Fray Pablo de Cádiz

 

Carlos José Romero Mensaque

 

 

FRAY PABLO DE CÁDIZ Y LA INFLUENCIA CAPUCHINA EN LA CONFORMACIÓN DE LOS ROSARIOS PÚBLICOS

La ciudad de Sevilla y las predicaciones del dominico Fray Pedro de Santa María de Ulloa en su convento de San Pablo, las investigaciones sobre el tema obligan a una clara precisión conceptual.

Efectivamente la figura carismática de Ulloa es determinante para que la devoción del Rosario en Sevilla desembocase en un acontecimiento que cabe denominar "explosión rosariana" y provoca un cambio estructural en la manera de concebir la devoción, constituyendo el fenómeno de los Rosarios públicos. Ciertamente existía toda una tradición en el ámbito de la Orden de Predicadores y sus cofradías y, sobre todo, en las Misiones jesuíticas de la segunda mitad del XVII donde el rosario cobraba cada vez mayor protagonismo, pero normalmente como una práctica de iglesia, pero este dominico, en los pocos años (1688-1690) que predicó en Sevilla hizo del Rosario una auténtica panacea, un medio privilegiado para entender y vivir la fe de una manera extraordinariamente cercana y sensible a la vida y la religiosidad de los fieles. A partir del Rosario, Ulloa explicaba con sencillez y hondura lo esencial del Evangelio y sus prédicas eran a diario seguidas con fruición por miles de sevillanos.

Murió en olor de santidad y fueron impresionantes las manifestaciones de duelo. Pero la conmoción no entibió, sino muy al contrario, exacerbó la devoción del Rosario hasta el extremo que en la misma noche de sus funerales en San Pablo, unos vecinos de la parroquia de San Bartolomé, cofrades de la Hermandad de Nuestra Señora de la Alegría, sin duda como homenaje a Ulloa y al Rosario, salieron espontáneamente por las calles rezándolo a coros, tal y como hacían en la iglesia con el dominico o en su parroquia o en las Misiones, donde incluso algunas veces lo habían hecho por la calle. Lo que parecía ser un hecho aislado, pronto se convirtió en un fenómeno de masas. Habían comenzado los Rosarios públicos. Era el 17 de junio de 1690.

Pero con ello no quedaba institucionalizado el fenómeno. Se hacía precisa una cierta regulación de los cortejos a fin de preservar la "nueva" devoción rosariana, que tanto éxito estaba teniendo entre los fieles. Al mismo tiempo, el clero, que pronto percibió las grandes posibilidades pastorales, no quería se escapase del control. Así lo entendió perfectamente en 1691 el recién nombrado obispo de Cádiz, José de Barcia y el carismático misionero capuchino Fray Pablo de Cádiz, auténtico conformador de estos Rosarios públicos, tal y como siempre reivindicó su hermano de religión Fray Isidoro de Sevilla, que desde 1693 y hasta su muerte colaboró con él en las Misiones, atribuyendo la institución formal definitiva de los Rosarios públicos, introduciendo al principio una cruz, a la que seguirían los faroles de asta y de mano alumbrando los coros y, sobre todo, un estandarte mariano, que cerraba y presidía la comitiva, saliendo por vez la procesión conformada en siete de febrero de 1691 por las calles de Cádiz, a hora de Prima noche, sólo unos meses después del fallecimiento de Ulloa. 

[..] "No había salido todavía a la calle en nuestra Andalucía con pendón determinado para eso el Rosario de la Divina Emperatriz y fray Pablo, para que esta Soberana fuese públicamente venerada, discurrió esta extensión del culto, ideando que sería muy del agrado de Su Majestad que por las calles y plazas públicas sus angélicas salutaciones a chorros se entonasen llevando su regia imagen en un estandarte hermoso, acompañado de vistosísimos faroles, ardientes Mongibelos, que abrasándose en lo interior, a lo exterior redundase el resplandor de sus luces, precediendo a todos la Cruz, regio estandarte del Sacro Rey de la Gloria. [...] Fabricó vistosísimos faroles, así de hasta como de mano, para que con brillantes luces ilustrados, tributasen en holocaustos fogosos rendido culto al más divino simulacro de la gracia. Fue procesionalmente a la plaza llevando para guía una levantada y hermosa cruz y acompañada de bien labrados faroles; seguíase después la gente con dos iguales chorros dividida y por último venía el estandarte de la soberana Reina, acompañado de muchos faroles de asta y otros cuantos de mano, y éste es el método que después tomaron para salir a la calle todos los Rosarios, que después a imitación de este se instituyeron". 

Estas Misiones fueron, como adelanté, una iniciativa del obispo de Cádiz, José de Barcia y Zambrana (1691-1695), prestigioso orador y muy afecto a la devoción del Rosario desde sus tiempos de sacerdote en Málaga. 

