Juan Pablo II y México, la universalidad de la unidad

Prisciliano Hernández Chávez

 

“Así pues, reconoced que poseéis el Espíritu Santo sólo cuando consintáis en unir vuestra mente a la unidad mediante un sincero amor” (San Agustìn, Sermones, 229). 


El hombre es un proceso, según Hegel; así la humanidad y nuestra Patria, terra patrum, la tierra de nuestros padres, caminan entre crisis y sombras en búsqueda de sentido, como lo hicieron en otro tiempo los antiguos señores de estas tierras -los mexicas en particular- hasta encontrar el “umbílicus mundi” o el centro del universo, lugar de convergencia de lo humano con lo divino que evoca el símbolo protológico del escudo nacional, el águila devorando a la serpiente o el proceso del amanecer. 
Esto no ha cesado; mientras el ser humano sea tal y se sienta así, buscará el sentido radical de su existencia en ese peregrinar del corazón hacia la infinitud envolvente y trascendente de un amor que tiene rostro; los cristianos lo reconocemos en Jesús de Nazaret, el Cristo de nuestra fe o el Mesías: El Verbo de Dios Padre, que se involucra en nuestra vida por el misterio de la Encarnación y nos abre mediante el escándalo de las bienaventuranzas o de la cruz a la realidad más plena, pues nos hace tocar nuestros límites y nos lanza a la apertura confiada al Tú divino y al tú humano. 
Confirmarnos en esta experiencia-tradición o andadura histórica de la Iglesia bimilenaria, ha sido la misión de Pedro, de cuyo misterio es portador el Obispo de Roma, o como lo llamamos “el Papa”. 
La expresión “Papa”,según algunos, sería un acróstico que alude a P=Petri , A= Apóstoli, P=Potestatem, A= Accípiens, cuya traducción sería “el que recibe la autoridad del Apóstol Pedro”. Convendría cotejar lo que dicen los textos Mt. 16, 18-19;Lc 22, 32; Jn 20,22-23; Hech 2,2-4; Jn 21, 15-17. También la palabra “Papa” alude a los apócopes unidos de Páter=Pa y de Pástor=Pa, Pastor y Padre. 
El nombre de quien hoy pervive la misión de Pedro, de Nuestro Pastor y Padre, es Juan Pablo II, el papa 261 elegido en 1978, el Papa Eslavo, de quien escribiría poco más de un siglo antes, el poeta polaco Juliusz Slowacki (1809-1849) : “...¡Las multitudes enchidas lo seguirán-hacia la luz que Dios habita!-liberará al mundo de las heridas...-revelará a Dios tan claro como la luz del día.-Hacen falta fuerzas para restituirle a Dios-un mundo que es suyo.- ¡He aquí pues que llega,- el Papa eslavo, hermano de los pueblos!(Juan Pablo II, El Hombre y la Historia del Siglo XX, Elsa Editions, 1998). 
Esto ha demostrado ser Juan Pablo II a lo largo de su ministerio petrino. Los mexicanos y con ellos toda América lo hemos comprobadoen sus visitas, con su presencia, con su palabra, con sus gestos. La sinceridad del Papa y la sinceridad de nuestros pueblo “hicieron click”desde hace veinte años de su primera visita y se confirmó en esta la cuarta. Inédita en la historia de la Iglesia. Sus preferencias explícitas a México y a la Sma. Virgen de Guadalupe, a la que llamó “Morenita del Tepeyac” correspondiente a su “Charna Madonno” de Polonia o la Virgen Morena, lo hicieron sentirse nuestro y nosotros de él en ese abrazo extático de miradas, de esperas, de silencios, de oración, de porras, hasta el grado que le ofrecimos su naturalización “Juan Pablo, hermano, ya eres mexicano”, y el Papa lo aceptó en el Estadio Azteca :“antes me sentía carioca... Ahora me digo: (JUAN PABLO) TU ERES MEXICANO”. 
Tras sus palabras y preferencias por México, nos retoma, nos invita, nos compromete para asumir el reto de entrar al tercer milenio en el concierto de las naciones, como ese pueblo mestizo de sangre y culturas, hermano de los pueblos, como el mismo Papa, para construir la nueva sociedad de la civilización del amor. 
México con la apertura de su corazón y su bautismo está llamado a ser protagonista de la unidad en la universalidad de los pueblos diferentes pero unidos en el amor “porque en un solo Espíritu hemos sido bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres” (I Co 12,13). 
Parafraseando a Juan XXIII, podríamos concluir: estamos felices de caminar con el Papa Juan Pablo II , como Abrahán y su familia en la noche de la existencia, paso a paso bajo las estrellas de Cristo, signo de contradicción, Luz de las Naciones y de María de Guadalupe, Madre de México, Madre de América. 

Fuente: periodismocatolico.com