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El agua no es suficiente
Padre Antonio Díaz Tortajada
Jn
2, 1-11
1.- Comenzamos, con el
tiempo ordinario del año litúrgico, de lleno el recorrido por las
grandes enseñanzas de Jesús. Este tiempo se abre de una manera por
demás hermosa, grandiosa y muy profunda. Es como cuando se encuentra
uno ante la fachada de una obra arquitectónica singular; o cuando de
pronto nos encontráramos oyendo la obertura de una de esas sinfonías
más bellas, en la que se nos ofrece un avance de todos los temas
musicales de los cuales somos invitados disfrutar en el concierto.
En fin, un pórtico arquitectónico o una obertura musical son dos
imágenes que nos pueden ayudar a situarnos no sólo con gratitud y
gozo ante la vida y el misterio de Cristo, sino a aprovechar al
máximo el recorrido que haremos en el año litúrgico.
2.- La palabra de Dios se nos da en un hermoso y rico lenguaje
simbólico. Sabemos que una buena lectura de la Escritura, para que
produzca los frutos que le son propios, ha de leerse sí literalmente
pero no “literalistamente”, o sea al pie de la letra. Sabemos que
una lectura mal hecha es la que toma los textos de una manera
material. Es lo que hacen quienes adoptan una actitud
fundamentalista ante la religión. Y sabemos cuánto mal hacen
actitudes cerradas que llevan al fanatismo tan peligroso como
estéril y agresivo.
Hoy la palabra de Dios, echa mano de imágenes propias de la
literatura y la cultura del pueblo de Israel de hace más de veinte
siglos.
La primera lectura está tomada de la tercera parte de Isaías un
profeta que, lleno de optimismo, alienta al pueblo a vivir la
alegría del regreso de un exilio de cincuenta años que está por
concluir. Compara la alegría de Dios por el pueblo de Dios
convertido y purificado con la alegría que experimenta el marido con
su mujer. “Como un joven se casa con su novia” así hace Dios con su
pueblo.
Jerusalén, la ciudad capital, representa a ese pueblo que, a través
de la salvación, vivirá una experiencia tan profunda y tan duradera
como la alianza matrimonial: Por amor y para siempre. Cuando la obra
salvadora de Dios se haga realidad, Jerusalén hasta tendrá otro
nombre, pues como corona de gloria y diadema real en la palma de la
mano de Dios, verá su suerte tan diferente que aquel nombre ya no
corresponderá a su realidad. En fin, este reencuentro del pueblo
elegido con su Dios será muy semejante a un matrimonio celebrado en
la fidelidad y en la alegría perpetua. En efecto, en lugar de vivir
en abandono y desolación, será la complacencia del esposo.
3.- La imagen de un Dios que se desposa con su pueblo es muy común
en la Sagrada Escritura, especialmente en el mensaje de los
profetas, para indicar la estabilidad y la profundidad del amor de
Dios para con su pueblo —y a partir de Cristo, con toda la humanidad
redimida—, de manera que quedó bien establecido, desde la antigüedad
de la revelación, que la fidelidad de Dios está a prueba de la
infidelidad del hombre. También se quiere significar, con estas
imágenes nupciales, que la alegría de la salvación de toda la vida
humana sólo encuentra algún parecido con el gozo que puede
proporcionar el amor y la intimidad del matrimonio.
Esta certeza llega a su colmo a través de Jesucristo que ha venido a
establecer una nueva y definitiva relación, en el amor, entre Dios y
la humanidad. Esta es la clave de interpretación del evangelio de
hoy.
4.- No tiene mucho sentido fijarnos demasiado en el hecho del
“milagro” ni en su realidad histórica. Todos los milagros son
señales. De manera que detenernos en tratar de ver el milagro y
quedarnos maravillados por él, o por la intervención de la Madre de
Jesús, la Virgen María, nos privaría de recibir el mensaje con toda
su riqueza.
La Iglesia nos presenta, por medio de estas lecturas, el misterio de
un Dios-hombre, objeto directo de nuestra fe. Tal vez más que en
cualquier otro libro de la Escritura san Juan utiliza un lenguaje
simbólico para enseñarnos tanto el mensaje acerca de Cristo como su
mismo mensaje. Si en los otros tres evangelios, Jesús emplea un
lenguaje a base de parábolas que es necesario interpretar, en el
evangelio de Juan todo su lenguaje, las palabras, las expresiones,
tienen que ser interpretadas a la luz de la tradición bíblica.
5.- Los comentaristas modernos del evangelio de san Juan, en
sintonía con varios padres de la Iglesia primitiva, coinciden, en
resumidas cuentas, en que este episodio de la vida de Jesús,
transmitido sólo por san Juan, es antes que nada, una catequesis
sobre el misterio de Jesús que viene, con su vida, pasión, muerte y
resurrección a establecer una y definitiva alianza de amor de parte
de Dios con todos aquellos que lo esperan, lo buscan y lo
encuentran, es decir, están abiertos al amor fiel y perfecto de
Dios. De todos estos, es símbolo la madre, pues ella está atenta al
problema de una carencia fundamental de la fiesta: La falta del vino
como factor de la alegría. Sin este elemento, la fiesta, la boda,
como celebración no tiene consistencia. El agua no es suficiente, no
hace más que mantener en la vida, pero sin alegría. Ésta representa
a la ley que, por más que se observe, deja mucho que desear. Sólo el
Espíritu, que Jesús da y del cual es símbolo el vino, puede hacer
posible una verdadera relación de alegría en el amor con Dios,
simbolizado por el novio.
A la fiesta eterna a la que somos invitados todos, no entramos sólo
con nuestros esfuerzos, proyectos, medios o búsquedas. Era necesario
que Jesús, el Hijo del Padre, nos diera su Espíritu, mediante su
muerte y resurrección.
Solo así podemos estar ya desde ahora en fiesta. En esa fiesta que
comenzó el día de nuestro bautismo y en la que nos mantenemos, no
sólo en la observancia de ritos y leyes, sino sobre todo, dejándonos
amar, es decir salvar, por un Dios que como un esposo enamorado nos
busca para hacernos suyos.
Fuente:
betania.es
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