¿Qué anuncio seguiremos?  Lc 1, 26-38

Pedro José Maria Maruri, S.J


1.- En este maravilloso evangelio destacan lo escueto de las palabras de María, elocuentes por su silencio y el mensaje grandilocuente del ángel… Fijaos en la última frase: “y el ángel la dejó”. Sabéis lo que yo pienso, que el ángel aprendió de María, aprendió de su silencio y se retiró un poco avergonzado de haber hablado tanto, de haber olvidado. Él, que vive tan cerca de Dios, de que el silencio caracteriza a las grandes obras de Dios.

Silencio de Dios en las miríadas de estrellas que recorren los espacios a velocidades desconocidas. Silencio de Dios en la formación del pequeño cuerpo del niño en el seno de la madre. Silencio de Dios en la florecilla que abre sus pétalos llenos de delicadeza y ternura al amanecer.

El Hijo de Dios entra en ese mundo en silencio y sale de este mundo en el silencio inigualable de los labios muertos de Jesús. Entra Dios en este mundo, comienza a ser hombre en el seno de María, y en Roma, la gran Roma acostumbrada al estruendo y vítores de la marcha triunfal de los héroes que regresan de sus guerras, esa Roma ni se entera de que Dios ha entrado en silencio en una aldea, en Nazaret. La naturaleza no tiembla en terremotos, no hay fogatas en los volcanes al entrar Dios en el seno de una Virgen. Hay el silencio absoluto de Dios, la parquedad de las palabras de María y el anuncio de un ángel. Ni parientes, ni amigos, ni siquiera su esposo José, oyen la entrada triunfal de Dios en este mundo.

La primera Navidad no fue en la alegría bullanguera de las cenas, ni entre el sonido ensordecedor de las discotecas. Fue en el silencio de una noche llena del solemne silencio de las estrellas. Nos dice hoy San Pablo hoy se revela el misterio mantenido en secreto, en silencio durante siglos eternos y se manifiesta en silencio.

2.- Y lo maravilloso es que ese Dios hecho silencio en el seno de Maria, en el pesebre de Belén, en el taller de Nazaret y en lo alto de la cruz. Ese Dios nos está siempre hablando y quiere comunicarse con nosotros.

Es Dios silencio y presencia real en los sagrarios, en los dos o tres reunidos en su nombre, en las cruces de nuestras casas, en la mano que se tiende pidiendo nuestra ayuda.

Nos quiere hablar, pero no le oímos porque tenemos puestos los auriculares día y noche, llenando nuestros oídos y nuestra mente de ruidos extraños. Dios habla como el susurro del aire cálido y blando. Y hay que estar en silencio para escucharle. Hay que querer escucharle. Es como esas ondas que nos rodean por todas partes y que sólo se convierten en sonido perceptible cuando hay un receptor sensible y atento.

3.- La Virgen nos enseña, que de un corazón lleno de silencio de Dios nace el servicio. “He aquí la esclava del Señor”. El servicio más verdad, más humano, es ese servicio callado, de los que están en segundo plano, el servicio de las madres de familia, el servicio de las enfermeras, de tantas religiosas dedicadas a servir a los demás.

Vamos a pedir al Señor, que en medio del ruido y la algazara de estos días sepamos recibir al Niño Dios en el silencio y paz de nuestros corazones. Y que nuestras manos, como manos visibles de la Providencia de Dios, se mueven ayudando a los hermanos que nos necesitan.