Con Cristo y sin miedo por el mundo

Alicia C. Marill

 

El Papa de América. El Papa de todos. El Papa que salió del Vaticano a cumplir una misión, la misión de ser mensajero de paz, justicia y amor. Su presencia en cada nación impactó la vida de cuantos pudieran acercarse a él; a los que lo vieron de cerca y pudieron estrechar sus manos fuertes y a los que apenas lograban verlo en medio de las grandes multitudes pero sentían su presencia.

Nunca antes un Papa había viajado a encontrarse estratégicamente con los pueblos de tantos países. Nunca se había conocido un Papa cariñoso.

Juan Pablo II fue un misionero. El misionero siente y transmite el ardor de su fe. El Santo Padre llamó a una Nueva Evangelización de la fe con fervor y ardor. Visitó a nuestra América en momentos claves. Su mensaje, el de Jesucristo, ''No tengan miedo''. Y es que el misionero consumido por el Amor de Dios y la fuerza del Espíritu Santo sabe que tiene una labor que cumplir en el Plan de Dios.

No tuvo miedo de confrontar el comunismo, ni el capitalismo radical que también deshumaniza a la persona. En Cuba exhortó a la libertad, en Haití provocó un cambio, en Estados Unidos compartió con los jóvenes y los animó a llevar una vida con Dios. A toda América la convocó a ser sólo una en su encíclica apostólica ''La Iglesia en América''. No en las Américas; no en la del norte o la del sur. Quería acercar la gran familia de un continente dividido por políticos, prejuicios, ideologías e idiosincrasias. También un continente dividido por el nivel económico de vida. ¿Cómo lograr que la Iglesia en su naturaleza universal dejase de vivir tan abismalmente indiferente el norte del sur, el Caribe de Centroamérica?

Juan Pablo II salió de las fronteras del Vaticano para llevar este mensaje no sólo a América sino a cada continente. Sus cinco exhortaciones a la Iglesia de cada continente están marcadas por su sensibilidad a los desafíos que se presentan entre la cultura y la fe. El misionero está llamado a entrar en la cultura. Nunca titubeó al identificarse como polaco y a los jóvenes les habló de la importancia de su herencia cultural. En su encíclica ''La Misión de Cristo Redentor'' hizo un llamado profundamente evangélico pidiendo a las Iglesias pobres que fueran a evangelizar a las Iglesias de países ricos. Y es aquí donde se concretiza su testimonio misionero de dignificar como hizo Jesús a los más sencillos, a los pobres y menospreciados. Es por eso que en su último viaje a México canonizó al indígena Juan Diego. Con ese reconocimiento enalteció a las poblaciones oprimidas y despreciadas que han sufrido marginación y el rechazo de gobiernos y de la sociedad. Siempre tendré en mi memoria al Santo Padre abrazando a los niños y ancianos con gran amor, respeto y reverencia.

Con su fe en acción vivió la misión de Jesús Redentor. Su personalidad acogedora continuará redimiendo al mundo. Por su sonrisa sincera fue recibido como un peregrino del amor y abrió los corazones de la humanidad aún de los no cristianos. Prueba de ello es la reacción ante su muerte del mundo entero. En cada lugar y de todas las religiones sentimos su ausencia. Echaremos de menos su presencia física, su mirar profundo, su voz fuerte y determinada, su espíritu y sus enseñanzas nos acompañarán siempre.

Mi corazón tiene un gozo especial de haber podido verlo en dos ocasiones, en Miami y en Roma. Estreché su mano y mirándole a los ojos le pedí que rezara por Cuba. El me afirmó que siempre rezaba por Cuba.

Su época de buen pastor marca ya la historia.

Associate Professor of Theology

Director of Doctor of Ministry Program 
Barry University 

Presidenta de Amor en Acción 
Missionary Arm de la Arquidiócesis de Miami

Fuente: El Nuevo Herald