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«Le encontraron en el Templo sentado en medio de los
maestros. Estaban estupefactos por su inteligencia»
Padre Joan Antoni Mateo i García
Lc
2, 41-52
Hoy contemplamos, como continuación del Misterio de la
Encarnación, la inserción del Hijo de Dios en la comunidad humana
por excelencia, la familia, y la progresiva educación de Jesús por
parte de José y María. Como dice el Evangelio, «Jesús progresaba en
sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc
2,52).
El libro del Siracida, nos recordaba que «el Señor glorifica al
padre en los hijos, y afirma el derecho de la madre sobre su prole»
(Si 3,2). Jesús tiene doce años y manifiesta la buena educación
recibida en el hogar de Nazaret. La sabiduría que muestra evidencia,
sin duda, la acción del Espíritu Santo, pero también el innegable
buen saber educador de José y María. La zozobra de María y José pone
de manifiesto su solicitud educadora y su compañía amorosa hacia
Jesús.
No es necesario hacer grandes razonamientos para ver que hoy, más
que nunca, es necesario que la familia asuma con fuerza la misión
educadora que Dios le ha confiado. Educar es introducir en la
realidad, y sólo lo puede hacer aquél que la vive con sentido. Los
padres y madres cristianos han de educar desde Cristo, fuente de
sentido y de sabiduría.
Difícilmente se puede poner remedio a los déficits de educación del
hogar. Todo aquello que no se aprende en casa tampoco se aprende
fuera, si no es con gran dificultad. Jesús vivía y aprendía con
naturalidad en el hogar de Nazaret las virtudes que José y María
ejercían constantemente: espíritu de servicio a Dios y a los
hombres, piedad, amor al trabajo bien hecho, solicitud de unos por
los otros, delicadeza, respeto, horror al pecado... Los niños, para
crecer como cristianos, necesitan testimonios y, si éstos son los
padres, esos niños serán afortunados.
Es necesario que todos vayamos hoy a buscar la sabiduría de Cristo
para llevarla a nuestras familias. Un antiguo escritor, Orígenes,
comentando el Evangelio de hoy, decía que es necesario que aquel que
busca a Cristo, lo busque no de manera negligente y con dejadez,
como lo hacen algunos que no llegan a encontrarlo. Hay que buscarlo
con “inquietud”, con un gran afán, como lo buscaban José y María.
Fuente:
evangeli.net
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