Todo hombre,
con tal que sea amigo de Dios -son palabras de Santo Tomás-, debe
tener confianza en ser librado por Él de cualquier angustia... Y
como Dios ayuda de modo especial a sus siervos, muy tranquilo debe
vivir quien sirve a Dios” (13). La única condición: ser amigos de
Dios, vivir como hijos suyos.
III. “Descansad en la filiación divina. Dios es un Padre lleno de
ternura, de infinito amor” (14). En toda nuestra vida, en lo humano
y en lo sobrenatural, nuestro “descanso”, nuestra seguridad, no
tiene otro fundamento firme que nuestra filiación divina. Echad
sobre Él vuestras preocupaciones -decía San Pedro a los primeros
cristianos‑, pues Él tiene cuidado de vosotros (15).
La filiación divina no puede considerarse como algo metafórico: no
es simplemente que Dios nos trate como un padre y quiera que le
tratemos como hijos; el cristiano es, por la fuerza santificadora
del mismo Dios presente en su ser, hijo de Dios. Esta realidad es
tan profunda que afecta al mismo ser del hombre, hasta el punto de
que Santo Tomás afirma que por ella el hombre es constituido en un
nuevo ser (16).
La filiación divina es el fundamento de la libertad, seguridad y
alegría de los hijos de Dios, y en donde el hombre encuentra la
protección que necesita, el calor paternal y la seguridad del
futuro, que le permite un sencillo abandono ante las incógnitas del
mañana y le confiere el convencimiento de que detrás de todos los
azares de la vida hay siempre una última razón de bien: Todas las
cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios (17). Los mismos
errores y desviaciones del camino acaban siendo para bien, porque
“Dios endereza absolutamente todas las cosas para su provecho...”
(18).
El saberse hijo de Dios hace adquirir al cristiano, en todas las
circunstancias de su vida, un modo de ser en el mundo esencialmente
amoroso, que es una de las manifestaciones principales de la virtud
de la fe; el hombre que se sabe hijo de Dios no pierde la alegría,
como no pierde la serenidad. La conciencia de la filiación divina
libera al hombre de tensiones inútiles y, cuando por su debilidad se
descamina, si verdaderamente se siente hijo de Dios, es capaz de
volver a Él, seguro de ser bien recibido.
La consideración de la Providencia nos ayudará a dirigirnos a Dios,
no como a un Ser lejano, indiferente y frío, sino como a un Padre
que está pendiente de cada uno de nosotros y que ha puesto un Angel
-como esos Angeles que anunciaron a los pastores del Nacimiento del
Señor- para que nos guarde en todos nuestros caminos.
La serenidad que esta verdad comunica a nuestro modo de ser y de
vivir no procede de permanecer de espaldas a la realidad, sino de
verla con optimismo, porque confiamos siempre en la ayuda del Señor.
“Esta es la diferencia entre nosotros y los que no conocen a Dios:
éstos, en la adversidad, se quejan y murmuran; a nosotros las cosas
adversas no nos apartan de la virtud, sino que nos afianzan en ella”
(19), porque sabemos que hasta los cabellos de nuestra cabeza están
contados.
Estemos siempre con paz. Si de verdad buscamos a Dios, todo será
ocasión para mejorar.
Al terminar nuestra oración hagamos el propósito de acudir a Jesús,
presente en el Sagrario, siempre que las contradicciones, las
dificultades ola tribulación nos pongan en situación de perder la
alegría y la serenidad. Acudamos a María, a la que contemplamos en
el beléntan cercana a su Hijo. Ella nos enseñará en estos días
llenos de paz de la Navidad, y siempre, a comportarnos como hijos de
Dios; también en las circunstancias más adversas.
(1) Lc1, 30.- (2) Mt1, 20.- (3) Lc2, 10.- (4) Mt8, 24.- (5) Mc4,
35.- (6) Mt8, 25-26.- (7) SANTA TERESA, Vida,11, 4.- (8) J. ESCRIVA
DE BALAGUER, Camino,n. 730.- (9) IDEM, Amigos de Dios,92.- (10)
Rom8, 31 ss.- (11) Cfr. Mt8, 26-27.- (12) Lc8, 50.- (13) SANTO
TOMAS, Exp. Simb. Apost.,5.- (14) J. ESCRIVA DE BALAGUER, o.c.
,150.- (15) 1 Pedr5, 7.- (16) SANTO TOMAS, Suma Teológica,1-2, q.
110, a. 2 ad 3.- (17) Rom8, 28.- (18) SAN AGUSTIN, De corresp. et
gracia,30, 35.- (19) SAN CIPRIANO, De moralitate,13.
Fuente:
franciscofcarvajal.org
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