Las bodas de Cristo con la Iglesia

 

Padre Jesús Marti Ballester

 

Jn 2, 1-11

1. Ante el maravilloso espectáculo de la iluminación de Jerusalén en la fiesta de los Tabernáculos, Isaías, que no está dispuesto a callar por amor de Sión hasta conseguir que Jerusalén brille como una antorcha inmensa, explica que ese brillo luminoso, ha de ser el esplendor de su santidad, que la convertirá en una ciudad nueva, a la que el Señor hasta el nombre le cambiará. La llamarán "Mi favorita" y "Desposada". "Como un joven se casa con su novia, así se desposa contigo el que te construyó, y encuentra en tí la alegría que el marido encuentra con su esposa" Isaías 62,1. Bellamente canta San Juan de la Cruz:

"Entrado se ha la esposa

en el ameno huerto deseado

y a su sabor reposa

el cuello reclinado

sobre los dulces brazos del Amado"

¿No es maravilloso y alucinante que Dios "encuentre sus delicias estando con los hijos de los hombres"? (Prv 8,31). Isaías deja también entrever que las palabras del profeta tienen la capacidad de contribuir y acelerar el brillo de la ciudad. Son palabras de Dios. Palabras eficaces por sí mismas. Tomemos nota los que tenemos en nuestra boca las palabras.

2. Se dirige Isaías literalmente a Israel. Pero es también la Iglesia, todo el pueblo de Dios, prolongación de Israel, la que se siente concernida por el cariño del Señor. Toda la humanidad, llamada a ser integrada en el pueblo de Dios, puede hacer suyas estas calificaciones. Y cada persona puede sentirse dichosamente aludida. Yo no estoy abandonado por Dios. Al contrario, soy su favorito y desposado con él, que encuentra en mí la misma alegría que el esposo tiene en su esposa.

3. Ante la manifestación tan asombrosa de Dios, el salmista, que no puede contener su gozo, invita a "contar a todos los pueblos las maravillas del Señor, y a "toda la tierra a que canta un cántico nuevo", y a "las familias de los pueblos a que aclamen al Señor" Salmo 95. Hagamos coro nosotros también con él.

4. Pero lo que de verdad nos llena de júbilo es que Dios, para poder realizar de una manera visible las bodas con los hombres, se haga hombre, y Jesucristo consuma en la cruz esa unión esponsal. La conversión del agua en vino en las bodas de Caná es el anticipo de la "hora" del sacrificio de Jesús, cuando derramará su sangre, como arras de la Alianza Nueva , que Dios paga por su esposa: "Habéis sido comprados no con precio de oro ni de plata, sino con la sangre preciosa del Cordero sin defecto y sin mancha" (1 Pe 1,19).

5. Juan ha observado de cerca la escena y ha contado las tinajas: seis; se ha fijado en el material, y ha visto que eran de piedra. Y antes ha contado los días en que está actuando Jesús desde que él lo conoce, y resultan siete, como los días de la creación: Todo está indicando que Jesús está creando un mundo nuevo, que como el primero, será creado en siete días: Estos son los siete días de la creación del mundo nuevo: El día en que Juan Bautista dice que "en medio de vosotros hay uno que no conocéis"; otro día siguiente, cuando Jesús fue bautizado por Juan; otro día siguiente, cuando Juan lo anunció como Cordero de Dios y otro el día siguiente de llamar Pedro a Simón; y los tres días después, cuando hubo una boda Juan 2,1. Total siete días, una semana. Los siete días del relato de la creación por el autor del Génesis son el modelo de la creación nueva de Jesús. "Sin él no se ha hecho nada". Todo ha sido hecho por el Verbo.

6. También el número de las tinajas, que eran seis, es imperfecto, porque el perfecto y completo era el siete, que no se adecua con la calidad de las tinajas de piedra, y no de barro, calidad apta para la purificación ritual, pero incapaz de producir la sobrenatural. Por ser seis, era imperfecto el número; y por ser de piedra, era perfecta la calidad. Luego esas seis tinajas de piedra, material precioso, han de ser utilizadas para una purificación perfecta.

7. Resumen: Los judíos se purifican ritualmente en el agua contenida en tinajas de barro, que por su deleznabilidad indican que su purificación ritual no consigue llegar al corazón, porque su agua no es viva. Sólo la sangre de Cristo, más preciosa que el oro (1 Pe 1,18), limpiará sus pecados, nuestros pecados. Y derramada abundantísimamente: el signo de tal abundancia viene marcado por la capacidad de las tinajas: más de quinientos litros. La excelencia del vino, que supera la del agua, habla de la gracia abundante: "Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rm 5,20). Con su sangre borrará sobreabundantemente nuestros pecados.