Fray Pablo estableció en sus Misiones en Cádiz 15 Rosarios en recuerdo de los Misterios, a los que denominó muy significativamente "compañías espirituales", aludiendo a las campañas militares de los israelitas en su conquista de la Tierra Prometida, y añadía "patrocinadas (las compañías) con regio pendón del Arca del Testamento, la Imagen de María Santísima, destruyeron los bárbaros muros de Jericó, figura del Demonio". Falleció en olor de santidad el 16 de noviembre de 1694, habiendo dejado un libro "Triunfo glorioso del Santo Rosario".

Este libro es de capital importancia en la historia de la devoción rosariana en Andalucía y España, pues otorga formal carta de naturaleza teológica y pastoral al fenómeno de los Rosarios públicos y ordena y sistematiza su cortejo con unas muy completas y pragmáticas ordenanzas o constituciones que aprueba el obispo de Cádiz. Podría decirse que diseñó mucho más que uso. Era toda una estructura devocional misionera.

Fray Pablo, aunque no deja de insistir en que la conformación de los Rosarios públicos con estandarte o Simpecado determinado es obra suya y timbre de honor para Cádiz, reconoce que el impulso fundacional partió del venerable padre Ulloa y de Sevilla, con este tenor...

"Las señas dicen que es la gran ciudad de Sevilla, pero también dicen las señas que es esta nobilísima ciudad de Cádiz. En Sevilla plantó inferida en el rosal la médula de aquel celestial y purísimo Líbano, aquella águila caudal dominicana, enfervorizando los corazones a su devoción con el fuego de su angélica predicación, y de aquel fuego una centella trajo a Cádiz una humilde cigarra capuchina, en el corazón, no en el pico, en que resplandece más la omnipotencia divina, pues se sirve para tan celestial empresa de una pobre avecilla, sin tener capacidad en el pico para hablar, porque atienda las voces de su canto el corazón" 

En la obra se hallan prácticamente todas las características que a lo largo del siglo XVIII va a configurar el fenómeno de los Rosarios públicos. Fray Pablo, que publica este libro en 1693, ha tenido la oportunidad de experimentar cumplidamente la iniciativa y de hecho percibe muy pronto la necesidad de una regulación muy concreta y así mismo la fundación de unas congregaciones o hermandades, que denomina "Compañías espirituales del Ave María", con un número que en principio era limitado de hermanos, 175, regidos por dos hermanos protectores (eclesiástico y seglar) a modo de hermano mayores, unos Diputados que se encargan del gobierno de los Rosarios y los denominados "hermanos Padres Nuestros", cofrades designados por su devoción y celo, para dirigir el ofrecimiento y rezo de cada uno de los quince misterios.

Estas compañías estaban sujetas a la jurisdicción diocesana, pero Fray Pablo estableció que sus hermanos se asentaran como Cofrades del Rosario, es decir, en la Cofradía Dominica más próxima, a fin de lucrarse con las muchas indulgencia concedidas por los papas. Esta disposición no deja de ser un reconocimiento a la preeminencia dominica respecto al tema del Rosario.

El capuchino describe como ha de desarrollarse una procesión del Rosario público. Se comprobará la rápida evolución formal desde los primeros sevillanos de 1690:

"Han de asistir los dichos 175 hermanos [...] todas las noches de los días del año a la iglesia donde esta Compañía Espiritual estuviese fundada y con todos fieles que quisieren asistir, saldrán por las calles cantando un tercio del Santo Rosario y después las Letanías de Nuestra Señora, como al presente se hace, con mucha atención, reverencia y devoción, acompañando con la meditación de los Misterios [...] que correspondieren a los Ofrecimientos de aquella noche [...] a las voces angélicas del Santísimo Rosario, llevando por guía una santa cruz y dos faroles altos colaterales con sus luces, y presidiendo un Pendón y en él una imagen de la Virgen Santísima nuestra Señora con toda decencia y primor, en el título y vocación que se eligiere, que será siempre en cada Compañía de aquellos que en aquel lugar hubiese Hermandad o Cofradía, y cuatro faroles colaterales altos, con sus luces, pero no por este número limitado y señalado se ha de quitar que cada uno lleve y ofrezca los faroles con sus luces que su devoción le dictase y su posibilidad pudiere sustentar y esforzándose todos con sagrada porfía a llevar los dichos faroles, haciendo a Nuestra Señora este singular obsequio que vemos misteriosamente ejecutado en el sol, luna y estrellas, que dice San Juan en su Apocalipsis, que ofrecían sus luces a María Santísima, para que fuesen más resplandecientes sus exteriores glorias[...]

Ya conocemos el tamaño de estos faroles y el esfuerzo que debía suponer el llevarlos, pero también el privilegio que suponía y que además se encontraba lucrado con indulgencias por el prelado. Para alumbrar los coros, fray Pablo recomienda otros faroles más livianos de mano y que además sean de aceite y no de cera por resultar más económico.

