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Familiares de Dios
Padre Luis de Moya
Lc
2, 41-52
En este domingo, el siguiente a la
Navidad, celebra la Iglesia la fiesta de la Sagrada Familia.
Pensamos en oración en la Familia de Jesús, María y José, que es
modelo de toda familia. Por eso trataremos de evocar, si los hemos
olvidado, los momentos de convivencia entre ellos que los Evangelios
nos transmiten, desde que contemplamos a María desposada con José
hasta que la vemos al pie de la Cruz, acompañando a Jesús en el
momento de la muerte.
En estos días, inmediatamente posteriores a la Navidad, nos
imaginamos fácilmente Jesús como un Niño. ¡Qué fácil es tratar con
los niños! No hacen falta presentaciones retóricas, ni solicitar
audiencia previamente. Es mejor un lenguaje claro pero sencillo.
Conviene hacerse a su mentalidad, hacerse un poco niños, pero a la
vez tomarlos en serio: quien entiende mejor a un niño y quien mejor
se hace entender por él, es otro niño.
No es difícil ser niños, nada les cuesta a los pequeños, pero es
preciso librarse del afán de sobresalir, de quedar bien, tan típico
a veces de los mayores y que nada les importa, sin embargo, a los
que tienen pocos años.
Pertenecemos a la familia de Dios, y delante de Dios, que es Eterno,
tú eres un niño más chico que, delante de ti, un pequeño de dos
años.
Y, además de niño, eres hijo de Dios. —No lo olvides. Esto nos
recordaba san Josemaría: que somos hijos de Dios por el Bautismo. Y
como queremos ser buenos hijos, por eso debemos hacernos como niños
siguiendo el consejo del Señor: En verdad os digo: si no os
convertís y os hacéis como los niños no entraréis en el Reino de los
Cielos. Pues todo el que se humille como este niño, ése es el mayor
en el Reino de los Cielos. Y ya sabemos que la humildad está en el
reconocimiento de nuestra condición limitada, de nuestra fragilidad,
de sabernos necesitados de ayuda: así son los niños, se sienten
débiles y, a pesar de todo seguros, porque saben que cuentan con la
fortaleza y la protección de todos en su familia, especialmente de
sus padres.
Por eso, al agradecer a nuestro Señor que nos haya querido de su
Familia, hijos suyos, le pedimos nos conceda la virtud de la
humildad que nos hace niños sencillos. Nada nos cuesta así pedirle
la ayuda que como buen Padre nos quiere prestar, para que le amemos
más cada día para nuestro bien: para reconocer nuestros errores y,
arrepentidos, pedir perdón y rectifcar; para lograr esos objetivos
que nos desarrollan en su presencia haciéndonos más aptos, más
adultos como cristianos en su servicio. Con esa sencillez querremos
pedirle, con infantil desparpajo, tantas cosas buenas que nos
ilusionan y le agradan.
Ser pequeño: las grandes audacias son siempre de los niños. -¿Quién
pide... la luna? -¿Quién no repara en peligros para conseguir su
deseo?
"Poned" en un niño "así", mucha gracia de Dios, el deseo de hacer su
Voluntad (de Dios), mucho amor a Jesús, toda la ciencia humana que
su capacidad le permita adquirir... y tendréis retratado el carácter
de los apóstoles de ahora, tal como indudablemente Dios los quiere.
Estas palabras, también de san Josemaría, describen el que puede ser
nuestro tono habitual con Dios. Podemos ser, debemos ser y
sentirnos, hijos pequeños de nuestro Padre Dios, que no tienen
medida y piden la luna, confiando en su Padre y en Santa María, su
Madre. Así nos quiere Dios. No olvidemos que Jesucristo reprocha la
poca fe y la poca audacia para pedir: Pedid y se os dará; buscad y
hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; y
todo el que busca, encuentra; y al que llama se le abrirá. O ¿quién
hay entre vosotros, al que si su hijo pide un pan le da una piedra?
¿O si le pide un pez le da una culebra? Pues si vosotros, siendo
malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿cuánto más vuestro
Padre que está en los Cielos dará cosas buenas a quienes le pidan?
Cada uno nos reconocemos con muchos defectos y débiles, pero nuestro
Padre Dios es Todopoderoso e inmensamente bueno. No pensemos que es
como nosotros, pues quiere mostrar con sus hijos los hombres su
santidad y su poder. No queramos ser con Dios como los mayores en
sus negocios terrenos, que primero calculan las dificultades, los
riesgos, las posibilidades..., para luego decidir. Si somos niños,
sólo pensaremos que es nuestro Padre Dios quien nos espera con amor,
y que siempre está a favor nuestro.
Y no olvidemos a nuestra Madre, que sabrá meternos cada día más en
nuestra verdadera Familia sobrenatural, para la que hemos nacido en
la familia humana de nuestros padres y hermanos. Ella, con suavidad
de Madre, nos hará más próximo, si se lo pedimos, el corazón de
Dios.
Fuente:
autorescatolicos.org
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