¡Lleno de amor!

José Ignacio Rivero

 

El pasado sábado entró en la Gloria Juan Pablo II. Llegó a ella lleno de amor. Y allá, al alcanzarla también henchido de gloria, besó las divinas manos de Nuestro Señor quien le tenía ya reservado un puesto muy especial a Su lado para toda la eternidad. 
Precisamente por ser veraces, por ser fieles a la verdad se tiene que sufrir casi siempre la incomprensión y a veces hasta la calumnia o la difamación. Pero el Señor quiere de los que le siguen en el mundo que hablen siempre con claridad y abiertamente: "Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a plena luz, y lo que escuchasteis al oído pregonadlo desde los terrados". No todo el mundo entiende como es posible que el Santo Padre haya perdonado personalmente a su agresor que casi lo lleva a la tumba en el mismo Vaticano, ni entiende el por qué de sus abrazos con los que no piensan como él. 

Una vez leí en un boletín publicado en México que los clérigos modernistas corrían presurosos a estrechar la mano de los protestantes, judíos y demás, repartiendo sonrisas y halagos por igual y que el punto más acabado de ese ecumenismo se veía en la reunión que se había celebrado en Asís, Italia. 

Cuando la soberbia se sobrepone a la humildad y a la caridad, todo se tergiversa. Juan Pablo II no se había reunido en Asís con los representantes de otras iglesias para decir al mundo que todas la religiones eran verdaderas sino para decir, como lo dijo a toda voz desde lo alto de la porciúncula franciscana, que todos los hombres somos hijos de Dios y que Dios nos escuchaba mejor cuando todos nos reuníamos en nombre de El. 

Jesucristo dijo: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Una cosa es abrazar al prójimo con amor y otra muy distinta contemporizar con sus creencias si las mismas son erróneas. "Amar al prójimo como a sí mismo, es mucho mejor que todos los holocaustos y sacrificios". Al prójimo equivocado no se le puede ignorar y mucho menos despreciar. 

"No se salva el mundo desde fuera-dice Pablo VI en su encíclica Ecclesiam suam-Es necesario, como el Verbo de Dios que se ha hecho hombre, hacerse una misma cosa, en cierta medida, con las formas de vida de aquellos a quienes se quiere llevar el mensaje de Cristo. Es preciso compartir, sin establecer distancia de privilegios, o diafragma de lenguaje incomprensible, las costumbres comunes, con tal que sean humanas y honestas; sobre todo las de los mas pequeños especialmente, si queremos que se nos escuche y comprenda. Es necesario, lo primero de todo, hablar, escuchar la voz, más aun, el corazón del hombre; comprenderlo en cuanto sea posible, respetarlo y, donde lo merezca, secundarlo. Es necesario hacerse hermanos de los hombres en el momento mismo en que queremos ser sus pastores, padres y maestros." 

San Ignacio de Loyola nos da una regla para sentir con el prójimo: "Se ha de presuponer que todo buen cristiano ha de ser mas pronto a salvar la proposición del prójimo, que a condenarla; y si no la puede salvar, inquira cómo la entiende, y si mal la entiende, corríjale con amor; y si no basta, busque todos los medios convenientes para que, bien entendiéndola, se salve." 

La Iglesia Católica en Asís le abrió hace unos cuantos años los brazos a toda la humanidad. Los brazos del amor, no los brazos de un falso cristianismo. Los brazos de la Verdad, porque allí mismo, en el pueblo de San Francisco, el más humilde de los humildes, el Papa con su propias palabras declaró que el hombre debe buscar la Verdad y que cuando la encuentre debe obedecerla. 

Ahora, al terminar el pontificado de Juan Pablo II, leemos en los periódicos la noticia de que "muchos católicos estadounidenses" esperan una renovación de la Iglesia en torno al celibato, a favor del ordenamiento de mujeres, de la contracepción, del aborto y de la integración de homosexuales al seno de la Iglesia. En otras palabras: seguir pecando sin que se les cierren las puertas de la Gloria. 

Juan Pablo II entró en el Cielo lleno de amor al prójimo con tolerancia inclaudicable pero llegó también diciéndole a Jesucristo lo mismo que El dijo desde la Cruz: "¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!"

Fuente: El Nuevo Herald