¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! 

Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

Lc 1,39-45.

Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. 
Cuando Isabel oyó el saludo de María, el niño saltó en su seno e Isabel quedó llena del Espíritu Santo. 
Y dijo alzando la voz: "¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! 
¿Y cómo es que la madre de mi Señor viene a mí? 
Tan pronto como tu saludo sonó en mis oídos, el niño saltó de alegría en mi seno. 
¡Dichosa tú que has creído que se cumplirán las cosas que te ha dicho el Señor!". 
Llega la Navidad y ,con tanto abeto, guirnalda, castillos de Herodes, lagos, lavanderas y efectos de luz "día noche" etc., pregunto: Santa María: ¿dónde hemos dejado al niño? ¿Seremos capaces de poderlo tocar y besar, adorar y rendirle homenaje arropado y disimulado con tanto celofán y perdido en millones de burbujas de champán? ¿Serán nuestros ojos hábiles para divisarlo allá en el pesebre con estrellas que destellan más kilowatios que el calor y la luz que nosotros podamos ofrecernos en estos días? ¿Podremos decirte, como tu prima Isabel, ¡dichosa tú, que has creído!?
Santa María: ¿Dónde hemos dejado al niño? Porque yo quiero ver a Dios y no me interesa el cortejo que lo obstaculiza. Porque yo quiero besar a mi Dios y no embriagarme con el licor que olvidó que, el brindis, era por Él. Porque yo quiero adorar a mi Dios y no quiero arrodillarme ante el vacío y la hartura de mesas repletas. Porque yo quiero vestirme del Misterio de la Navidad y no quiero abrigarme con falsas promesas ni, menos todavía, con disfraces. Porque yo quiero emocionarme ante el Misterio y no llorar por las simples calamidades que se convierten en falsas solidaridades que duran cuatro telediarios y medio. Porque yo quiero ver a Dios en lo pequeño y no el poderío machacón de las grandes cadenas comerciales. Porque yo quiero escuchar a Dios que habla en el silencio y no quedarme sordo con tantos mensajes de un mundo con luces por fuera pero inseguro y negro por dentro.
Quitemos tanto pañal y dejemos la cuna sencilla y discreta para que Dios nazca como a Él le gusta:
Que Dios quiso nacer desnudo… para que viéramos el amor caído del cielo.
Que Dios quiso nacer descalzo… para calzar el número de nuestra humanidad.
Que Dios quiso nacer indefenso. ..para asumir todo lo nuestro en Él.
Que Dios quiso nacer en el silencio. ..para hacernos entender que es suave como la nieve y que, por ello mismo, hay que salir al balcón para contemplarle.
Que Dios quiso nacer entre cantos de ángeles…para que nunca más nos diera miedo la soledad.
Que Dios quiso nacer pobre...para que entendiéramos que Dios es inmensamente rico en amor.
Quitemos pañales porque Dios, por bajar hasta nosotros, vino al mundo como a veces no nos gusta ni verlo ni adorarlo: en silencio, desnudo, pobre y con los brazos abiertos.

Fuente: autorescatolicos.org