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"Las Bodas de Caná"
Autor:
Jn
2, 1-11
Caná estaba situada a poco más de una hora de camino de
Nazaret. Allí se encontraba María. El interés que la Virgen muestra
y su actividad en la boda señalan que no es una simple invitada. Es
muy posible que los novios fueran parientes o al menos, amigos
íntimos. San Juan la llama en el evangelio la madre de Jesús, nombre
con que la veneraban los primeros cristianos. No se nombra a San
José, lo que nos hace suponer que ya había muerto.
Era costumbre que las mujeres amigas de la familia preparasen todo
lo necesario. Y la Virgen, mientras colaboraba en los preparativos,
recordaría su propia boda hacía ya unos buenos años atrás.
Llevaba meses sin ver a Jesús. Ahora lo encuentra allí, en Caná. El
Señor acababa de llegar de Judea con sus discípulos y María los
conoció en la Boda. Es el primer encuentro de María con Juan, con
Pedro. No sabemos que impresión les produjeron a la Virgen. Juan
estaba muy lejos de saber que aquella mujer sería también, unos años
más tarde, su Madre, y que Jesús le encargaría cuidar de ella.
Al final de la fiesta comenzó a faltar el vino. Esta bebida era uno
de los ingredientes indispensables en el banquete de bodas. En las
bodas judías una alegría desbordante. Los judíos, especialmente la
gente sencilla, de ordinario no bebían vino, pero lo reservaban para
las fiestas, sobre todo para las bodas.
La Virgen se dio cuenta enseguida de lo que pasaba. Los jarros ya no
volvían llenos de la pequeña bodega. Pero estaba Jesús, su Hijo.
Acababa de inaugurase públicamente la predicación y el ministerio
del Mesías. Ella lo sabe mejor que nadie. Con motivo del problema de
la falta del vino surge el diálogo que escuchamos en el evangelio de
hoy, que está lleno de interés. La madre de Jesús le dijo: no tienen
vino. Pide, sin pedir. Expone una necesidad: no tienen vino.
Jesús le respondió con unas palabras algo misteriosas: "Mujer, ¿qué
tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía". La llama
Mujer, que encierra un gran respeto y cierta solemnidad y puede
traducirse por Señora. La volverá a emplear Jesús en la cruz. Y a
continuación utiliza un giro idiomático que es preciso interpretar
en su propio contexto. Por debajo de las palabras existe un lenguaje
oculto, de mutuo entendimiento, entre María y su Hijo, que nosotros
apenas podemos descubrir a través del texto.
Y a continuación añade Jesús: Mi hora no ha llegado todavía. Jesús
quiere indicar que aún no había llegado el momento de manifestar su
poder divino al mundo mediante los milagros. María sabía, sin
embargo, que, a pesar de todo, lo iba a mostrar; y de hecho lo
muestra. Unos momentos antes no había llegado el momento, pero luego
de la intervención de María, el momento llega...
En medio de una fiesta de Bodas, María pide a Jesús que haga un
milagro de carácter casi familiar y doméstico. Y así llegó la hora.
En Nazaret no habían abundado los milagros. Los días habían
transcurrido llenos de normalidad; los parientes que habían vivido a
su lado no tenían la menor idea del poder de Jesús y les costó mucho
convencerse de que no era un hombre como todos. En Nazaret, pocos
creyeron en El. Ahora, la petición de su Madre, movida por el
Espíritu Santo, pudo ser el comienzo de la hora de su Hijo. Ella
nunca le había pedido nada extraordinario, por muy grande que fuera
la necesidad: ni alimentos, ni ropa, ni salud. Si ahora se dirige a
El debe ser porque se siente impulsada por el Espíritu Santo a
hacerlo.
María conocía bien el corazón de su Hijo. Por eso, actuó como si
hubiera accedido a su petición inmediatamente: "Hagan todo lo que Él
les diga", les dice a los sirvientes.
San Juan, testigo del milagro, escribe que había allí seis tinajas
de piedra cada una con capacidad de dos o tres metretas. No eran
vasijas para vino sino para agua, para las purificaciones.
La metreta correspondía a algo menos de 40 litros. Por lo tanto,
cada uno de estos cántaros podrían contener entre 80 y 120 litros, y
en total 480 a 720 litros entre las seis. El evangelio tiene interés
en señalar el número y la capacidad de las vasijas para poner de
manifiesto la generosidad del Señor, como hará también cuando narre
el milagro de la multiplicación de los panes, pues una de las
señales de la llegada del Mesías era la abundancia de bienes.
Estas vasijas habían quedado en gran parte vacías, pues las
abluciones lugar al comienzo de los banquetes. Jesús mandó que las
llenaran. Y San Juan nos dice que los sirvientes las llenaron hasta
arriba.
Jesús se dirigió a ellos y les dijo: "Saquen ahora, y lleven al
encargado del banquete".
Cuando el encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba
su origen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el
agua, llamó al esposo y le dijo: "Siempre se sirve primero el buen
vino y cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad.
Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento".
Hubiera bastado un vino normal, o incluso peor al que se había ya
servido, y muy probablemente hubiera sido suficiente una cantidad
mucho menor. Pero el Señor siempre da con generosidad.
Aquellos primeros discípulos, entre los que se encuentra San Juan,
quedaron asombrados. El milagro sirvió para que dieran un paso
adelante en su fe, que recién comenzaba. Jesús los confirmó en su
entrega, como hace siempre con los que le siguen.
"Hagan todo lo que Él les diga". Estas son las últimas palabras de
Nuestra Señora en el evangelio. No podían haber sido mejores.
Después de contemplar este primer milagro de Jesús, pidamos a María
que seamos siempre fieles en el cumplimiento del mensaje que ella
nos deja: "Hagan todo lo que Él les diga".
Fuente:
agustinos-es.org
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