El Papa

Javier Arnal 

 

Hoy todos escriben sobre el Papa, yo me quedo con su fidelidad alegre. 
Quienes hemos escrito miles de artículos en la prensa, internet o alguna revista, sentimos de modo distinto cada uno de ellos. Necesariamente hemos de ser breves, pues es un género en que se busca la noticia, y también la opinión que sirve para enmarcar u ofrecer un análisis personal de alguna noticia. 

La figura del Papa es tan impresionante, tan gigantesca, tan relevante para la historia -no sólo para la historia de la Iglesia-, que me resistía interiormente a tratar algo de la figura del Papa cuando toda la humanidad lo está haciendo. Cardenales y teólogos, estadistas e historiadores, se han volcado en estos días para conmemorar el XXV aniversario de la elección de Juan Pablo II, el 16 de octubre de 1978. Su figura, su aportación a la humanidad, apabulla. El hecho de intentar siquiera, por mi parte, una valoración, un comentario, me parecía que aconsejaba, en este caso, desistir.

Tal vez sea por el despliegue de los medios de comunicación en todo el mundo -felicito especialmente a TVE por la programación y cobertura con este motivo-, pero he cambiado de opinión. Precisamente porque el Papa insistió en que su pontificado quería poner en práctica el Concilio Vaticano II, y en ese Concilio se subrayó la importancia de lo ordinario, de que “todos sumamos”, de que la Iglesia no es sólo la jerarquía, me parece que todos -con mayor motivo si se es católico- debemos unirnos a esta celebración, de la forma que cada uno estime más oportuna: yo, al menos con estas líneas.

De un Juan Pablo II vigoroso y fuerte al ser elegido, a un Papa que ahora nos conmueve por su “fortaleza de espíritu” que supera las dolencias físicas, no es fácil destacar lo que más conmueve. ¿Y de sus 25 años al frente de la Iglesia? Mucho se ha escrito...sobre lo mucho que el Papa ha escrito y hablado en estos años: la defensa -¡sus gritos!- de la justicia y de la libertad para todos los pueblos, la defensa de la vida, la lucha por la paz, el fortalecimiento de la familia cuando sufre probablemente las mayores rupturas y confusión de toda la historia, sus acciones y gestos a favor del ecumenismo, su interés por beatificar y canonizar a católicos que son modelo para el hombre y la mujer de hoy, y así podríamos continuar.

No pretendo hacer un elenco que avive la memoria. Otros más cualificados lo harán. Yo me quedo con su fidelidad alegre. Siempre ha manifestado su convicción de ser instrumento, pero no un instrumento cualquiera precisamente, sino el representante de Cristo en la tierra. Nos acostumbramos a casi todo, y este hecho podemos minusvalorarlo, pero es la clave para “comprender” un poco por nuestra parte al Papa, sea quien sea. Ése es su modelo, y sin eso no se entiende su entrega sin límites, que es todo un despertador para una sociedad que ha de recuperar el compromiso moral coherente y zafarse de un hedonismo materialista que atenaza y adormece. El Papa reza mucho y trabaja mucho: así de fácil, y así de difícil, se nos presenta su vida...y la nuestra. ¡Felicidades, y gracias, Juan Pablo II!