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Boda en Caná de Galilea
Padre Pedrojosé Ynaraja
Jn
2, 1-11
1.- Que el simpático evangelio de hoy nos enseñe que Jesús
no es un aguafiestas, sino alguien que ha venido a procurar la
felicidad del hombre y que Santa María, su madre, es una excelente
cooperadora en este propósito de salvación de la humanidad, es, sin
duda alguna, mis queridos jóvenes lectores, su mensaje fundamental.
Pero quiero sacarle más jugo al fragmento de San Juan.
En primer lugar situaré el acontecimiento. Cana de Galilea
corresponde, con mucha probabilidad, a la actual población de Kafr
Kanna, a pocos kilómetros de Nazaret. Tal vez, dicen algunos, se
trate de otro lugar, situado un poco más lejos, pero, como en aquel
tiempo no existían ni los rótulos de carretera ni, mucho menos los
GPS, que pudieran darnos las coordenadas, no hay duda que, en
ciertos casos como en el de hoy, no se puede precisar, con seguridad
y exactitud, donde ocurrió un hecho.
2.- Se celebraba una boda, dice el evangelio, no un matrimonio. Vale
la pena un pequeño análisis sobre el particular. Hoy en día parece
que el camino hacia el estado matrimonial empieza en el “flechazo”,
el apasionado atractivo físico entre un hombre y una mujer, seguido
de una satisfactoria experiencia de simpatía emotiva y, pasado el
tiempo, llegará el día que decidan casarse, cosa supeditada, según
esta manera de ver las cosas, a una serie de condicionantes de orden
económico. Calculan unos a quien invitarán, calculan otros que
regalarán, a que lista acudirán para acertar en el obsequio, en
algunos casos se les ofrecerá un número de cuenta corriente donde
ingresar dinero. No hace falta que explique el desarrollo de una
boda. Hay lugares reservados para el banquete, y el menú y la música
que pueda entretener, están minuciosamente contratados.
3.- En tiempos de Jesús, y en su país, la cosa no era así. Reunidas
las dos familias establecían una condiciones, unos proyectos, unos
lugares para la vida en común y, en este marco familiar, aquella
chica de no mucho más de doce años, acordaos de que no existía la
etapa de la adolescencia, y aquel chico de sus quince cumplidos, se
comprometían entre sí. Eso de comprometerse es un acto genuinamente
humano. Por muy semejante que sea nuestro código genético al de los
animales, no oiréis nunca que dos de estos se han comprometido entre
ellos. En este clima y terreno del compromiso, nacía y crecía el
amor matrimonial, mientras se preparaban los utensilios y espacios
necesarios para la vida familiar. Al cabo de unos meses, seguramente
nunca más de un año, se celebraba la boda. Era una fiesta con
invitados, pero abierta a muchas personas. Aquello de que los amigos
de mis amigos, son mis amigos, era auténtica realidad. Si en este
caso la invitada era María o lo fue el Hijo, no importaba, se
presentó con sus discípulos y se incorporaron a la fiesta, siendo
aceptados. Las bodas tenían su ritual. La novia se había reunido con
sus amigas previamente, el novio con sus amistades y, en un
determinado momento, ambos grupos se encontraban, pasando unos días
alegremente juntos, hasta que el chico era arrebatado por un
compañero y llevado a la cámara nupcial, finalizando con ello la
fiesta. (Mt 9,15)
Primera sugerencia que deseo os hagáis. Pensad si un tal
planteamiento matrimonial existe entre vosotros. Examinad qué valor
se da al compromiso con respecto al puro atractivo y goce en común.
Calculad qué resultados se conseguirían si amor, conocimiento
personal y aprendizaje del compromiso, se cultivasen y creciesen
juntos. Tal vez el fracaso de tantas parejas de hoy en día, proceda
de un mal planteamiento del matrimonio.
Segunda cuestión. Estas listas de regalos, estos cálculos de a
cuantos se invitarán y donde se situará cada uno, ¿son ingredientes
que faciliten la feliz convivencia? ¿son criterios cristianos?
¿podría presentarse de improviso alguien allí, Jesús de Nazaret, por
ejemplo, con sus amigos y ser aceptados todos con naturalidad y sin
ningún reproche? Una boda a la que no se haya invitado a Dios no
será boda cristiana, no tendrá el apoyo sacramental.
Asistía María, mujer detallista y Jesús, recién iniciado en sus
proyectos de futuro, idealista y audaz dispuesto al sacrificio, como
después bien se supo. El amor del hombre es el mundo, el mundo de la
mujer es el amor. En Caná se cocinaba un buen cariño. María estaba a
sus anchas, en su mundo, de aquí que descubriera con antelación lo
que ni los responsables del servicio habían sido capaces de
observar. Es inconcebible que en una mesa mediterránea pueda faltar
vino. No hay duda que María sabía muy bien que Jesús siempre estaba
dispuesto a ayudar en lo que fuera necesario. Se les está acabando
la bebida, dice ella, no me toca a mí solucionarlo, dice Él. Haced
lo que os sugiera, indica la mujer a los sirvientes. Pues, llenad
los depósitos de agua, manda Él. El “maître” se asombra al comprobar
el cambio de calidad del caldo, la pareja sin notarlo continúa su
fiesta. Mas tarde ellos, sus vecinos y sus parientes, reconocerán
que esta visita de Jesús, no fue un encuentro fortuito, el milagro
de convertir el agua en excelente vino no fue sólo un gesto de
delicadeza generosa. La asistencia de Jesús, se dieron cuenta
después, implicaba dar un mayor rango a la boda, una categoría
superior a la unión de aquella pareja, elevar la calidad del
compromiso. Aquel encuentro en Caná, mis queridos jóvenes lectores,
estaba anunciando que, llegado el momento, y dándole la categoría
merecida, el matrimonio se convertiría en sacramento. Una realidad
sublime que nadie imaginaba. Un acontecimiento que trasformaba el
encuentro matrimonial, el simple beso, en un don de Gracia. A los
esposos se les concede, a partir de ese momento, ser concesionarios
de la Gracia, dadores de santidad, con solo amarse.
4.- Si no hay que olvidar la intercesión valiosa de Santa María al
meditar el relato proclamado hoy, también hay que reconocer que
tiene más sustancia. Deben cambiar muchas cosas en las celebraciones
actuales del matrimonio, para que podamos pensar que ella, la
Virgen, se haga presente. Puedo imaginarme una aparición mariana en
una gruta, en una encina, en la tilma de buen hombre. Lo que soy
incapaz de imaginar es que se pueda hacer presente, para solucionar
problemas, en las actuales fiestas nupciales.
Mis queridos jóvenes lectores, os urge introducir modalidades en
este y en otros terrenos. La actualidad os necesita para que se
efectúen cambios, como los que en otros terrenos y otros tiempos,
ocasionaron gente semejante a vosotros, gente joven, que se llamaron
Francisco de Asís o Juana de Arco, entre otros, que citar más
alargaría excesivamente este mensaje.
Fuente:
betania.es
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