8. Jesús quiere estar presente en una boda y quiere bendecir su alegría, que brota del signo de la boda, por el que Isaías ha roto a cantar: la unión de Dios con la humanidad, de Cristo con su Iglesia. Y que nace de la fecundidad del amor, porque el amor que se entrega - todo amor es entrega total -, y si no es entrega no es amor, sino egoísmo, es fecundo. Por el contrario el egoísmo es estéril voluntariamente, ciega la fuente de la vida, se niega a ser creador. El esposo se entrega a la esposa como Cristo a la Iglesia, y así es el matrimonio gran sacramento. El matrimonio es un contrato bilateral de entrega personal mutua que se convierte en sacramento para el cristiano. Ese contrato es el signo que produce la gracia misteriosa del amor del Redentor quien, al inmolarse en la cruz, santificó a la Iglesia y la compró para él (Ef 5). El consentimiento matrimonial del católico ante la autoridad civil no constituye verdadero matrimonio, sino concubinato registrado civilmente.

9. Y, así como María estará al pie de la cruz, cuando llegue la hora, que en el evangelio de Juan, es la hora del sacrificio : "no ha llegado mi hora",también en las bodas de Caná está presente actuando como medianera del milagro adelantando la hora con su intercesión, del signo de la sangre. Una y otra vez, Jesús no la llamará "madre", sino "mujer", como nueva Eva que está al lado del nuevo Adán, engendrando a los hombres nuevos. Y como la "mujer", que hiere en la cabeza a la serpiente del Génesis (Gn 3,15). La solicitud de María por los hombres dimana de su maternidad divina, que en Caná es introducida por Cristo en el radio de acción de su poder salvífico.

10. Las bodas, como el pan en la multiplicación de los panes, son signos de la eucaristía, del Cuerpo y Sangre derramada en la cruz. María se puso entre su Hijo y los hombres en la realidad de sus necesidades, carencias y sufrimientos, no como una extraña, sino como madre, que tiene el derecho de presentar a su Hijo los problemas de los hombres, hijos también suyos. Lo que no sabían aquellos nuevos y jóvenes esposos es que su amor estaba simbolizando las bodas de Dios con la humanidad y su amor eterno y fiel. Y ni ellos ni los invitados festivos pudieron intuir que aquel vino se convertiría en sangre, que nos purificaría para prepararnos a las bodas eternas, donde se consumará este matrimonio y se realizará esta unión, que nos hará tan felices a nosotros y que hará las delicias de Dios.

11. "Cantad a todos los pueblos las maravillas del Señor". Con razón hoy nos encontramos con este salmo musical que nos invita al jolgorio del baile y a tomar parte en el corro de la danza como si estuviéramos en la fiesta de aquellas bodas en Caná, cuando el agua en presencia de su Creador enrojeció convertida en vino, como don del Espíritu profusamente repartido. Siete dones y sus frutos con lo que las virtudes resaltan más resplandecientes y facilitadas y dulcificadas. Sabiduría, entendimiento, ciencia, consejo, piedad, fortaleza, temor de Dios. Prudencia y sensatez madura, justicia suave y variada, fortaleza del martirio del "quotidie morior", templanza de la sobriedad y de la castidad insigne y de la virginidad de azucena radiante, cuya austeridad viene endulzada por los frutos del Espíritu. Cuando el alma corresponde dócilmente a la moción del Espíritu Santo, produce actos exquisitos de virtud que pueden compararse a los frutos sazonados de un árbol.

12. Los frutos se distinguen de los dones como el fruto se distingue de la rama y el efecto de la causa. Y se distinguen también de las bienaventuranzas evangélicas, que son más perfectas y acabadas que los frutos. Los frutos son contrarios a las obras de la carne, ya que ésta tiende a los bienes sensibles, que son inferiores al hombre, mientras que el Espíritu Santo nos mueve a lo que está por encima de nosotros. La Vulgata enumera doce frutos: caridad, gozo espiritual, paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia y castidad (Gal 5,22). Pero, en el texto paulino original, sólo se citan nueve: caridad, gozo, paz, longanimidad, afabilidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza. Según Santo Tomas, los frutos del Espíritu Santo son todos aquellos actos virtuosos en los que el alma halla consolación espiritual. En cuanto a las virtudes de que ha de estar revestido el hombre nuevo, San Pablo enumera, pero insiste de modo especial en la caridad a la que llama «vínculo de la perfección», ya que sin la caridad nada valen en orden a la vida eterna. Y con los Dones y frutos, la diversidad de los carismas, según le place, para el bien común, que hoy pone de relieve San Pablo en la segunda lectura 1 Cor 13,1-13 y renacidos en el ambiente de la Renovación Carismática.

13. Lo que estamos celebrando ahora en la Eucaristía son las Bodas de Cristo con su Iglesia, anticipando la unión de las Bodas Eternas. A continuación Cristo será pan partido para que lo comamos y nos guarde para la vida eterna. Cristo muerto, significado en las especies de pan y vino separadas. Cristo resucitado, simbolizado en la partícula de pan que mezclaremos con la sangre. Si la separación de la sangre y el cuerpo constituyen la muerte, la mezcla de la sangre en el cuerpo, constituyen también la resurrección. A la que todos los hombres estamos llamados por el inmenso Padre que tanto nos ama.

 
Fuente: autorescatolicos.org