La estación debía hacerse "por las calles las más públicas y limpias, de suerte que habiendo en ella rezado el tercio del Santo Rosario y sus ofrecimientos, se venga de vuelta a fenecer la Letanía en la misma iglesia; para cuyo canto se procuren las voces más a propósito, que haciendo dulce armonía al oído, excite la mente a elevarla a Dios y el corazón a mayor devoción". El ejercicio culminaba con la recitación de la Doctrina Cristiana (Mandamientos de la ley de Dios y de la Iglesia, Sacramentos, Credo, artículos de la fe, obras de misericordia y las virtudes teologales.

Aunque el Rosario había de practicarse a diario, se hace especial hincapié en el que se haya de celebrar los domingos y festivos a primera hora de la tarde, que van precedidos de unos momentos de oración mental en la iglesia, abierta a todo tipo de personas, con meditación sagrada, en el transcurso de la cual se pronunciarán en voz alta por los eclesiásticos unas "saetas" espirituales. Posteriormente tendrá lugar un acto de contrición y la salida ya del Rosario que en estos días ha de recogerse antes de ponerse el sol. 

En la obra se transcriben los Ofrecimientos para cada Misterio, en prosa, pero junto a ellos unas Alabanzas preliminares y, sobre todo, tres Glosas, ambas en verso, para cada uno: Gozosos, Dolorosos y Gloriosos. Estas Glosas, precedidas cada una de una Décima con estribillo, se cantaban. 

Entre las obligaciones que fray Pablo impone a los cofrades de estas Compañías hay aspectos personales y comunitarios. De entre los segundos, se dedica especial atención a la asistencia a los cofrades que fallecen, a quienes se ha de acompañar en su entierro e incluso se instituye un Monte de Piedad para los gastos del mismo. Así mismo se han de aplicar los sufragios por los hermanos fallecidos en las estaciones del Rosario.

Por último establece categóricamente:

"No se admitan mujeres ni impedidos, ni enfermos en la cama; y a los negligentes y perezosos notablemente en la asistencia a los Rosarios [...] los expelan y borren de la Compañía Espiritual y si avisados y corregidos tres veces, no se enmendaren, y lo mismo se hace con los alborotadores que perturban la paz"

Es bastante probable que en Sevilla ya existiera un modelo similar, aunque probablemente más espontáneo e informal y en él se inspirara el capuchino para dotarlo de una primera sistematización. A diferencia de Cádiz, podría decirse que por un lado el clero parroquial, y por otro las hermandades y congregaciones de vecinos fueron creando un modelo en continua evolución En las adiciones a los Anales de Ortiz de Zúñiga, escritos por Espinosa y Cárcel, se afirma que los cofrades de la Alegría ya salieron con faroles y Simpecado, al igual que los de la Luz de San Esteban pocos días después , tal y como afirma Hernández Parrales, aunque no faltan autores como Ardales, que dudan de la veracidad de esta fuente. El Simpecado, como se ha aludido en varias ocasiones, era ya conocido popularmente y utilizado en diversas ocasiones. Es más: como se ha observado, fray Pablo establece genéricamente que en el Pendón se represente la Inmaculada, lo cual ya existía en Sevilla y sin duda en las primeras procesiones sevillanas ya figuraría de entre los que se confeccionaron tras la Cuestión Concepcionista y que el Capuchino debía conocer. Los faroles ya hemos comprobado como existían desde el principio, por lo que no se puede dudar sin más del dato de los Anales, aunque admitiendo el carácter espontáneo y no formalizado de este primer Rosario. La cruz, por otro lado, constituía elemento esencial en las misiones. 

Los primeros Rosarios sevillanos, espontáneos, inmaculistas, que rezaban y cantaban las avemarías a coro por las calles sirvieron a Fray Pablo de Cádiz para establecer formalmente los cortejos en aquella ciudad en 1691 con notable éxito. ¿Influyó esta conformación en Sevilla? Todo parece indicar que en parte sí, sobre todo cuando Fray Isidoro trata de implantar el modelo en 1703, pero sin duda lo que este capuchino aporta no es tanto el esquema gaditano (que básicamente ya existía aquí) sino la personalización de los cortejos con la adquisición de un Simpecado propio y específico donde figurara un lienzo con la imagen titular de la parroquia, capilla o hermandad que rigiese ese Rosario. Fray Isidoro marcó la iniciativa nada menos que instituyendo una nueva devoción, la Pastora, cuya imagen plasmó en un Simpecado de Gala.

Es innegable que la Orden Capuchina se destacó sobre manera en ordenar, sistematizar con notable sentido pastoral e innegable originalidad y encauzar esta práctica respecto a dominicos, jesuitas, carmelitas...y, por supuesto, el clero secular, conservándose diversas disposiciones prácticas sobre el orden de estos rosarios.