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La Sagrada Familia
Padre Pablo Largo Domínguez cmf
Lc
2, 41-52
El niño perdido y hallado en el Templo
A veces quizá nos atrevemos a decir de alguien: “lo conozco como si
lo hubiera parido”. Y no cabe duda de que las madres tienen un
conocimiento especial de sus hijos. Parece que cuando los llevaban
en su seno se produjo una simbiosis tan singular entre madre e hijo
que la madre tiene una particular capacidad de intuición y
adivinación sobre su prole. Cuando son bebés, la madre, por la
noche, duerme y vela a la vez y a la menor señal de la criatura se
despierta. Y más tarde, quizá le baste con mirar a los ojos del niño
o la niña para darse cuenta de lo que le pasa. Así que la frase “lo
conozco como si lo hubiera parido” revela algo muy certero, aunque
quizá también algo demasiado presuntuoso por parte de quien lo
afirma.
Pero también es verdad que entre madre e hijo se van creando
distancias. Y que no se da esa trasparencia total que quizá soñamos.
Incluso en esa relación que pudo ser del todo singular Jesús y
María, entre Jesús y sus padres, se daba opacidad. Y nace la falta
de entendimiento. Los equívocos, las suposiciones erróneas, las
expectativas frustradas son también el lote de la familia de Nazaret.
Por más que los tres tengan el alma todo lo tersa y trasparente que
cabe desear.
El episodio se produce cuando Jesús ha alcanzado la adolescencia,
una edad más o menos difícil en que los chicos tratan de afirmarse,
de romper ese otro cordón umbilical que los ata demasiado al mundo
de los mayores y buscan con mayor o menor torpeza su propio camino.
No creamos, sin embargo, que el evangelista nos está narrando la
evolución psíquica de Jesús y los tanteos por que pasa. Es algo que
está fuera de su horizonte. Las palabras del propio Jesús lo dejan
bien claro: “¿No sabíais que debo ocuparme en las cosas de mi
Padre?”. Son las primeras palabras que pone el evangelista en sus
labios. En ellas se nos revela que Jesús sabe quién es y cuál es su
misión. No nos movemos en el terreno de la psicología, sino en el de
la fe y la teología. Pero volvamos a lo que veníamos apuntando: que,
aun con la mejor voluntad del mundo en cada persona y sin culpa de
nadie, se pueden producir malentendidos que causan no poco
sufrimiento.
Ante lo inesperado nacen la extrañeza, las preguntas, los porqués.
Nos damos cuenta de que la extrañeza se da en los dos sentidos:
María y José se extrañan de la conducta de Jesús, y Jesús se extraña
de la extrañeza de sus padres.
(Claro!
En María y José no sólo se da extrañeza: se da también desconcierto,
que es más; y todavía otra cosa: se da angustia, tres largas
jornadas de angustia, hasta que encuentran a Jesús.
Cierto, la trasparencia total no existe entre nosotros. Menos aún
ante el misterio de Dios. También nosotros podemos experimentar ante
él el desconcierto, e incluso la angustia. De nuevo es el propio
Jesús quien lo va a decir: “Dios mío, Dios mío,
)por
qué me has abandonado?”.
Pero lo más importante son los pasos que se dan a continuación.
Jesús vuelve con sus padres. María da vueltas en su corazón a esta
experiencia y a las palabras de Jesús. Y es que también las
frustraciones, las experiencias dolorosas, los desengaños, pueden
ser un impulso para caminar. Uno no lo sabe todo, ni lo prevé todo.
No está al cabo de la calle. Tiene que cargar con el peso de la
oscuridad, con las preguntas sin respuesta, o con las contestaciones
misteriosas que lo desconciertan. Ha de sobrellevar lo opaco de los
otros y de la vida. Así es como vamos haciendo nuestro camino hacia
dentro, hacia lo hondo de nosotros mismos. También el camino de la
fe es así.
Podemos, según esto, descubrir en el relato lucano varios niveles de
significado. Un primer nivel de orden antropológico. Nos recuerda
esa imposible trasparencia total entre las personas en nuestro mundo
presente. En el nivel cristológico, el evangelista no nos presenta
propiamente la evolución psicológica de Jesús, ni nos habla de un
adolescente que trata de emanciparse de la tutela paterna. Jesús
hace una primera revelación de su verdad y de su posición
inequívoca: ocuparse de las cosas de su Padre y estar a disposición
de la voluntad de su Padre. Pero esta dispensación se va a
prolongar, todavía durante años, como sujeción a José y María. Otro
posible significado cristológico es la Pascua de Jesús: su muerte,
los tres días de su sepultura, el reencuentro con sus discípulos, la
indisponibilidad última del Señor.
En el nivel eclesiológico, María aparece como modelo de la Iglesia
que escudriña las conductas y palabras de su Señor para alcanzar una
comprensión cada vez mayor.
Fuente:
autorescatolicos.org
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