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El signo del vino nuevo
Andrés Pardo
Jn
2, 1-11
En el evangelio de este segundo domingo ordinario se pone de relieve
que Cristo ha venido a traer el vino nuevo de su caridad, gozo y
presencia, ese buen vino de la mejor solera y reserva guardado hasta
ahora. En Caná el agua fue convertida en vino, en la eucaristía el
vino es la sangre redentora derramada por el Señor. Jesús siempre
está cercano a los apuros de los hombres, como lo estuvo en las
circunstancias concretas del banquete de bodas de Caná. Se sienta a
nuestra mesa y comparte nuestras alegrías lo mismo que sabe llorar
con nuestro llanto.
Muchas veces nos quedamos como los novios de Caná, sin el vino de la
alegría, del amor, de la paz, de la tranquilidad, de la ilusión, del
trabajo. Hemos perdido la esperanza y creemos que nuestra situación
ya no tiene remedio. Pensamos que nuestro mundo, nuestra patria,
nuestra vida es imposible soportar. Estamos en apuros y con nuestra
bodega de reserva vacía.
Y siempre se puede producir el milagro. Se repite constantemente la
petición nada exigente de la Madre Virgen: "no tienen vino". Y
tenemos que obedecer el mandato de Jesús y llenar nuestra tinaja de
agua, de lo que aparentemente no tiene valor. Lo que esto significa
es nuestra cooperación. Hay que llenar nuestra tinaja para que se
realice el milagro. Si estamos vacíos seguiremos vacíos, si estamos
llenos de agua nos llenaremos de la plenitud de Dios. El agua de la
trivialidad será el vino nuevo de la gracia.
Fuente:
archimadrid.es
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