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En el ocaso de la vida, entrar en la luz
San Gregorio de Nisa
Lucas 2,22-35
Cuando
llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación,
llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está
escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor.
También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de
pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor. Vivía entonces
en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y
esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y
le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor.
Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres
de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones
de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:
"Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como
lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que
preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las
naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel". Su padre y su
madre estaban admirados por lo que oían decir de él. Simeón,
después de bendecirlos, dijo a María, la madre: "Este niño
será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será
signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el
corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos
de muchos".
Comentario del Evangelio por San Gregorio de Nisa : En el ocaso de
la vida, entrar en la luz
El sol se iba hacia el ocaso. Pero el fervor de mi hermana Macrina
no vacilaba. Cuanto más cercana estaba de su partida, más
diligente se dirigía hacia su Amado...Ya no se dirigía a nosotros
que estábamos presentes, sino a Aquel hacia quien dirigía
incesantemente su mirada... Decía:
“Eres tú, Señor, que has abolido para nosotros el temor a la
muerte. Eres tú quien, por nosotros, has hecho del fin de la vida
terrena el comienzo de la vida verdadera. Eres tú que, por un
tiempo, dejas que nuestros cuerpos descansen en un sueño pasajero y
eres tú quien los despiertas de nuevo “al son de la trompeta”
(1Cor 15,53) Tú entregas en depósito nuestros despojos a la
tierra, para que revivan de nuevo, transformando por la inmortalidad
todo lo que hay en el cuerpo de caduco y deforme...
“Dios eterno, a ti fui confiado desde el seno, desde el vientre de
mi madre eres mi Dios.” (Sal 21,11), te amo con todas mis fuerzas,
a ti me consagro en cuerpo y alma desde mi juventud, envíame un ángel
luminoso que me conduzca de la mano al lugar del descanso y de
refrigerio donde se encuentra “el agua que sacia” (Sal 22,2) al
seno de los patriarcas. (Lc 16,22) Tú que has retornado al paraíso
al hombre crucificado contigo y que se encomendó a tu misericordia,
“acuérdate también de mí cuando llegues a tu reino” (Lc
23,42) porque yo también estoy crucificada contigo...Que me
encuentre ante tu presencia “sin mancha ni arruga” (Ef 5.27);
que mi alma sea acogida en tus manos...”como incienso en tu
presencia” (Sal 140,2)...
Luego, cuando ya caía la noche, alguien trajo una lámpara. Macrina
abría los ojos y dirigía su mirada hacia la luz, manifestando su
deseo de pronunciar la oración de acción de gracias, a la luz de
la lámpara. Pero no tenía fuerza su voz...respiró hondo y dejó a
la vez la oración y la vida.
“Luz amable de la santa gloria del Padre celestial, inmortal,
santo y bienaventurado Jesucristo. Llegados al crepúsculo de este día,
contemplando la claridad del atardecer, cantamos al Padre, al Hijo,
al Espíritu de Dios. Eres digno de toda alabanza y que nuestras
voces te canten, Hijo de Dios que das la vida. Todo el universo se
aclama!” (Himno de acción de gracias por la luz en las vísperas
ortodoxas)
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